𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓧𝓧𝓧𝓘

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El coronel Choi fue muy elogiado y todas las señoras y jóvenes consideraron que su presencia sería un encanto más de las reuniones de Rosings. Pero pasaron unos días sin recibir invitación alguna, como si, al haber huéspedes en la casa, los Lee no hiciesen ya ninguna falta. Hasta el día de Pascua, una semana después de la llegada de los dos caballeros, no fueron honrados con dicha atención y aun, al salir de la iglesia, se les advirtió que no fueran hasta última hora de la tarde.

Durante la semana anterior vieron muy poco a lady Catherine y a su hijo. El coronel Choi visitó más de una vez la casa de los Lee, pero a Seungcheol sólo le vieron en la iglesia.

La invitación, naturalmente, fue aceptada, y a la hora conveniente los Lee se presentaron en el salón de lady Catherine. Su Señoría les recibió atentamente, pero se veía bien claro que su compañía ya no le era tan grata como cuando estaba sola; en efecto, estuvo pendiente de sus sobrinos y habló con ellos especialmente con Seungcheol -mucho más que con cualquier otra persona del salón.

El coronel Choi parecía alegrarse de veras al verles; en Rosings cualquier cosa le parecía un alivio, y además, el lindo amigo del señor Junhui le tenía cautivado. Se sentó al lado de Jihoon y charlaron tan agradablemente de Kent y de Hertfordshire, de sus viajes y del tiempo que pasaba en casa, de libros nuevos y de música, que Jihoon jamás lo había pasado tan bien en aquel salón; hablaban con tanta soltura y animación que atrajeron la atención de lady Catherine y de Seungcheol. Este último les había mirado ya varias veces con curiosidad. Su Señoría participó al poco rato del mismo sentimiento, y se vio claramente, porque no vaciló en preguntar:

—¿Qué estás diciendo, Choi? ¿De qué hablas? ¿Qué le dices al joven Hong? Déjame oírlo.

—Hablamos de música, señora —declaró el coronel cuando vio que no podía evitar la respuesta.

—¡De música! Pues hágame el favor de hablar en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me agrada. Tengo que tomar parte en la conversación si están ustedes hablando de música. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más aficionadas a la música que yo o que posean mejor gusto natural. Si hubiese estudiado, habría resultado una gran discípula. Lo mismo le pasaría a Daehyun si su salud se lo permitiese; estoy segura de que habría tocado deliciosamente. ¿Cómo va Dojin, Seungcheol?

Seungcheol hizo un cordial elogio de lo adelantado que iba su hermano.

—Me alegro mucho de que me des tan buenas noticias —dijo lady Catherine—, y te ruego que le digas de mi parte que si no practica mucho, no mejorará nada.

—Le aseguro que no necesita que se lo advierta. Practica constantemente.

—Mejor. Eso nunca está de más; y la próxima vez que le escriba le encargaré que no lo descuide. Con frecuencia les digo a los jovencitos que en música no se consigue nada sin una práctica constante. Muchas veces le he dicho al joven Hong que nunca tocará verdaderamente bien si no practica más; y aunque el señor Lee no tiene piano, el joven Hong será muy bien acogido, como le he dicho a menudo, si viene a Rosings todos los días para tocar el piano en el cuarto de la señora Jenkinson. En esa parte de la casa no molestará a nadie.

Seungcheol pareció un poco avergonzado de la mala educación de su tía, y no contestó.

Cuando acabaron de tomar el café, el coronel Choi recordó a Jihoon que le había prometido tocar, y el joven se sentó en seguida al piano. El coronel puso su silla a su lado. Lady Catherine escuchó la mitad de la canción y luego siguió hablando, como antes, a su otro sobrino, hasta que Seungcheol la dejó y dirigiéndose con su habitual cautela hacia el piano, se colocó de modo que pudiese ver el rostro del hermoso intérprete. Jihoon reparó en lo que hacía y a la primera pausa oportuna se volvió hacia él con una amplia sonrisa y le dijo:

—¿Pretende atemorizarme, viniendo a escucharme con esa seriedad? Yo no me asusto, aunque su hermano toque tan bien. Hay una especie de terquedad en mí, que nunca me permite que me intimide nadie. Por el contrario, mi valor crece cuando alguien intenta intimidarme.

—No le diré que se ha equivocado —repuso Seungcheol— porque no cree usted sinceramente que tenía intención alguna de alarmarlo; y he tenido el placer de conocerlo lo bastante para saber que se complace a veces en sustentar opiniones que de hecho no son suyas.

Jihoon se rió abiertamente ante esa descripción de sí mismo, y dijo al coronel Choi:

—Su primo pretende darle a usted una linda idea de mí enseñándole a no creer palabra de cuanto yo le diga. Me desola encontrarme con una persona tan dispuesta a descubrir mi verdadero modo de ser en un lugar donde yo me había hecho ilusiones de pasar por mejor de lo que soy. Realmente, señor Choi, es muy poco generoso por su parte revelar las cosas malas que supo usted de mí en Hertfordshire, y permítame decirle que es también muy indiscreto, pues esto me podría inducir a desquitarme y saldrían a relucir cosas que escandalizarían a sus parientes.

—No le tengo miedo —dijo él sonriente.

—Dígame, por favor, de qué le acusa —exclamó el coronel Choi—. Me gustaría saber cómo se comporta entre extraños.

—Se lo diré, pero prepárese a oír algo muy espantoso. Ha de saber que la primera vez que le vi fue en un baile, y en ese baile, ¿qué cree usted que hizo? Pues no bailó más que cuatro piezas, más de un caballero se quedó sentado por falta de pareja. Señor Choi, no puede negarlo.

—No tenía el honor de conocer a ninguno de los caballeros de la reunión, a no ser los que me acompañaban.

—Cierto, y en un baile nunca hay posibilidad de ser presentado... Bueno, coronel Choi, ¿qué toco ahora? Mis dedos están esperando sus órdenes.

—Puede que me habría juzgado mejor —añadió Seungcheol— si hubiese solicitado que me presentaran. Pero no sirvo para darme a conocer a extraños.

—Vamos a preguntarle a su primo por qué es así —dijo Jihoon sin dirigirse más que al coronel Choi—. ¿Le preguntamos cómo es posible que un hombre de talento y bien educado, que ha vivido en el gran mundo, no sirva para atender a desconocidos?

—Puedo contestar yo mismo a esta pregunta —replicó el coronel— sin interrogar a Choi. Eso es porque no quiere tomarse la molestia.

—Reconozco —dijo Seungcheol— que no tengo la habilidad que otros poseen de conversar fácilmente con las personas que jamás he visto. No puedo hacerme a esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas como se acostumbra.

—Mis dedos —repuso Jihoon— no se mueven sobre este instrumento del modo magistral con que he visto moverse los dedos de otros caballeros; no tienen la misma fuerza ni la misma agilidad, y no pueden producir la misma impresión. Pero siempre he creído que era culpa mía, por no haberme querido tomar el trabajo de hacer ejercicios. No porque mis dedos no sean capaces, como los de cualquier otro caballero, de tocar perfectamente.

Seungcheol sonrió y le dijo:

—Tiene usted toda la razón. Ha empleado el tiempo mucho mejor. Nadie que tenga el privilegio de escucharlo podrá ponerle peros. Ninguno de nosotros toca ante desconocidos.

Lady Catherine les interrumpió preguntándoles de qué hablaban. Jihoon se puso a tocar de nuevo. Lady Catherine se acercó y después de escucharlo durante unos minutos, dijo a Seungcheol:

—El joven Hong no tocaría mal si practicase más y si hubiese disfrutado de las ventajas de un buen profesor de Londres. Sabe lo que es teclear, aunque su gusto no es como el de Daehyun. Daehyun habría sido un pianista maravilloso si su salud le hubiese permitido aprender.

Jihoon miró a Seungcheol para observar su cordial asentimiento al elogio tributado a su primo, pero ni entonces ni en ningún otro momento descubrió ningún síntoma de amor; y de su actitud hacia el joven de Bourgh, Jihoon dedujo una cosa consoladora en favor del joven Soonyoung: que Seungcheol se habría casado con él si hubiese pertenecido a su familia.

Lady Catherine continuó haciendo observaciones sobre la manera de tocar de Jihoon, mezcladas con numerosas instrucciones sobre la ejecución y el gusto. Jihoon las aguantó con toda la paciencia que impone la cortesía, y a petición de los caballeros siguió tocando hasta que estuvo preparado el coche de Su Señoría y los llevó a todos a casa. 

Orgullo y Prejuicio [JiCheol • Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora