Buzón de voz. Parte 1.

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Era el momento. Alicia tenía que decirle la verdad a Raquel. Lleva semanas ocultándolo y no lo soportaba. Cogió las llaves del coche para ir a la comisaría. Ella estaba de descanso pero a Raquel le tocaba trabajar. Le cabreaba la situación porque hubiesen podido aprovechar el fin de semana para ir a algún pueblo cerca de Madrid pero, pensándolo fríamente, ahora mismo tenía la cabeza en otras cosas. Se puso su abrigo blanco y salió de casa. Coche arrancado. Cinturón puesto. Luces encendidas. Marcha atrás y rumbo a la comisaría. En cada semáforo pensaba en cómo decírselo a Raquel. Estaba tan nerviosa que le sudaban las manos. Aquella mañana ni desayunó porque sabía que si bebía un sorbo de café o se comía una simple galleta, la terminaría vomitando por los nervios. «Alicia, por favor, cálmate. Tampoco le vas a pedir matrimonio.» se repetía continuamente. Quizá pedirle matrimonio era más sencillo que esto.

— Llamar a Raquel.

El coche entendió la orden y marcó su número. 

— ¡Hola! Soy Raquel, en estos momentos no puedo atenderte. Deja un mensaje después de la señal.

— Qué pesada. Ni un día coge el teléfono... — Tras el pitido final del mensaje de voz, Alicia continuó hablando. — Raquel, soy yo. Estoy de camino al trabajo. Espérame que voy a buscarte. Te quiero... Por cierto, he reservado mesa en un restaurante italiano. Ese que está cerca de casa. Te quiero. — Cuelga.

**

Raquel acababa de escuchar la llamada. La esperó sentada en el banco enfrente de la comisaria. Tarda demasiado. Bueno... Es Madrid. Un sábado y a las dos de la tarde. La gente coge el coche para irse de fin de semana o para comer fuera. Habrá pillado atasco. El móvil de Raquel comienza a sonar. Contesta.

— ¿Alicia?
— Raquel, perdona.
— Me tenías preocupada.
— Estoy en mitad de un atasco. Espérame donde siempre o ve mientras a tomar algo a la cafetería. Cuando llegue te hago una llamada perdida.
— Te espero aquí sentada. No tengo ganas ahora mismo de tomar nada. He tenido un día durillo.
— Como quieras. Ahora nos vemos. Te quiero.
— Y yo.

Notó que Alicia estaba nerviosa pero no le dio más importancia. Lo dejó pasar. Mientras esperaba a su pareja, entró a Instagram, Facebook y a unas cuantas redes sociales más. Cuando quiso darse cuenta habían pasado más de cuarenta y cinco minutos. «¿Qué cojones?». Llamó a Alicia. Así cinco veces y la única respuesta que obtuvo fue la de su contestador. «El número al que llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo más tarde». Raquel empezó a preocuparse. Alguien le tocó el hombro.

— Raquel, ¿qué haces aquí todavía?
— Estoy esperando... ¿Y tú?
— Iba a marcharme pero me ha llamado Prieto y dice que tengo que irme con unos cuantos compañeros a un accidente. ¿Esperas a Alicia?
— Sí, es a ella a la que estoy esperando. No me coge el teléfono. Encima tú me dices ahora que ha habido un accidente y estoy al borde de un ataque de nervios.
— No te preocupes. Se habrá quedado sin batería.

Ángel era el mayor apoyo de Raquel. Siempre estuvo ahí en los mejores y en los peores momentos. Raquel sabía que él sentía algo por ella. Sabía que si le daba importancia perderían la amistad. Se abrazaron.

— Anda, vete. Te están esperando.
— Hazme una llamada perdida o mándame un WhatsApp cuando estés con ella. Al final me has dejado preocupado también.
— Lo haré. Que vaya bien la tarde, os queda mucho por delante.

**

Al final, Raquel cogió un taxi y decidió irse a casa. No sabía dónde estaba Alicia y si tenía que estar preocupada lo mejor es estar en casa. Al menos el gato le haría compañía. Volvió a llamarla desde el taxi. El móvil seguía apagado. Para tranquilizarse pensó que quizá el atasco le pillaría en algún túnel y no tendría cobertura. Estaba cansada. Se sentó en el sillón del salón a esperar que Alicia entrase por esa puerta y le dijese que se había perdido. No sería la primera vez. Solo tenía ganas de darle un abrazo. No podía tranquilizarse. Enciende la televisión y pone las noticias.

— Implicados en un accidente en Madrid 3 coches.

Al ver las imágenes a Raquel se le estremeció el cuerpo.

— Hablamos en directo con uno de los inspectores de la Policía Nacional encargados del caso. Inspector Rubio, ¿se saben ya las causas del accidente?.
— Bueno, ahora mismo es demasiado pronto. Hay que buscar pruebas, interrogar a los conductores... Aún no tenemos nada. Todo a punta a un conductor borracho que se saltó un stop.

Allí estaba Ángel, era el único que podría saber si Alicia estaba en uno de los coches implicados. Raquel le llamó. Tampoco le contestó

— Me cago en la puta, ¿es que nadie va a cogerme el teléfono hoy?

A los pocos minutos. Recibe una llamada.

— Raquel. Soy Ángel. Tengo que hablar contigo. — A Ángel le temblaba la voz.
— Dime que Alicia no iba en uno de los coches. Dímelo, Ángel. Por favor. — Raquel temblaba. Necesitaba que alguien le dijese que estaba bien.
— Es ella. Estaba en uno de los coches del accidente. Acaban de llevársela al Hospital de La Paz. Está muy grave. Lo siento mucho, Raquel.

Raquel no pudo responderle. Estaba en estado de shock. Temblaba. Incluso el gato, pudo notar la ansiedad que estaba sufriendo en ese momento. El gato de Alicia, Comisario, se acercó a ella y apoyó su cabecita en la pierna de Raquel. Al mirarlo, Raquel se derrumbó. Se echó a llorar pero solo permitió llorar durante unos minutos. Se levantó. Sin fuerzas y pidió un taxi. No se sentía capacitada para conducir. Montó en el vehículo y fueron directos al hospital. Raquel le pidió que fuese por el camino más corto y más rápido. Al llegar, le dio un billete de 20 euros y no esperó ni al cambio. Salió corriendo del coche y entró al hospital.

— Por favor, señorita. Póngase a la cola.
— Han traído a mi mujer. Quiero decir... A mi novia. Ha habido un accidente. Por favor, en qué planta está. — La recepcionista buscó la información en el ordenador.
— Está en la UVI. No puede pasar. Hable con el médico del caso, el doctor Marquina. Se encuentra en la planta 3.

Salió corriendo por las escaleras. No pudo ni esperar al ascensor. La gente la miraba y pensarían que estaba loca. No le importaba ahora mismo nada. Una vez allí, preguntó a un enfermero que le dijo que el doctor estaba con un paciente y que tendría que esperar a que terminase. Se sentó en una de las sillas de la consulta. El tiempo corría cada vez más lento. Diez minutos más tarde, se abrió la puerta. El doctor salió.

— Disculpe...
— ¿Raquel?
— Sergio... — Él le sonrió.
— ¿Qué...? ¿Qué haces aquí? Madre mía, hacía años que nos veíamos.
— Sergio. Qué coincidencia... Me alegro de verte pero necesito que me ayudes. ¿Eres tú el médico que está atendiendo a una mujer pelirroja que ha sufrido un accidente?.
— Sí, acaban de operarla. Un momento... La conoces... — Raquel volvió a sentarse.
— Es mi pareja. — Sergio se quedó helado. Su expresión cambió por completo. Parece que le acababan de tirar una jarra de agua fría.
— Dios mío, Raquel...
— ¿Cómo está? — Sergio suspiró y cerró los ojos.
— Grave. No te voy a engañar. Aún no se sabe cómo ha sido el accidente. Pero dicen que un hombre borracho se le cruzó, hizo que su coche saliese de la carretera y cayó. Ha sufrido una hemorragia interna, tiene varias costillas rotas y el bebé ha ten... — Raquel le interrumpió.
— ¿Perdón? ¿Qué bebé?
— Está embarazada. De tres meses y medio. — Sergio acababa de darse cuenta de que Raquel no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Simplemente la abrazó.

Raquel no sabía cómo reaccionar. Solo pudo consolarse en los brazos de un viejo amigo.

Raquel & Alicia | ONE SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora