El baño de luz

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11 y 37 tenía que apurarme, ya mismo era medio día.

Puse mi mano en la llave para abrir la ducha. Y allí la dejé, respiré hondo, como para llenarme de valor, valor para romper el suave silencio que me había acompañado desde la mañana. El agua comenzó a caer, una pequeña araña que estaba ahí se fue por el desagüe. Me desvestí lentamente, el baño empezó a llenarse de vapor.

Ocupaba todo el lugar, se pegaba en el aire y me asfixiaba lentamente. Se pegaba en cada pensamiento y cada pequeño punto de color. Se apoderaba de todo sin que nadie que lo detenga. No intenté pararlo, lo dejé, se deslizó bajo la puerta ya se fue. Su arma más letal era el miedo y lo sabía. No podía retener los colores ni el aire ni los pensamientos para siempre. Al menos no sin comer un poco de miedo.

Así que solo se fue.

Me metí bajo la ducha, el agua estaba tibia, las gotas me acariciaban poco a poco, cerré los ojos. Y ahí en esa deliciosa tranquilidad me acordé de que ya mismo era medio día y me empecé a asustar, el vapor volvió. Abrí la pequeña ventana negra que había para que se vaya. Pero era demasiado y cuando se fue todo ya era muy tarde.

Pequeños rayos de luz entraron por la ventana. No eran muchos, pero era suficiente para que toda la pieza se ilumine como nunca antes. Me quedé asombrada y me quedé apreciando la belleza de cada pequeño centímetro con esa nueva luz. La alarma de mi teléfono sonó, ya era medio día. Comencé a desesperar, quise cerrar la ventana, pero apenas toqué la luz me di cuenta que no iba a poder. Me sentí completa, se había ido el miedo y nada importaba.

Me puse bajo los pequeños rayos de sol y la pieza se obscureció de nuevo, yo era la barrera. Sabía que no serviría por mucho tiempo, pero me sentí muy fuerte al ver que la podía parar, aunque sea un instante. Me aparté un segundo para parar el agua y poder disfrutar plenamente de mi primer y último baño de luz. Pequeñas gotas comenzaron a rodar por mi espalda, al llegar al suelo se mezclaban con una pequeña capa de agua que quedaba. La luz con el agua eran una masa dorada tibia que enceraban a mis pies en la prisión más bella.

La luz caía más lentamente que el agua, y ese lento movimiento era una dulce satisfacción.

Mi teléfono volvió a sonar, ya eran las doce y diez. La hora en la que la luz es más fuerte, la hora en la que...

Una gota roja cayó en esa masa dorada que había en el piso. Y se quedó flotando, sola. Su soledad duró poco. Empezaron a caer más, cada vez más y más rápido. La luz volvió a invadirlo todo. Me senté, me costaba respirar, me vi en el espejo todo me cabello se había vuelto dorado, un dorado brillante que quemaba. Que quemaba mucho.

Intente evitarlo, pero las lágrimas igual cayeron. No lloraba por el dolor, no lloraba por el hecho de que iba a morir, no, era por ese sentimiento de soledad que había vuelto, más fuerte que nunca. Ya no había nadie, no estaban ni el silencio ni el ruido, ni los colores ni la oscuridad, ni el aire ni la asfixia. Solo quedaba la luz, esa luz que pretendía ser delicia. Esa luz que no era más que un suplicio del que no se podía escapar.

- ¿Cuánto tiempo?
-Ya son tres días.
- ¿Quién?
-Fue la luz.
- ¿Cómo?
-Aquí todo es diferente
- ¿Diferente?
-La luz a las 12 es ...muy fuerte .... y deliciosa y....
- ¿Y?
-Mortal

Después de las 12 (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora