Domingo.

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Los domingos era el mejor día de la semana. Alicia, Raquel y Paula juntas todo el día: cocinando, jugando, pintando y viendo películas. Aquel domingo, Alicia se despertó pronto. Eran las siete de la mañana. «Qué pronto... Para un día que puedo descansar un poco más.». Se puso sus gafas y se colocó en la cama apoyando su espalda contra el cabecero. Cogió el libro que tenía en la mesita de noche pero tiró su reloj sin querer. «Mierda» pensó. Raquel se despertó con el ruido.

— ¿Qué pasa? — Dijo con los ojos entrecerrados y estirándose. — ¿Estás bien?
— No pasa nada, duérmete. Es que se me ha caído el reloj. — Alicia se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

— Voy a levantarme a hacer pis.

— Ya que sales, trae una botella de agua que tengo sed y por no hacer ruido, no quería levantarme. — Raquel asintió con la cabeza y se levantó. Alicia siguió con su libro pero se levantó a subir un poco más la persiana para que hubiese más luz. Veía bien pero le daba paz la luz de la mañana. Al poco, Raquel volvió.

— Toma. — Le dio la botella. — He ido a ver si Paula seguía dormida.

Se volvió a meter dentro de la cama pero en vez de tumbarse con la cabeza en la almohada, puso su cabeza en las piernas estiradas de Alicia. Le acarició suavemente la barriga. Le relajaba y a Alicia también. Raquel estaba tan relajada que casi se queda dormida otra vez. Alicia la miró y dejó el libro de nuevo en la mesilla.

— Raquel, te estás durmiendo. Acuéstate y duérmete otro rato. Si es que es prontísimo...

— Que no. Que si me vuelvo a dormir, no me levanto hasta las once.

— Como quieras...

— Se me ha ocurrido una forma de no dormirme.

— ¿Ah, sí? — Raquel le guiñó un ojo, se incorporó, se sentó en sus piernas y comenzó a besarla. Estaban a punto de desnudarse cuando entró Paula a la habitación.

— Buenos días, mamis. — Miraron de golpe hacia la puerta.

— ¿Qué haces despierta tan pronto, cariño?

— Os he oído hablar... —La niña se acercó poco a poco a la cama — Mami, ¿me lees un cuento? — Se acercó por el lado de la cama donde estaba Alicia y le dio el cuento que traía en las manos. La niña sabía que Alicia no era su madre. Era muy pequeña como para entenderlo pero era muy lista. Igualmente, ella la quería como tal.

— Claro, cariño. — Alicia la cogió en brazos y la sentó en la cama, en medio de Raquel y ella.

Raquel las miraba. Era tan feliz. La vida que siempre quiso: Una mujer estupenda, una hija maravillosa, un perro, un gato y un bebé en camino. No podía pedir más. Ni por todo el oro del mundo cambiaría lo que tenía.

— Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. — Alicia cerró el cuento y lo puso en la mesita junto con su libro.

— ¿Puedo traer otro?

— No, cielo. Hay que levantarse para desayunar.

— ¿Qué quieres para desayunar hoy, Paula? — Le preguntó Raquel.

— ¡Paella! — Alicia y Raquel rieron.

— Paula, eso no es para desayunar...

— Jo...

— ¡Pero podemos hacer paella para comer! — Exclamó Alicia. Raquel y Paula la miraron contentas.

Después de estar un rato dándose abrazos, besos y mimos, las tres se levantaron de la cama y desayunaron. Dedicaron la mañana a hacer las camas, sacaron a Bala, su perrito, de paseo y volvieron a casa para seguir recogiendo. Decidieron terminar de pintar la habitación del futuro miembro de la familia. No quisieron saber si era niño o niña pero la pintaron con tonos blancos y grisáceos. Dibujaron, con la ayuda de unos cuantos tutoriales de YouTube, unas montañas. Paula les ayudó en lo que pudo. Raquel cogió el pincel y le pintó a Alicia en la cara. Ella hizo lo mismo en señal de venganza. Paula se apunto a la pelea de pintura y le pintó el trasero a Raquel. Raquel la cogió en brazos y Alicia le pintó un bigote a la niña. Rieron durante un par de horas hasta que decidieron hacer la comida. Se ducharon.

— Entonces, ¿vais a querer paella para comer?

— ¡Sí! — Contestaron Raquel y Paula al unísono.

— Pues manos a la obra.

Así fue. Empezaron a hacer la paella. Por algún motivo, Alicia sabía hacerla especialmente bien y aunque no le gustase mucho cocinar, tenía talento. Mientras terminaba de cocinarse a fuego lento, jugaron en el jardín. Alicia, cansada, se sentó en una sillas. Veía a Raquel y a Paula y no podía evitar que se le saltasen las lágrimas. «Putas hormonas...». Paula la vio.

— Mami, ¿estás bien? — Corrió a abrazarla.

— Sí, cariño. No te preocupes. — La abrazó con fuerza. Raquel fue corriendo hacia ellas también. Las abrazó. — Bueno, ya vale. — Se separaron y se secó las lágrimas. — Que todavía lloro más y es peor. — Las tres rieron.

Volvieron a la cocina. Comieron y se tumbaron en la cama. Paula se quedó dormida en brazos de Raquel y Alicia se durmió con las gafas puestas mientras leía. Raquel tumbó a Paula en medio de las dos, le quitó el libro y las gafas a Alicia y se acostó con ellas. Colocó sus brazos alrededor de su hija, la acarició y cerró los ojos. Cuando Raquel se despertó estaba sola en la cama. Cogió su bata y bajó al salón, allí estaban Alicia y Paula jugando con Comisario y Bala. Con ternura las miraba desde las escaleras.

— Mira quién se ha despertado, Paulita.

— ¡Mami! — Bala y Paula corrieron hacia Raquel, quien bajó las escaleras para darles un abrazo.

— Hoy estamos cariñosos todos, ¿eh? — Dijo mientras le acariciaba la cabecita a Bala.

— Es día de mimos — Le respondió Alicia desde el sofá acariciando a su gato.

El día terminaba. Habían hecho pizza para cenar. Alicia y Raquel acostaron a su hija, le leyeron un cuento hasta que se quedó dormida y se tumbaron en su cama. Esta vez era Alicia quien tenía la cabeza apoyada en las piernas de su amada. Raquel le acariciaba la cabeza. Cuando le apartaba el flequillo de la frente, le daba un beso. Tierno. Cálido.

— Viviría en un domingo constante, Raquel.

— Hasta que te levantes mañana agotada.

— Sí, eso sí. Hoy no hemos parado. — Alicia se incorporó y se levantó de la cama.

— ¿Dónde vas? — Cogió su libro favorito y volvió a tumbarse en la posición en la que estaba. Comenzó a leerle un poema de Jaime Sabines.

«Te quiero a las diez de la mañana, y a las once,

y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y

siento que estás hecha para mí »

Raquel & Alicia | ONE SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora