Capítulo 8

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Margaret

Antes de siquiera poder racionar los labios de Lex están sobre los míos. Sus labios son suaves, llenos, y me hacen sentir una corriente que jamás antes había experimentado. Es casi como las novelas románticas que he leído. Todo eso de los fuegos artificiales y las mariposas es lo que siento en mi estómago cuando beso a Lex. Parte de su cuerpo cae sobre el mío y paso mis brazos por su cuello, enterrando mis manos en su cabello cuando su lengua entra en mi boca. Una de sus manos está en mi cadera, apretando la caer, y un pequeño gemido escapa de mí. Siento como si cada parte de mi cuerpo debiera estar unida a ella. Me aterra el pensamiento. Llevo meses sin ser muy fanática del contacto físico, menos de algo tan íntimo como un beso o caricias. Sin embargo, si es Lex no quiero que pare, quiero más y más de ella.

— ¿Quieres que pare? Solo dilo y lo haré, mi Maggie. —sus besos pasan a mi barbilla.

—Creo que deberíamos.

Sus ojos escarlatas resplandecen en la oscuridad mientras me observa.

—De acuerdo. —su peso se mueve para recostarse a mi lado.

Su ausencia me hace sentir un hueco en el pecho.

—Pero aún me puedes abrazar.

En cuestión de nada sus brazos están a mi alrededor.

— ¿Así? ¿Duermes mejor?

—Sí, gracias —me acurruco más en ella, sintiendo esa inexplicable seguridad que solo he tenido junto a ella.

Desde que llegué aquí duermo mejor que nunca, pero en los brazos de Alexandria es como si fuera mi hogar.

Me despierto por el llamado de la naturaleza. Intento salir de la cama, pero me doy cuenta de que estoy enredada. Mis piernas y las de Lex están entrelazadas. Mi cabeza está enterrada en su pecho, mientras sus brazos me tienen sujeta de la cintura. Para ser un Vampiro no es fría como un cadáver, me siento a gusto junto a ella. Como puedo saco mis brazos y piernas de los de Lex. La escucho quejarse y se mueve entre las sábanas para volver a dormir.

Los siguientes meses son más que perfectos. Continúo dándole tutoría a las niñas; son increíblemente listas, no es necesario mayor esfuerzo, son dos niñas verdaderamente inteligentes. Las festividades navideñas han pasado. Lex se extralimitó haciendo que la casa luzca como un cuento encantado. Los regalos son algo exagerados, pero amé el mío: un cuarto para el bebé perfectamente decorado.

—Lex. —le llamo al entrar a su oficina.

Cada día es más difícil estar lejos de ella.

— ¿Sí? —su vista se despega de la computadora.

—Creo que estás exagerando con la calefacción.

Estamos en pleno enero en Virginia y las nevadas han sido horribles, pero ella se ha estado excediendo con la calefacción para mantenerme caliente, al extremo de que un día como hoy, que nieva a grandes copos, yo estoy en pantalones cortos y camisilla y aun siento una ligera capa de sudor.

—Pero está nevando. —sus ojos van a la ventada tras la que la nieve cae.

—Lo sé, pero acá parece el infierno, deja de cambiar el termostato y echar tanta leña a la chimenea.

Voy hasta el termostato que está en su oficina y regulo la temperatura a una más agradable.

—Solo te quiero cuidar. —siento sus brazos rodear mi cintura.

Me sobresalto un poco, pero luego me dejo hacer en la comodidad de sus brazos.

—Lo sé, pero matándome de calor no es la forma y el embarazo creo que me da más calor.

Crónicas de Vampiros// La Institutriz de la VampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora