𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓧𝓧𝓘𝓘𝓘

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Jihoon estaba sentado con su madre y sus hermanos meditando sobre lo que había escuchado y sin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir Minho, enviado por su hijo, para anunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las dos casas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Hong, con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Seungkwan, siempre indiscreto y a menudo mal educado, exclamó alborotadamente:

—¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir Minho? ¿No sabe que el señor Lee quiere casarse con Jihoon?

Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquel comportamiento; pero la buena educación de sir Minho estaba por encima de todo. Rogó que le permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la más absoluta corrección.

Jihoon se sintió obligado a ayudarle a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras, revelando lo que él sabía por el propio Junhui. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de sus hermanos felicitando calurosamente a sir Minho, en lo que pronto fue secundada por Jisoo, y comentando la felicidad que se podía esperar del acontecimiento, dado el excelente carácter del señor Chan y la conveniente distancia de Hunsford a Londres.

La señora Hong estaba ciertamente demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir Minho permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insistía en no creer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Chan lo habían engañado; tercero, confiaba en que nunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendían claramente dos cosas: que Jihoon era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora Hong, había sido tratada de un modo bárbaro por todos. El resto del día lo pasó despotricando, y no hubo nada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Jihoon sin reprenderlo; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir Minho o a lady Wen sin ser grosera; y mucho, antes de que perdonara a Junhui.

El estado de ánimo del señor Hong ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró, porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Wen Junhui, a quien nunca tuvo por muy listo, era tan tonto como su mujer, y mucho más que su hijo.

Jisoo confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de su asombro que de sus sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Jihoon logró hacerle ver que semejante felicidad era improbable. Seokmin y Seungkwan estaban muy lejos de envidiar al joven Junhui, pues Chan no era más que un clérigo y el suceso no tenía para ellos más interés que el de poder difundirlo por Meryton.

Lady Wen no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Hong manifestándole el consuelo que le suponía tener un hijo casado; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para contar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señora Hong podrían haber acabado con toda aquella felicidad.

Entre Jihoon y Junhui había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema, y Jihoon tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellos. La decepción que se había llevado de Junhui le hizo volverse hacia su hermano con más cariño y admiración que nunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban que su opinión sobre él nunca cambiaría, y cuya felicidad cada día lo tenía más preocupado, pues hacía ya una semana que Jeonghan se había marchado y nada se sabía de su regreso.

Jisoo contestó en seguida la carta de Soonyoung, y calculaba los días que podía tardar en recibir la respuesta. La prometida carta de Chan llegó el martes, dirigida al padre y escrita con toda la solemnidad de agradecimiento que sólo un año de vivir con la familia podía haber justificado. Después de disculparse al principio, procedía a informarle, con mucha grandilocuencia, de su felicidad por haber obtenido el afecto de su encantador vecino el joven Junhui, y expresaba luego que sólo con la intención de gozar de su compañía se había sentido tan dispuesto a acceder a sus amables deseos devolverse a ver en Longbourn, adonde esperaba regresar del lunes en quince días; pues lady Catherine, agregaba, aprobaba tan cordialmente su boda, que deseaba se celebrase cuanto antes, cosa que confiaba sería un argumento irrebatible para que su querido Junhui fijase el día en que habría de hacerle el más feliz de los hombres.

La vuelta de Chan a Hertfordshire ya no era motivo de satisfacción para la señora Hong. Al contrario, lo deploraba más que su marido: «Era muy raro que Lee viniese a Longbourn en vez de ir a casa de los Wen; resultaba muy inconveniente y extremadamente embarazoso. Odiaba tener visitas dado su mal estado de salud, y los novios eran los seres más insoportables del mundo.» Éstos eran los continuos murmullos de la señora Hong, que sólo cesaban ante una angustia aún mayor: la larga ausencia del señor Jeonghan.

Ni Jisoo ni Jihoon estaban tranquilos con este tema. Los días pasaban sin que tuviese más noticia que la que pronto se extendió por Meryton: que los Yoon no volverían en todo el invierno. La señora Hong estaba indignada y no cesaba de desmentirlo, asegurando que era la falsedad más atroz que oírse puede.

Incluso Jihoon comenzó a temer, no que Jeonghan hubiese olvidado a Jisoo, sino que sus hermanos pudiesen conseguir apartarlo de él. A pesar de no querer admitir una idea tan desastrosa para la felicidad de Jisoo y tan indigna de la firmeza de su enamorado, Jihoon no podía evitar que con frecuencia se le pasase por la mente. Temía que el esfuerzo conjunto de sus desalmados hermanos y de su influyente amigo, unido a los atractivos del joven Choi Dojin y a los placeres de Londres, podían suponer demasiadas cosas a la vez en contra del cariño de Jeonghan.

En cuanto a Jisoo, la ansiedad que esta duda le causaba era, como es natural, más penosa que la de Jihoon; pero sintiese lo que sintiese, quería disimularlo, y por esto entre él y su hermano nunca se aludía a aquel asunto. A su madre, sin embargo, no la contenía igual delicadeza y no pasaba una hora sin que hablase de Jeonghan, expresando su impaciencia por su llegada o pretendiendo que Jisoo confesase que, si no volvía, lo habrían tratado de la manera más indecorosa. Se necesitaba toda la suavidad de Jisoo para aguantar estos ataques con tolerable tranquilidad.

Chan volvió puntualmente del lunes en quince días; el recibimiento que se le hizo en Longbourn no fue tan cordial como el de la primera vez. Pero el hombre era demasiado feliz para que nada le hiciese mella, y por suerte para todos, estaba tan ocupado en su cortejo que se veían libres de su compañía mucho tiempo. La mayor parte del día se lo pasaba en casa de los Wen, y a veces volvía a Longbourn sólo con el tiempo justo de excusar su ausencia antes de que la familia se acostase.

La señora Hong se encontraba realmente en un estado lamentable. La sola mención de algo concerniente a la boda le producía un ataque de mal humor, y dondequiera que fuese podía tener por seguro que oiría hablar de dicho acontecimiento. El ver al joven Junhui la descomponía. Lo miraba con horror y celos al imaginarlo su sucesor en aquella casa. Siempre que Junhui venía a verlos, la señora Hong llegaba a la conclusión de que estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que le comentaba algo en voz baja a Chan, estaba convencida de que hablaban de la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella y a sus hijos en cuanto el señor Hong pasase a mejor vida. Se quejaba de ello amargamente a su marido.

—La verdad, señor Hong —le decía—, es muy duro pensar que Wen Junhui será un día el dueño de esta casa, y que yo me veré obligada a cederle el sitio y a vivir viéndolo en mi lugar.

—Querida, no pienses en cosas tristes. Tengamos esperanzas en cosas mejores. Animémonos con la idea de que puedo sobrevivirte.

No era muy consolador, que digamos, para la señora Hong; sin embargo, en vez de contestar, continuó:

—No puedo soportar el pensar que lleguen a ser dueños de toda esta propiedad. Si no fuera por el legado, me traería sin cuidado.

—¿Qué es lo que te traería sin cuidado?

—Me traería sin cuidado absolutamente todo.

—Demos gracias, entonces, de que te salven de semejante estado de insensibilidad.

—Nunca podré dar gracias por nada que se refiera al legado. No entenderé jamás que alguien pueda tener la conciencia tranquila desheredando a sus propios hijos. Y para colmo, ¡que el heredero tenga que ser el señor Lee!¿Por qué él, y no cualquier otro?

—Lo dejo a tu propia consideración.

Orgullo y Prejuicio [JiCheol • Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora