Buzón de voz. Parte III.

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Han pasado dos meses de la muerte de Alicia. Raquel no tenía fuerzas para levantarse en ningún momento de la cama. Tan solo para darle de comer a Comisario, era lo único que le quedaba del amor de su vida. Abría el armario y no podía evitar oler su ropa. Entraba al baño y el mueble estaba lleno de sus perfumes, su maquillaje, su peine. No podía recorrer ni una sola zona de su casa sin pensar en que acababa de perder a la persona que le ha hecho más feliz. Aquella mañana se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban. Hizo la comida y antes de comer, aprovechó para limpiar un poco. Había mucho polvo y lo odiaba pero no había tenido ganas de ponerse a limpiar antes. Llegó al estudio. Tenían una pequeña habitación en la que estaban los ordenadores, agendas y más cosas. Escuchó a Comisario ronronear, le miró y estaba tumbado encima del cojín favorito de Alicia.

— Tú también la echas de menos, ¿verdad, pequeñín?. — Le acarició la cabeza y se dirigió al estudio.

«Raquel, tienes que hacerlo» se dijo a sí misma. Tenía que recoger el escritorio de Alicia. No quería. Pero lo hizo. Empezó por su escritorio. Colocó las libretas y le pasó un trapo a su portátil lleno de polvo. Cuando terminó, se puso con el de su compañera de vida. Se sentó en su silla. Apoyó sus manos en el reposa-brazos. Encendió el ordenador de Alicia. Se derrumbó al ver su fondo de pantalla. Una foto de las dos. Se apoyó en sus manos. En ese momento, notó un roce suave en sus pies. Supo que era Comisario. El gato se acercó a la silla y Raquel lo cogió. Lo apoyó en sus piernas. El gato observaba atento la pantalla. Maulló. Él entendía que algo pasaba. Hacía tiempo que no veía a su dueña.

Raquel se secó las lágrimas y miró las carpetas que tenía Alicia en su ordenador

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Raquel se secó las lágrimas y miró las carpetas que tenía Alicia en su ordenador. La mayoría documentos del trabajo y fotografías de ambas. Su viaje a París, a Milán y a Nueva York. Fotos en restaurantes comiendo, en el Parque del Retiro de Madrid tumbadas en el césped, fotos que le hacía a Raquel cuando ella no miraba entre otras muchas.

Entró a otra carpeta. Tenía contraseña. Raquel se extrañó. Probó muchas: su fecha de nacimiento, la suya propia, la fecha de su aniversario... Hasta que cayó en que la más probable sería: el nombre de su gato. Tecleó "Comisario" y se abrió la carpeta descubriendo muchos documentos. Era como una especie de diario. Raquel los leyó. Sin poder contener las lágrimas. Le temblaban las manos con cada palabra que leía. Todo era sobre sus citas, sus sentimientos. Era la forma que tenía Alicia de desahogarse. Llegó a uno llamado "Raquel". Lo abrió.

«21 de febrero de 2020.

Estoy escribiendo esto mientras observo a Raquel dormida. Es ella. Siempre lo he sabido. Sé que es ella la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida. Aún no le he dicho que estoy embarazada. No tardaré muchos días más. Sé que después de decírselo nuestra vida cambiará por completo. Llevamos tiempo buscándolo. Y, por fin, ha sucedido.

Raquel, no sé si en algún momento, leerás esto pero solo quería decirte que te quiero. No siempre ha sido fácil. No siempre HE sido fácil y, lo siento. Contigo he aprendido que el amor no es ver la vida en blanco o negro. El arcoiris se queda corto. Contigo me he sentido rosa, me he sentido azul. Toda una gama de colores que nadie podría imaginar.

A veces, me he reído de ti mientras estabas dormida y roncando. Siempre te enfadabas conmigo cuando me quejaba de lo que roncabas por las noches. Pero, no me importa. Me encantaba hacerte rabiar. Rectifico, me encanta. Hoy, cuando estábamos cenando te he preguntado que dónde nos ves en diez años. Te has reído y me has dicho que «Ojalá en un piso de Nueva York.» Yo me he reído porque conocía la respuesta. He fingido que me gustaban cientos de películas de Julia Roberts solo porque a ti te gustaban. Siento mentirte pero me hace tan feliz verte soñar con Pretty Woman. Nuestro amor también puede ser de película. Pero yo no soy Richard Gere.

Me he dado cuenta de que ya no soy la chica dura que pretendía ser. No quería enamorarme. No quería tener debilidades. Antes de conocerte no sabía querer. Te he querido desde los 22 y te querré hasta los 113 años. Ya te he dicho más de una vez que yo pienso durar bastante y dar la lata. Antes de ti, no era yo. Me has enseñado tanto que tengo miedo de perderte y no saber seguir un camino. Me has enseñado hasta a hacer la cama en condiciones. A meter las sábanas y las mantas por debajo del colchón para que no se salgan.

El día que nuestro hijo o hija crezca le contaré que fuiste TÚ la que cambió mi vida. Mi rutina. Fuiste tú y solo tú, Raquel. Solo tú.

Hemos sido fuego, pasión, un pulso continuo, un mar desbocado e inestables.

No me enrollo más. Yo seguiré mirándote como bailas mientras limpias, admirándote y queriéndote como el primer día.

Siempre tuya, A.»

Raquel sintió como si aquella carta llegase del más allá en forma de despedida.

Raquel & Alicia | ONE SHOTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora