𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓛𝓧𝓘

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El día en que la señora Hong se separó de sus dos mejores hijos, fue de gran bienaventuranza para todos sus sentimientos maternales. Puede suponerse con qué delicioso orgullo visitó después a la señora Yoon y habló de la señora Choi. Querría poder decir, en atención a su familia, que el cumplimiento de sus más vivos anhelos al ver colocados a tantos de sus hijas, surtió el feliz efecto de convertirla en una mujer sensata, amable y juiciosa para toda su vida; pero quizá fue una suerte para su marido (que no habría podido gozar de la dicha del hogar en forma tan desusada) que siguiese ocasionalmente nerviosa e invariablemente mentecata.

El señor Hong echó mucho de menos a su Jihoon; su afecto por él le sacó de casa con una frecuencia que no habría logrado ninguna otra cosa. Le deleitaba ir a Pemberley, especialmente cuando menos le esperaban.

Jeonghan y Jisoo sólo estuvieron un año en Netherfield. La proximidad de su madre y de los parientes de Meryton no era deseable ni aun contando con el fácil carácter de Jeonghan y con el cariñoso corazón de Jisoo. Entonces se realizó el sueño dorado de los hermanos de Jeonghan; éste compró una posesión en un condado cercano a Derbyshire, y Jisoo y Jihoon, para colmo de su felicidad, no estuvieron más que a treinta millas de distancia.

Seokmin, sólo por su interés material, se pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos hermanos mayores; y frecuentando una sociedad tan superior a la que siempre había conocido, progresó notablemente. Su temperamento no era tan indomable como el de Seungkwan, y lejos del influjo de éste, llegó, gracias a una atención y dirección conveniente, a ser menos irritable, menos ignorante y menos insípido. Como era natural, lo apartaron cuidadosamente de las anteriores desventajas de la compañía de Seungkwan, y aunque la señora Chwe lo invitó muchas veces a ir a su casa, con la promesa de bailes y galanes, su padre nunca consintió que fuese.

Minghao fue el único que se quedó en la casa y se vio obligado a no despegarse de las faldas de la señora Hong, que no sabía estar solo. Con tal motivo tuvo que mezclarse más con el mundo, pero pudo todavía moralizar acerca de todas las visitas de las mañanas, y como ahora no lo mortificaban las comparaciones entre su belleza y la de sus hermanos, su padre sospechó que había aceptado el cambio sin disgusto.

En cuanto a Hansol y Seungkwan, las bodas de sus hermanos les dejaron tal como estaban. Él aceptaba filosóficamente la convicción de que Jihoon sabría ahora todas sus falsedades y toda su ingratitud que antes había ignorado; pero, no obstante, alimentaba aún la esperanza de que Seungcheol influiría para labrar su suerte. La carta de felicitación por su matrimonio que Jihoon recibió de Seungkwan daba a entender que tal esperanza era acariciada, sino por él mismo, por lo menos por su esposo. Decía textualmente así:

«Mi querido Jihoonie: Te deseo la mayor felicidad. Si quieres al señor Choi la mitad de lo que yo quiero a mi adorado Chwe, serás muy dichoso. Es un gran consuelo pensar que eres tan rico; y cuando no tengas nada más que hacer, acuérdate de nosotros. Estoy seguro de que a Chwe le gustaría muchísimo un destino de la corte, y nunca tendremos bastante dinero para vivir allí sin alguna ayuda. Me refiero a una plaza de trescientas o cuatrocientas libras anuales aproximadamente; pero, de todos modos, no le hables a Choi de eso si no lo crees conveniente.»

Y como daba la casualidad de que Jihoon lo creía muy inconveniente, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y sueño de esa índole. Pero con frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía su práctica de lo que él llamaba economía en sus gastos privados. Siempre se vio que los ingresos administrados por personas tan manirrotas como ellos dos y tan descuidados por el porvenir, habían de ser insuficientes para mantenerse. Cada vez que se mudaban, o Jisoo o él recibían alguna súplica de auxilio para pagar sus cuentas. Su vida, incluso después de que la paz les confinó a un hogar, era extremadamente agitada. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en busca de una casa más barata y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Hansol por Seungkwan no tardó en convertirse en indiferencia; el de Seungkwan duró un poco más, y a pesar de su juventud y de su aire, conservó todos los derechos a la reputación que su matrimonio le había dado.

Aunque Seungcheol nunca recibió a Hansol en Pemberley, le ayudó a progresar en su carrera por consideración a Jihoon. Seungkwan les hizo alguna que otra visita cuando su marido iba a divertirse a Londres o iba a tomar baños. A menudo pasaban temporadas con los Yoon, hasta tal punto que lograron acabar con el buen humor de Jeonghan y llegó a insinuarles que se largasen.

El joven Soonyoung quedó muy resentido con el matrimonio de Seungcheol, pero en cuanto se creyó con derecho a visitar Pemberley, se le pasó el resentimiento: estuvo más loco que nunca por Dojin, casi tan atento con Seungcheol como en otro tiempo y tan cortés con Jihoon que le pagó sus atrasos de urbanidad.

Dojin se quedó entonces a vivir en Pemberley y se encariñó con su hermano Jihoon tanto como Seungcheol había previsto. Los dos se querían tiernamente. Dojin tenía el más alto concepto de Jihoon, aunque al principio se asombrase y casi se asustase al ver lo juguetón que era con su hermano; veía a aquel hombre que siempre le había inspirado un respeto que casi sobrepasaba al cariño, convertido en objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió unas luces con las que nunca se había tropezado. Ilustrado por Jihoon, empezó a comprender que un hombre puede tomarse con su marido unas libertades que un hermano nunca puede tolerar a un hermano diez años menor que él.

Lady Catherine se puso como una fiera con la boda de su sobrino, y como abrió la esclusa a toda su genuina franqueza al contestar a la carta en la que él le informaba de su compromiso, usó un lenguaje tan inmoderado, especialmente al referirse a Jihoon, que sus relaciones quedaron interrumpidas por algún tiempo. Pero, al final, convencido por Jihoon, Seungcheol accedió a perdonar la ofensa y buscó la reconciliación. Su tía resistió todavía un poquito, pero cedió o a su cariño por él o a su curiosidad por ver cómo se comportaba su esposo, de modo que se dignó visitarles en Pemberley, a pesar de la profanación que habían sufrido sus bosques no sólo por la presencia de semejante dueño, sino también por las visitas de sus tíos de Londres.

Con los Jeon estuvieron siempre los Choi en las más íntima relación. Seungcheol, lo mismo que Jihoon, les quería de veras; ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al llevar a Jihoon a Derbyshire, habían sido las causantes de su unión.

𝓕𝓲𝓷



Muchísimas gracias a todos los que leyeron y apoyaron esta adaptación, espero haya sido de su agrado. Creo que me enamoré más de esta novela al adaptarla 🤭❤ y pues sin más que decir, que agradecerles por todo, nos leemos en otra historia, cuídense

Orgullo y Prejuicio [JiCheol • Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora