IX

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   - ¿Dónde estamos? - le exigí molesta a Albert. - ¿Me vas a dejar aquí? – inquirí muy moleta, pero esta vez preocupada y asustada, aunque trataba de que no se notase.

- Claro que no te voy a dejar aquí sola Viviane. ¿Por qué creerías eso? - dijo Albert con un tono serio, totalmente diferente al que suele usar.

Yo solo me cruce de brazos e ignore su pregunta. A pesar de lo que había dicho seguía molesta y fastidiada por el lugar en donde estaba.

El callejón estaba rodeado por lo que parecían ser edificios muy altos, tan altos que la luz del sol (suponiendo que aún era de día) no era capaz de atravesar sus sombras y siniestras, no solo era las paredes que lo cercaban altas, pero también largas, tan largas que parecía que estábamos de un túnel sin salida. No veía nada, pero si olía (si es que los muertos pueden oler) un olor putrefacto y, obviamente, desagradable. ¡Era insoportable! Cubrí con mis manos mi boca y mi nariz intentando que el horrible olor no se colase en mi nariz y fastidiarme aún más. Con mi nariz y boca aun cubiertas con mi mano me gire hacia Albert.

- ¿Entonces a dónde vamos? – demande molesta. La verdad no estaba molesta con Albert, pero el era con lo único que me podía desahogar.

El sonrió comprensivamente – Primero tendremos que salir de este túnel. – comenzó a caminar.

El parecía no notar el olor como yo lo hacía. El estaba tranquilo mientras que yo seguía tapando mi boca y mi nariz.

- ¿Cómo soportas este horrible olor? -

Me miro divertido antes de responderme - ¿Qué olor? – dijo divertido con el tono que usas cuando piensas que alguien se ha vuelto loco.

Lo miro estupefacta. ¿Cómo no lo podía oler? Era nauseabundo y también muy fuerte, era imposible que no lo sintieses.

- El olor.... Es horrible y putrefacto ¿Cómo no lo puedes oler? -

- Yo no puedo oler... y tú tampoco – dijo en un tono misterioso.

Yo estaba en shock y me detuve a pensar como era eso posible. No conseguía entender hasta que...

- Es porque estamos muertos ¿Verdad? –

El solo asintió. Pero eso no cambiaba el facto de que yo seguía oliéndolo.

- ¿Cómo es que lo puedo oler? - le pregunte mientras separaba mis manos de mi cara lentamente, como si esperase un ataque repentino de parte del fétido aroma.

- Es la costumbre. – suspiro.

- ¿Cómo tú y tu reloj? –

- Si, ese es un buen ejemplo. Cuando las personas mueren, y sobre todo si es tan reciente como tú, el cerebro y los nervios dejan de funcionar, seguro eso lo aprendiste en la escuela.

- Pero...-

- Pero, por alguna razón, algunos llegamos hasta aquí y somos capaces de recordar y pensar y razonar y eso significa que una parte de nuestro cerebro aun funciona... -

El seguía hablando, pero yo no entendía nada. Ya sé porque no había estudiado medicina.

- Eh... no entiendo nada. –

El soltó un suspiro – En resumen, el que puedas oler ciertas cosas, como este callejón, puede que se deba a un recuerdo o simplemente es una especie de prejuicio que hace tu mente. -

- Una ilusión. -

- Precisamente. –

Seguimos caminando por el largo túnel y, sorpresivamente, ya no conseguía oler el asqueroso aroma.

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