𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓥

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A poca distancia de Longbourn vivía una familia con la que los Hong tenían especial amistad. Sir Wen Minho había tenido con anterioridad negocios en Meryton, donde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero por petición al rey durante su alcaldía. Esta distinción se le ha subido un poco a la cabeza y empezó a no soportar tener que dedicarse a los negocios y vivir en una pequeña ciudad comercial; así que dejando ambos se mudó con su familia a una casa a una milla de Meryton, denominada desde entonces Wen Lodge, donde pudo dedicarse a pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparse solamente de ser amable con todo el mundo. Porque aunque estaba orgulloso de su rango, no se había vuelto engreído; por el contrario, era todo atenciones para con todo el mundo. De naturaleza inofensivo, sociable y servicial, su presentación en St. James* le había hecho además, cortés.

La señora Wen era una buena mujer aunque no lo bastante inteligente para que la señora Hong la considerase una vecina valiosa. Tenía varios hijos. El mayor, un joven inteligente y sensato de unos veinte años, era el amigo íntimo de Jihoon.

Que los Wen y los Hong se reuniesen para charlar después de un baile, era algo absolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, los Wen fueron a Longbourn para cambiar impresiones.

—Tú empezaste bien la noche, Junhui —dijo la señora Hong fingiendo toda amabilidad posible hacia el joven Wen—. Fuiste el primero que eligió el señor Yoon.

—Sí, pero pareció gustarle más el segundo.

—¡Oh! Te refieres a Jisoo, supongo, porque bailó con él dos veces. Sí, parece que le gustó; sí, creo que sí. Oí algo, no sé, algo sobre el señor Kang.

—Quizás se refiera a lo que oí entre él y el señor Kang, ¿no se lo he contado? El señor Kang le preguntó si le gustaban las fiestas de Meryton, si no creía que había muchachos muy hermosos en el salón y cuál le parecía el más bonito de todos. Su respuesta a esta última pregunta fue inmediata: «La mayoría de los Hong, sin duda. No puede haber más que una opinión sobre ese particular.»

—¡No me digas! Parece debido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada.

—Lo que yo oí fue mejor que lo que oíste tú, ¿verdad, Jihoon? —dijo Junhui—. Merece más la pena oír al señor Yoon que al señor Choi, ¿no crees? ¡Pobre Jihoon! Decir sólo: «No está mal.»

—Te suplico que no le metas en la cabeza a Jihoon que se disguste por Choi. Es un hombre tan desagradable que la desgracia sería gustarle. La señora Long me dijo que había estado sentado a su lado y que no había despegado los labios.

—¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Choi hablar con ella.

—Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvo más remedio que contestar; pero la señora Long dijo que a él no le hizo ninguna gracia que le dirigiese la palabra.

—El joven Yoon me dijo —comentó Jisoo— que él no solía hablar mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es increíblemente agradable.

—No me creo una palabra, querido. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Long. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no le cabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Long no tiene coche y que fue al baile en uno de alquiler.

—A mi no me importa que no haya hablado con la señora Long —dijo el joven Junhui—, pero desearía que hubiera bailado con Jihoon.

—Yo que tú, Jihoon —agregó la madre—, no bailaría con él nunca más.

—Creo, mamá, que puedo prometerte que nunca bailaré con él.

—El orgullo —dijo el joven Junhui— ofende siempre, pero a mí el suyo no me resulta ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso.

—Es muy cierto —observó Minghao, que apreciaba mucho de la solidez de sus reflexiones—, es un defecto común, Por todo lo que he leído, estoy convencido de que en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensa a él, hay muy pocos que no abriguen un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunque muchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros.

—Si yo fuese tan rica como el señor Choi —exclamó una joven Wen que había venido con sus hermanos—, no me importaría ser orgullosa. Tendría una jauría de perros de caza, y bebería una botella de vino al día.

—Pues beberías mucho más de lo debido —dijo la señora Hong— y si yo te viese te quitaría la botella inmediatamente.

La niña dijo que no se atrevería, ella que sí, así siguieron discutiendo hasta que se dio por finalizada la visita.





*Presentación en St. James: Significa presentación en la Corte Real del palacio de St. James, en Londres, para ser nombrado caballero.

Orgullo y Prejuicio [JiCheol • Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora