Buzón de voz. Parte 2.

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— Disculpe, ¿es usted Raquel Murillo? — Raquel se levantó corriendo de la silla.

— Sí... — De su boca tan solo salió un monosílabo y aún así el cirujano notó su voz quebrarse.

— Soy el cirujano de su pareja. El doctor Marquina me ha dejado al mando de su caso mientras él atiende una guardia. Se encuentra muy débil ahora mismo. Hemos podido parar la hemorragia pero no sabemos cómo va a reaccionar su cuerpo. Ha perdido mucha sangre y las transfusiones no siempre salen bien. Estas 12 horas son claves. Hay que ver cómo avanza.
— ¿Podría pasar a verla? Soy su único familiar ahora mismo.
— No debería... — Suspiró y le sonrió. — pero voy a dejarla pasar. Sé lo que se siente en estas ocaciones.
— ¿Puedo hacerle una pregunta?
— Adelante.
— ¿Cómo está...? ¿El bebé?
— No he querido comentarle nada porque Sergio me dijo que evitase el tema. Quizá no quiso preocuparla más. Tengo que serle sincero y honesto, Raquel. Está grave. Nuestro mejor cirujano pediátrico está llevando un seguimiento pero... Un feto es muy débil. Es un milagro que su pequeño corazoncito siga latiendo.

Al llegar, entró a la habitación. Allí estaba rodeada de cables, envuelta en vendajes, dormida, herida, debatiéndose entre la vida y la muerte y embarazada, la mujer de su vida. Raquel se sentó a su lado. Le cogió la mano. Y no pudo evitar romperse. Estaba al borde del abismo. No sabía cómo gestionar la situación. Ni siquiera era capaz de sentir furia por aquel malnacido que provocó el accidente.

— Alicia, por favor... Quédate conmigo. Dejaré de quejarme porque te dejes los botes abiertos, no usaré más tus abrigos, dejaré de hacer todo lo que sé que te molesta y evitas decirme... pero por favor, quédate. Comisario te necesita. Y yo más aún. No puedo imaginarme mi vida sin ti.

 Raquel nunca creyó en Dios y, aún así, fue lo único a lo que pudo aferrarse en aquellos momentos

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Raquel nunca creyó en Dios y, aún así, fue lo único a lo que pudo aferrarse en aquellos momentos. Rezó y rezó. Lloró hasta quedarse dormida sentada en una silla y con la cabeza apoyada en una cama. No le soltó la mano ni un minuto. Se despertó por la vibración del móvil en el bolsillo de su pantalón.

— ¿Ángel?
— ¿Cómo está...?
— Jodida. De puta pena diría yo.
— Lo siento muchísimo, Raquel. Vamos a pillar a ese cabronazo. Te lo juro.
— Te llamo en unas horas. Voy a por un café.

Colgó el teléfono sin esperar una despedida de su compañero. Cuando iba a salir de la habitación, un médico entraba. Raquel volvió a sentarse.

— Hola, soy el médico de guardia.
— Hola. Iba a por un café...
— No se preocupe. Voy a tardar solo unos minutos. Vaya a por el café.

Raquel le hizo caso. Se levantó y antes de salir por la puerta escuchó algo. Los latidos de un corazón. Débiles pero constantes. Se dio la vuelta y miró al médico.

— ¿Son...?
– Los latidos del feto. Desde que ha llegado usted, han mejorado. — Raquel no podía parar de sonreír. No le quedaban lágrimas y menos de alegría pero no podía evitar emocionarse. Latía una vida. — Diría que hasta ella parece más feliz. — Raquel volvió a mirar a su compañera de vida. Se acercó nuevamente y le acarició la cabeza. El cirujano limpió el gel y recogió la máquina. — Vais a salir de esta. Los tres. Ya lo verá. Me pasaré dentro de dos horas.
— Muchas gracias. Gracias, de corazón. — El joven sonrió a Raquel, asintió como agradecimiento y cerró la puerta despacio.

Raquel & Alicia | ONE SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora