XII-El relato del lobo y la oveja

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¿Alguna vez escuchaste el relato del lobo y la oveja?
Su lana era oscura y abundante, de bellos ojos amarillentos y esbelta figura. El lobo acechaba desde las sombras codiciando su posesión.
...
Pobre oveja, su lana de sangre se tiñó... y ya saben muchos como terminó.

.

El momento era inexacto, y la entonación del rojo fue más severo.
Una sed hirviente que sucumbía y exhibía sus deseos más satíricos.

No era dulce, no trataba de serlo, no quería ser suave o susurrarle cosas lindas. Quería dominarla, castigarla, someter su cuerpo tan pequeño comparado con él, hacerle anhelar que lo hiciera más crudo, más erótico, más violento.
La besó con tanta intensidad que el calor viajó por cada roce de sus cuerpos, metía y sacaba su lengua, sin ritmo, sin control, apretaba su cintura baja mientras desabrochaba los primeros botones de su camisa.
No tenía tiempo para pensar, solo quería penetrarla, tirarla en el sillón, separar sus piernas, apretar su cuello, hacerla suya una y otra vez, hacerle pagar cada rechazo de su parte, suplicar, gritar su nombre.

Oh Dios, Amin

Con esa dulce voz que aveces sonaba tan soberbia. Estaba jodidamente duro, el bulto en su pantalón friccionaba con ella, en definitivo no era el indicado para abstenerse, sentía que iba hacer algo precoz, y le irritaba pensar que ella era la primera en dejarlo así, con tantas ganas, tan hambriento.
Sin soltarla, se quitó el cinturón y  bajó el cierre de su pantalón, exhibiendo las franjas de Hugo Boss en el bóxer negro que le ajustaba perfectamente.
La erección rozaba y eso lo volvía loco, sus músculos se tensaron, deslizó sus manos sobre su trasero y la chocó de golpe, sin evitarlo dejó salir un gemido, brusco, masculino,  guiaba sus movimientos entre choque y choque, se introdujo bajo su camisa sintiendo el bralette de encaje y sus perfectos senos, los apretó y sus labios anhelaron sentir su sabor, metió la mano en su bóxer, tomó su miembro y comenzó a frotar con dureza, reprimió los jadeos y las maldiciones, su respiración era fuerte, ruidosa.

Hasta que sintió el golpe brutal contra su mejilla.

Se agitó un poco la cabeza,  parpadeó varias veces y consideró el dolor ascender en su cara.
Levantó una ceja y la miró, tenía la boca abierta y una expresión de indignación, pero él estaba convencido de que le gustó, curvó los labios y se sacó la mano de la entrepierna, revisó su palma abierta, reconoció que fue estúpido soltarla, gruñó, tratando de calmar la respiración por la boca, ella seguía frisada, como si hubiese besado al diablo, y eso le divertía, se limpió los labios con el antebrazo, como si eso cambiaría algo, los movía, decía algo incoherente y volvía a callar, probablemente buscaba las palabras correctas para insultarlo, pero estaba tan descontrolada como él, ambos necesitaban unos minutos para regresar a la realidad.

Amin fue sobre ella despacio, con esa altura que intimidaba a cualquiera, posó una sonrisa maliciosa y la vio retroceder hasta tropezar y caer sobre el sofá, sin duda la suerte estaba a su favor.

—Tenía que callarla de alguna forma,—se exculpó encogido de hombros, saboreando aún aquel sabor a vino.— ¿Suele ser tan redundante?— abrió las piernas junto al mueble  para acorralarla de cada lado.

Alaya se valió de toda su fuerza de voluntad para retener los temblores, no vacilar y alzarse.

Lo empujó del pecho pero eso siquiera lo hizo tambalear—¡Es usted la persona más irritante, intolerable y estúpida que he conocido!—le gritó con una rabia en la voz que le hacía carraspear.

Intentó salir por un lado, no soportaba estar un segundo más junto aquel demonio, pero él sujetó su muñeca en una risilla y la devolvió a su frente.

Jaden  {Bilogía El Príncipe de Dubái}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora