Capítulo 3 | segunda parte

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« ¿Qué más podría ser? Puestos a ser imaginativos... Muchas cosas. Algunas malas, otras peores. Cosas que pudieran escaparse de la lógica y que Camila no quería darse el gusto de explorar. Cosas a las que se negaba rotundamente. Encriptadas e ininteligibles solo para ella. No eran apreciaciones que la pelirroja estuviera dispuesta a reconocer. Ni públicamente ni en petit comité »

Convine que, la verdad, estaba bastante de acuerdo con su definición de «esto». Aunque fuera extraño y no acabara de entender a donde quería llegar con esa denominación, aquel trayecto solo sería un equilibrio de actos.

Antes de que pudiera arrepentirme y continuar vagando por la carretera bajo la inclemencia meteorológica, accedí a que el conductor del remise (el cual más tarde descubriría que se llamaba Julián gracias a la placa identificativa que colgaba del espejo retrovisor) subiera mi maleta al vehículo.

Opté por sentarme en el asiento del copiloto. Francamente, me sentía más cómoda si el rubio y yo estábamos separados. Al fin y al cabo no dejaba de ser un desconocido. De nuevo: equilibrio de actos, sí. Conjunción de espacios, no. Gracias.

Disfruté silenciosamente de la temperatura del interior del monovolumen. Sentía como si me estuvieran descongelando poco a poco: progresivamente los dedos empezaron a entrar en calor, igual que la nariz y las rodillas.

Apoyé mi brazo sobre el sello de la ventanilla para reposar mi cabeza sobre la palma de mi mano. Momentáneamente observé, a través del retrovisor, al chico sentado justo detrás de mi, que parecía entretenido con su teléfono móvil.

Reconozco que su actitud ausente me permitió analizarlo un poquito.

Nariz redondeada, labios carnosos y espesas pestañas entre las que se enredaba un flequillo dorado irregular. Atributos enmarcados en una mandíbula hexagonal y una barbilla pronunciada. ¿Eso que tenía justo sobre el labio era un pequeño lunar?

«Un muñeco», pensé, reprimiéndome a entornar los ojos.

Agradecí que el rubio no hiciera ningún comentario sobre mi decisión de acompañar al conductor y no a él. Bueno, desde que habíamos llegado a nuestro insólito acuerdo y yo había puesto un pie dentro del coche no me había vuelto a dirigir la palabra. De hecho, tampoco la vista.

El sonido del motor era marcado. En mi posición, apoyada contra la ventana, el ruido era aún más ensordecedor. Pero si afinaba el oído podía distinguir también el de las ruedas deslizándose sobre el asfalto, como un sonsonete que se repetía. Un pequeño bache. Y de nuevo la fricción de la goma por el pavimento.

La carretera era como un arrullo que provocaba en mi unas ganas tremendas de cerrar los ojos y sumergirme hasta encontrar los brazos de Morfeo.

Los párpados pesados.

La garganta seca.

El descontrol del cuerpo, que sucumbe poco a poco al apagón de la mente.

— Estamos por entrar al pueblo, señorita. ¿Por dónde sigo?

La pregunta de Julián me sobresaltó. Tanto que di un pequeño bote. No sabía cuánto tiempo llevaba atrapada en mi ensoñamiento.

Pude escuchar una risa suave, pero jocosa, a mis espaldas. ¿Me estaba mirando?

Fruncí el ceño.

— Koessler dirección General Roca —respondí de una, intentando no parecer somnolienta, acomodándome en el asiento para observar el camino que abría paso ante mis ojos.

De repente me sentí como una instrusa a la que no la aguardaba nada ni nadie. Después de tanto tiempo sin pisar aquella tierra, la sensación era agridulce. Por una parte deseaba llegar a la cabaña, recorrer con los dedos los muebles que con tanta pasión cuidaba la abuela Celestina, encender la chimenea de la salita y acurrucarme junto a ella mientras la nieve amenazaba con acaecer. Por otra, temía que todo fuera tan diferente que sintiera aquel lugar que me vio crecer como algo ajeno. El barrio, los vecinos, todo habría cambiado. Y aunque buscaba la soledad cuando decidí viajar los 1.500 kilómetros que separaban San Martín de los Andes y Buenos Aires, no sabía si estaba preparada para enfrentarla.

— ¿Estás bien?

Sentí el peso de sus dedos sobre mi hombro.

Me estremecí y lo miré de lado. Se había incorporado hacia adelante y me observaba con el ceño fruncido.

Me di cuenta de que mi mentón seguía arrugado e intente recomponer mi inexpresividad característica.

— Sí, perfecto.

«A saber qué cara de loca he puesto para que se haya dado cuenta», me lamenté.

Lo vi haciendo un mohín con los labios de incredulidad, pero volvió a echarse para atrás, apoyando la espalda en el respaldo del asiento. Devolvió su atención al teléfono, que aunque no tenía sonido, vibraba. Vibraba todo el tiempo.

Mis expectativas estaban empezando a cumplirse. A través de la ventana comenzaba a ver instalaciones que no estaban edificadas años atrás. Los campings y resorts se sobreponían y la carretera se llenaba de carteles que indicaban decenas de actividades de ocio.

— ¿Salas de rocodromo? ¡Pero si estamos en los Andes! — no pude contener las palabras y escuché que tanto Julián como el rubio (del que no sabía el nombre, por cierto) dejaban ir una risa.

Yo no pude evitar sonrojarme levemente.

— ¿Hace mucho que no viene por aquí, señorita? —preguntó el conductor, sin apartar la mirada de la carretera pero procurando mantener un tono escrupulosamente educado.

— Seis años. Creo —reconocí.

— Eso es mucho tiempo — dijo el hombre, asintiendo como si las piezas del rompecabezas de pronto encajaran — Todo esto cambió radicalmente. Se convirtió en la joya turística de Neuquén. Vienen visitantes de todas partes. Incluida gente que, como usted bien dice, prefiere subir una pared que disfrutar de escalar la cordillera.

— Qué bárbaro... — Admití, negando con la cabeza.

— Esto ya es Koessler.

La voz del ocupante trasero emergió de nuevo. Su voz sonó tosca y profunda.

— Sí. Julián, si no cambiaron las direcciones, creo que a la tercera isla de casas puede girar a la derecha. Y dejarme ahí.

— Pero eso no es General Roca, señorita — apuntó él, avispado.

Me encogí de hombros.

— Preferiría hacer el último tramo a pie — dije, sin apartar la vista del frente.






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¡Hola!

Antes que nada quería escribiros esto porque, aunque he podido responder algunos mensajes, hasta ahora no os había agradecido la acogida a la novela. Me siento afortunada de tener lectores esperando capítulo cada día y os aseguró que me da mucha alegría saber que la disfrutan. Adoro escribir, por eso me hace tanta ilusión que quieran compartir este viaje ficticio de Benja y Cami conmigo.

Os animo a dar vuestra opinión, por favor

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Os animo a dar vuestra opinión, por favor. Por ejemplo: ¿Os gusta la dinámica de dosificar cada capítulo en tres partes o preferiríais que hiciera los capítulos más compactos?

El trabajo me impide publicar cada día, pero siempre que pueda haré actualización diaria. Especialmente, el fin de semana.

Miles de gracias de nuevo ♥️

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora