Capítulo 6 | primera parte

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Me sorprendí a mi misma apartando con furia los elementos que yacían sobre la mesa para quitar de mi vista aquellas notas desaboridas que solo hacían que avergonzarme. Escuché como la taza de té, ya vacía, reventaba contra el suelo y se hacía añicos, así como caían las múltiple hojas, ahora convertidas en bolas de papel arrugadas, que se habían ido amontonando los últimos días a mi alrededor. Y todo fruto de mi ausente inspiración. ¿Cómo podía estar escribiendo algo tan sumamente infecto? Era frustrante que cada día me costara más conectar con aquellos personajes. Pablo y Marizza eran entes completamente opuestos, que se deseaban y se aborrecían, representaban todo lo oscuro y podrido de la humanidad y, a la vez, reflejaban aquellas motas de luz y esperanza que hacían que la vida no fuera tan insufrible. O al menos, ese era mi objetivo. Pero estos días solo conseguía escribir monólogos absurdos que para nada mejoraban el guion de Malezas. De hecho, solo estaba empeorándolo. Y lo que es peor, haciendo que odiara mi propia historia. Cada vez veía más lejos la oportunidad de presentarme a la Muestra Latinoamericana de Teatro Contemporáneo con una buena propuesta. Y no sabía si mi ego de artista aceptaría el golpe de tener que esperar dos años más para hacerlo. Dos-malditos-años-más.

Pasé la mano por mi cabello, agarrando momentáneamente unos mechones de mi entre castaño y rojizo cabello como si quisiera arrancarlos. Por suerte no estaba tan loca como para eso, pero sí que comenzaba a desesperarme. El zumbido del silencio acrecentaba aún más ese pesimismo que me carcomía sin contemplaciones. ¿Dónde había quedado el entusiasmo con el que había amanecido el lunes?

«Ah, sí. Benjamín», resumí en mi mente con enquina.

Podía recordar lo incómoda que me había hecho sentir en aquella especie de merienda con Luna y su familia, después de hacer ver que flirteaba conmigo para, no sé qué mierda, y luego hacer creer a la camarera que era su pareja.

Para colmo, poco después teníamos las miradas de todo el lugar sobre nosotros porque, ¡sorpresa!, la gente podía reconocerlo. ¿En serio no se había planteado encerrarse en su casa? Evidentemente tuvimos que aguantar el acoso de sus seguidores durante un buen rato porque, como no podía ser de otra forma, el rubio era incapaz de ignorar a sus seguidores. Pueden imaginar lo divertido de aquellos 45 minutos. No sé cómo, pero finalmente logré huir tras besar la mejilla de Luna y prometerle que iría a verla pronto.

Debía reconocer que su cercanía me impresionó un poco. Era buen actor, eso seguro. La intensidad con la que me miraba cuando nos quedamos a solas (bueno, con Maxi pero para él no existía nada más que los vídeos que se reproducían en el teléfono) y aquellas frases tan sacadas del libreto de una mala novela consiguieron ponerme nerviosa. Por no hablar de su credibilidad cuando hizo creer a la camarera que estábamos juntos. Le basto solo con un comentario y una naturalidad que me dejó con la boca abierta. En otras circunstancias no habría reparado en ello y simplemente lo habría ignorado, pero cuando ese grupo de fans se acercó a saludarlo sentí que mis pies me gritaban "¡Lárgate!" antes de que creyeran que conocía de algo al actorucho. Lo único que me faltaba era que alguien me relacionara con ese energúmeno.

Emití un jadeo quejoso cuando el cristal de la taza se hincó en la carne de mi dedo corazón. Rápidamente lo llevé a mi boca para sanar el corte con mi saliva. Ardía. En ese momento entendí porque se le llamaba así: era como si todos mis latidos se concentraran ahí. Pensé que era una torpe porque estaba ensimismada en mis pensamientos, pero el sonido del timbre me hizo darme cuenta de que no. Había sido el sobresalto de escuchar la puerta lo que hizo que me hiriera superficialmente. Al fin y al cabo, no esperaba a nadie.

Fruncí el ceño y estuve tentada a no abrir. No conocía a nadie. Sin embargo, la insistencia me hizo recapitular. Igual y era un vecino que, al ver que la casa volvía a estar ocupada, quería asegurarse que había alguien de la familia y no cualquiera que hubiera decidido colarse en la cabaña.

— ¡Ya va! —contesté con desgana con el dedo aún en la boca.

Un espejo situado justo al lado de la puerta me devolvió una imagen pésima de mi. Aguanté un resoplo. Llevaba el cabello totalmente despeinado, unas ojeras azuladas marcaban el cansancio, la frustración y el insomnio causado por las pesadillas en mi blanquecino rostro. Y mi atuendo no mejoraba en absoluto. Llevaba un pijama rosa y un jersey gris que me cubría hasta mis muslos.

«Realmente pensaran que soy cualquier loca que se coló», pensé.

— ¿Qué haces tú aquí? —espeté incrédula, a la par que enojada, con los ojos abiertos como platos y un tono acusador, al encontrarme al actorucho de cuarta parado frente a mi puerta, con el brazo apoyado en el marco y esbozando una sonrisa burlona. Siempre esa maldita sonrisa burlona. Me enfermaba.

— Buenas tardes, Camila. Aunque... —paseó su mirada y ladeó la cabeza— parece que para ti recién comienza el día.

Apreté los dientes y los hice rechinar justo antes de azotar la puerta en sus narices. Si había venido a reírse de mi, en mi cara y en mi casa, no iba a permitírselo. De hecho, no le daría nunca esa oportunidad.

Sin embargo, el chico había colocado estratégicamente su pie en la trayectoria de la puerta y no logré mi cometido. Bufé.

— Mira, niñito, no estoy para tus tonterías. Si tienes algo que decir, hazlo de una vez y desaparece de mi vista —dije, poniendo mis brazos en jarra.

— ¡Qué carácter! —se quejó él con actitud socarrona mientras paseaba su mirada por el interior de la cabaña desde la entrada — ¿No vas a invitarme a pasar?

Puse los ojos en blanco.

— No. Habla. —formulé tajante.

Y de nuevo volvió a reír. Siempre se reía. ¿Qué narices le pasaba por la cabeza de ese rubito? ¿Tenía algo más que cabello?

— Ah no, claro que no. No voy a colaborar así, no puedes maltratarme con tanta impunidad. Yo venía en son de paz a trasladarte un mensajito de mi abuela pero si no te importa, me regreso y le digo que se olvide de ti.

Me mordí la lengua para no insultarlo, pues que mencionara a Luna era lo suficientemente importante como para contener mi desprecio hacia él. De hecho, inmediatamente adopté una expresión de preocupación.

— ¿Cómo? ¿Le pasó algo a Luna? ¡Habla, no te quedes callado, imbé...! —reprimí el insulto al verle arquear las cejas y, tras farfullar un par de maldiciones, abrí la puerta completamente. Fruncí el ceño al verlo allí, pasmado con su actitud petulante — ¿A qué estás esperando? Pasa, que hace frío.

— No te preocupes por mi, voy bien abrigado —dijo él provocador.

— Qué me importa...

— Quizás si tú te pusieras un pantalón no tendrías tanto frío —contestó él tras entrar en la cabaña — Estamos a seis grados fuera.

Al voltear con un gesto fastidiado lo vi recorrerme y prestar especial en mis piernas desnudas.

Ahogué un quejido. Claro que llevaba pantalón, simplemente me parecía más cómodo si era corto. Y me gustaba la sensación de llevar calcetines y un jersey largo. Gruñí al darme cuenta de que mentalmente me justificaba.

—Si puedes, antes de irte recuerda repetírmelo.

— ¿Por qué? —preguntó él sin evitar una pequeña risa.

— Para que pueda apuntarlo en la libreta de opiniones que me importan una mierda —añadí, entornando los ojos.

Su risotada inundó la cabaña y yo simplemente me crucé de brazos.

— ¿Puedes decirme de una vez qué haces aquí? —pregunté desconfiada.

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora