Capítulo 2 | segunda parte

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El semblante del chico mudó de golpe. Si alguien regresaba de entre los muertos, era probable que tuviera su languidez y la expresión iracunda que me devolvía su mirada.

Sus dedos atraparon con rudeza mi muñeca, disimulando el agarre con la posición de su cuerpo, que se acercaba al mío peligrosamente.

Me revolví para liberarme del agarre con los labios apretados en una fina línea, sorprendida y encolerizando bajo la atenta examinación de sus enormes ojos de un imponente color cielo; una tonalidad que solo había visto en otra persona en mi vida cuando apenas era una chiquita.

— Escúchame, loca — siseó hablándome a escasos centímetros de mi rostro — A mí no me vas a amenazar. Me banco que tengas un despertar de perros y me trates como la mierda sin armar ningún escándalo, pero no me retes si no quieres que...

— ¿Si no quiero, qué? ¿Tú si crees que me puedes amenazar? — le interrumpí, alzando un poco el tono de voz. Su otra mano se posó con delicadeza en mi boca, nada que ver con el agarre de mi muñeca que, por cierto, fue aflojando poco a poco.

Y así nos mantuvimos unos segundos. Mirándonos fijamente, él manteniendo sus dedos sobre mis labios y yo crucificándolo en mi imaginación sin vehemencia.

— ¿Ocurre algo, señores?

Una azafata peinada con un imponente moño nos escudriñaba curiosa con las cejas arqueadas y el brazo apoyado en la butaca de delante. No sé cuántos segundos pasaron mientras nos mirábamos. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya habíamos despegado y que las señales del cinturón estaban apagadas, indicando que los pasajeros podíamos desabrocharlos y movernos por el avión.

Por fin ricitos de oro quitó con parsimonia su mano de mis labios y volvió a subirse las gafas de sol que se habían convertido en una armadura.

— Para nada — respondió él, esbozando la mejor de sus sonrisas.

La azafata sonrió de vuelta con cortesía y acto seguido me miró a mí, esperando que lo corroborara.

— Sí, fíjese que sí pasa algo. Este señor...

Sentí como el cuerpo del susodicho se tensaba inmediatamente y, aunque había girado mi cara y no podía ver su semblante, me imaginaba la expresión turbia de su inmaculado rostro. Sonreí para mis adentros.

— Me está ayudando a calmarme porque tengo muchas nauseas. Lo he pasado terrible en el despegue y me siento algo mareada.

Mentí arrastrando las palabras. Pero qué bien lo hice. Escuché un suspiro de alivio a mi izquierda y una mirada preocupada a mi derecha.

— Oh, ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Una botella de agua? ¿Unas galletas integrales para asentar su estómago?

Negué, adquiriendo un semblante lastimero.

— ¿Cree que podría ir a otro lugar del avión? ¿Algo más espaciado? Siento que me ahogo aquí atrás, como que me da asco...

Pude percibir como el muñequito de plástico entornaba los ojos.

— ¡Por supuesto! Déjeme mirar si en la primera fila tengo un hueco libre, solo espere un momento.

Asentí musitando un gracias suave y manteniendo una sonrisa (falsa) dulce hasta que la mujer giró sobre sus talones.

— Ni me agradezcas — Aseguré, segundos después de que la mujer avanzara unos pasos — Fue justicia divina. En realidad soy vegetariana y no mandaría al matadero ni a una cucaracha.

Él sonrió. De verdad. Como si aquello le hubiera causado gracia realmente.

Yo lo fulminé.

Y de nuevo cruzamos las miradas. Un picor extraño avanzó por mi espina dorsal. Se sentía como un rayo de electricidad que se expandía. Mi respiración era un tanto agitada, aunque a priori no era algo especialmente raro en mí. Era un puro nervio. Felipe de vez en cuando me llamaba fosforito. Pero por primera vez en mucho tiempo dudaba que aquella sensación fuera obra de mi innata hiperactividad.

Él se movió en el asiento, estirando su mano rosada hacia mi.

— Creo que hemos empezado con mal pie. Soy...

— Me importa un cuerno quien seas  —lo interrumpí, haciéndole perder progresivamente aquella sonrisa de tarado que se le había dibujado instantes antes — Y tampoco me importa si el resto de pasajeros te conocen y te joden el viaje — afirmé mientras me desabrochaba el cinturón.

En ese preciso instante, regresó la azafata con una sonrisa dulce en los labios.

— Le encontré un buen lugar junto a la ventilación. Allá seguro que se siente mejor, pero lamentablemente no logré conseguir otro para su amigo.

— ¡Perfecto! Quiero decir, que no importa, él seguro que se pierde en la lectura y tampoco me hace mucho caso. No se preocupe.

Esbocé una sonrisa y tardé medio minuto en ponerme en pie y recoger mis cosas. No sin antes golpear un par de veces al rubio con mi mochila por el puro placer de cumplir mis objetivos de niña berrinchuda. Lo aceptaba y no me escondía por ello.

Y así, sin más, sin decir ni un escueto "chau" o voltear, me fui de aquel espantoso asiento con peor compañía, siguiendo los pasos de la azafata.

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora