Jardín, vino y jacuzzi.

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Allí estaba él. El hombre que le arruinó su vida y casi su carrera: Alberto. Su ex. Raquel sentía impotencia, rabia... Hasta que entró Alicia a la carpa. Cuando la vio sintió tranquilidad, paz, se sentía segura con ella cerca. Su mejor amigo, Ángel, siempre estaba al lado de Raquel en estos momentos. Entró también a la carpa y se sentó con ella.

— Raquel, te traigo un café... ¿Estás mejor?

— Sí, gracias. — Cogió el vaso de café y dio un sorbo. — ¿Cuándo se marcha?

— Estará un rato más. Tiene que hablar con Prieto y Tamayo y hasta que no vengan ambos...

— Ah, pues qué bien. — Se notó el sarcasmo en su voz.

— Siento no poder quedarme. Tengo que recoger a mi hijo.

— No te preocupes, Ángel. Ya has hecho suficiente. Gracias. — Apoyó su cabeza en el hombro de su compañero durante unos segundos. — Vete, tranquilo. Estaré bien. — Se sonrieron el uno al otro y Ángel le dio un beso en la cabeza. Antes de salir, entró Alicia.

— No te preocupes, Ángel. Ya me quedo yo con Raquel. — Le guiñó un ojo a Raquel. Ella le sonrió en respuesta. — ¿Cómo estás?

— Mejor.

— Yo tampoco puedo verle. Cada vez que me lo cruzo me entran ganas de pegarle un puñetazo.

— Ya somos dos.

Cada vez que veía a su ex-marido a través de los plásticos que cubrían la zona donde estaba ella, le entraban ganas de salir y decirle todo lo que se calló durante años pero seguía con miedo. Le aterrorizaba aquel hombre. Llevaba años sin dormir por las noches. Tuvo que mudarse de casa, cambiar su vida por completo. Alicia la miraba con orgullo. Aunque ahora estuviese hecha polvo, Raquel era una mujer fuerte. Se armó de valor y denunció a su ex-marido. Se alejó de él. Se volvió cada día más y más fuerte. Pero le daba pena verla tan mal después de tanto tiempo. Tuvo una idea.

— ¿Sabes qué vamos a hacer? — Raquel la miró. — Tú y yo nos vamos ahora mismo. En cuanto este hijo de puta salga de la carpa. Nos vamos corriendo.

— Alicia, te recuerdo que estamos trabajando.

— ¿Alguna vez me ha importado a mí eso? No es la primera vez que me voy de la carpa para tomarme un café y... Hacer otras cosas. — Arqueó la ceja y le guiñó el ojo mientras sacaba la lengua.

— Estás loca.

Alicia se levantó y echó un vistazo a la carpa. Ni rastro de aquel ser miserable. Cogió a Raquel de la mano y salieron corriendo. Llegaron al aparcamiento y abrió su coche.

— Sube.

— ¿Dónde vamos?

— Yo qué sé. ¿Me ves con cara de saber lo que hago en algún momento?

— No me tires de la lengua. — Vaciló. — ¿Te recuerd-

— No hace falta — Interrumpió Alicia. — Qué cabrona eres... —Rió. Raquel también.

Condujo durante un par de horas hasta que llegaron a la sierra. Raquel se acordó en ese momento de que Alicia tenía una casa allí. Era de sus padres pero cuando murieron, la reformó.

— ¿Vamos a tu casa?

— Sí, he pensado que allí estaremos bien tranquilas. Nos tumbamos en el jardín, nos bañamos en el jacuzzi y ya verás como te olvidas de todo.

A lo lejos se divisaba la casa. Raquel hacía años que no pisaba aquella casa. Le trajo buenos recuerdos. Recordó la parte de la canción Cuando Suba La Marea. «Han venido a buscarme hoy los recuerdos de los días salvajes». Miró a Alicia. Inconscientemente se mordió el labio.

— Mira, ya estamos llegando. Como se nota el olor a campo.

— Totalmente. — Raquel bajó la ventana del coche y sacó su brazo para notar el viento.

Después de un par de minutos, llegaron a la casa. Alicia bajó del coche para abrir la puerta principal y volvió a montarse para aparcar en el garaje.

— Alicia, estoy flipando. No recordaba esta casa así. Me enseñaste alguna foto pero es más espectacular en persona.

— Como yo. — Guiñó. — Es broma. Por dentro es aún más bonita. No es por echarme flores pero quedó preciosa.

— ¿Como tú?

— Exacto.

Alicia cogió las llaves de casa y bajó del coche. Raquel la siguió. Subieron las escaleras hasta la entrada de la casa. Entraron. Raquel miraba a todos lados sorprendida. Le encantó todo: el color de las paredes, los muebles hasta los marcos de los cuadros.

— Alicia, es espectacular.

— Gracias, tía. Tenía ganas de enseñártela pero no hemos tenido tiempo. Entre una cosas y otras.

— No te preocupes.

— Bueno, voy a enseñártela.

Recorrieron las dos plantas de la casa y el sótano. En la habitación Raquel se fijó en un pequeño porta-fotos.

— ¿Aún tienes esta foto? Me tienes que hacer una copia.

— Claro que la tengo.

Era una foto de ambas en la academia. Tendría casi diez años y estaba intacta. A Alicia le encantaba esa foto. Le traía muy buenos recuerdos de aquella época. Su mejor época física, mental y emocional.

— ¿Un bañito?

— ¿De verdad tienes el jacuzzi? Pensaba que era broma.

— Por supuesto que lo tengo. ¿Con quién crees que estás hablando?

— Ay, discúlpeme, marquesa.

— Disculpada. Está en la parte de atrás. Si quieres ir yendo.

— No he traído bañador.

— Joder, Raquel. Pues en ropa interior.

— Vale. Voy para allá entonces.

— Sí, voy a cambiarme y voy.

Alicia rebuscó en su armario. Se puso su bikini y fue a la cocina. Sacó unas copas y una botella de vino del mueble. Bajó al jardín. Raquel ya se había metido.

— ¿Has traído vino? ¿En serio?

— Hoy es un día para distraerse y celebrar que es el primer día que paso con alguien en esta casa. — Alicia colocó las copas en el borde del jacuzzi y sirvió el vino. Dejó la botella en el suelo de piedra. — Toma.

Ambas bebieron y rieron durante un buen rato.

— Te he echado de menos. Con todo lo de Alberto llevábamos casi un año sin salir.

— Tampoco yo estaba en mi mejor momento.

— Lo sé.

— Pero ahora soy libre y estoy feliz.

— No sabes cuánto me alegro, Raquel.

Se abrazaron durante unos segundos. Ambas estaban orgullosas. Alicia de Raquel y Raquel... de sí misma. El vino comenzaba a hacer efecto. Cuando se separaron, Raquel colocó sus manos sobre las mejillas de Alicia y la besó. Alicia se separó sin entender lo que estaba pasando.

— Raquel...

— Perdón... Perdóname. Es el vino. — Durante unos segundos no se miraron. Se sentían incómodas.

— No tengo nada que perdonarte. — Alicia continuó el beso. Se colocó encima de Raquel. Al moverse, tiró las copas de vino que terminaron hechas añicos. Se rieron y continuaron besándose. Raquel bajaba sus manos por la espalda de Alicia mientras ella entrelazaba sus dedos por su pelo mojado. No era la primera vez que aquello sucedía. Ni sería la última.

Allí bajo la luz del atardecer hicieron el amor. Varias veces.

Raquel & Alicia | ONE SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora