Capítulo 9 | sexta parte

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Y entonces pensé que así era cómo se debía sentir alguien en pleno paro respiratorio. Me olvidé completamente de cómo funcionaba aquello de inspirar el aire para inflar los pulmones y exhalarlo para sobrevivir. Simplemente no recordaba cómo se hacía. Y mi corazón desbocado tampoco colaboraba en esa, ahora ardua, tarea. Al parecer mi fachada tenía más grietas de las que deseaba admitir. ¿Cómo sino una sola frase podía desordenar con tanta facilidad una mente y un cuerpo acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo, siempre inalterable por nada ni por nadie?

Camila Bordonaba, la insensible, el témpano de hielo, se sentía completamente vulnerable y excitada por la propuesta de ese rubio de rostro angelical y cuerpo infernal...

¿El frío de Neuquén simplemente desapareció o era yo que me estaba derritiendo?, me pregunté.

—Estás loco —murmuré casi en un susurro, negando con la cabeza, incapaz de enfrentar ese par de ojos celestes que me robaban el aliento. Más difícil se ponía aún cuando los cálidos últimos rayos del sol los hizo vibrar a contraluz. Eran hipnóticos.

Él me miró a una distancia tan corta que me era posible percibir el sonido de su respiración turbada. Sus jugosos labios siendo acariciados por su lengua se me antojaban como nada en la vida y la forma en la que me observaba, como si fuera la única mujer sobre la tierra, no me ayudaba a reaccionar. Al contrario, me sumergía en una espiral confusa y contradictoria.

—No puedo negártelo —admitió— porque en estos cinco días lo único que he tenido ganas de hacer ha sido probarte una y otra vez. Sin interrupciones —afirmó bajando el tono de su voz — Como un demente.

Benjamín encendía en mi fuero interior una mecha tan sumamente caliente con tan solo una mirada, un comentario y un roce. Le bastaba eso para poner patas arriba mi vida y hacerme dudar de mi propia idiosincracia.

La dualidad se encadenaba a mí y no sabía si escapar o sucumbir.

No hacía ni dos semanas que lo conocía (si se podía afirmar tal cosa), no sabía nada específico de él, y yo, infringiendo todas y cada una de mis reglas de oro, le había dejado la puerta entornada para que entrara en mi vida, le había allanado el camino para que se colara.

Una risa sofocada escapo de mi garganta con sorna para intentar salir de aquel embrujo que me paralizaba.

—¿Depende de si estoy con otro pibe que me beses? ¿Esa es la regla tácita de los neandertales? ¿No meterse con mujeres ajenas? —dije poniendo los ojos en blanco.

Él hizo una mueca.

—No. Es porque te respeto. Porque veo que me deseas tanto como yo a ti. Creo que la Camila menos racional ya me habría partido la boca. Lo que no sé es si te arrepentirías después. Y es lo que trato de saber: si besarte ahora te haría mal porque existe alguien más a quien no quieres dañar.

Posó su gélido pulgar en la curva de mi labio inferior erizándome la piel.

—No sé qué te hace creer que me muero por besarte —le dije sintiendo el roce de su dedo en mi labio al hablar.

Él deslizó su pulgar tirando hacia abajo mi labio inferior. La caricia provocó en mí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo a la velocidad de la luz. ¿Estábamos jugando con fuego? Porque, si así era, iba a quemarme y se sentía delicioso.

—La forma en la que te abalanzaste sobre mí el sábado me alentó— dijo esbozando una sonrisa de lado totalmente inocente...

La franqueza de su voz, de sus palabras, de su expresión facial, podría llegar a ser sumamente insultante si no tuviera más razón que un santo. Si la noche del Júbilo lo llegué a golpear por nuestro acalorado acercamiento, aquella tarde lluviosa en el teatro fui yo quién casi acaba devorando al otro por completo sobre una butaca. No tenía voluntad ni vergüenza como para negarle haberme abalanzado sobre él porque, sinceramente, sí que lo había hecho.

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora