Capítulo 9 | tercera parte

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Estiré mis brazos desperezándome un poco mientras exhalaba aire sonoramente. Al moverme golpee la pata de la mesa con mi pie y la media docena de botellines de cerveza, ya vacíos, se tambalearon un poco. Solté una pequeña risa aunque intenté no hacer más ruido. Feli se había quedado dormido en el sofá y casi que roncaba. Suponía que el viaje fue cansado y, como había entrado temprano al trabajo para poder salir antes y empezar este fin de semana largo, el alcohol había actuado como un sedante. Yo misma sentía la cabeza un tanto turbia tras la ingesta de mis tres botellines. No estaba acostumbrada a beber y entre la borrachera de la semana anterior a base de licor y esto me daba cuenta de que ser bebedora social era terrible. No era para nada mi estilo.

Gatee hasta llegar a la chimenea encendida para atizar la leña y mantener el fuego vivo, ya que afuera todavía hacía frío. La imagen de las incandescentes llamas se clavaba en mis pupilas y el crepitar de la madera me relajaba, me hacía sentir como en casa. Me transportaba a aquellos años en que la abuela preparaba chocolate a la taza en la cocina mientras yo calentaba mis pies y mis manos tras regresar de la escuela. También lo hacía cuando ya vivía en Buenos Aires y venía de visita durante las vacaciones de invierno. Esa hermosa chimenea, sencilla y vetusta, era un pozo de recuerdos. Dejé que mis párpados cayeran y se cerraran presos de esa armónica melodía natural. Mi nariz y mis mejillas ardían por el contacto con la calima. Se sentía bien. Relajada. Suspiré.

La paz me duró poco, ya que el sonido de la puerta me hizo aterrizar de nuevo en la realidad. De inmediato el timbre me estrujó el corazón, ya que tan solo imaginaba dos opciones plausibles para explicar el hecho de que alguien apareciera en mi casa a última hora de la tarde en un lugar en el que los conocidos podía contarlos con los dedos de una mano. Temía que fuera una mala noticia, por ejemplo que le hubiera pasado algo a Luna, y a la vez me inquietaba la posibilidad de que el innombrable se hubiera atrevido a poner un pie en la cabaña tras desaparecer casi una semana entera. Algo parecido a una bocanada de bilis mezclada con cerveza se agolpó en mi tráquea y me levanté con parsimonia, con los nervios a flor de piel y la cabeza un tanto enmarañada por la bebida.

Fuera quien fuera, volvió a insistir, llamando al timbre. Yo me intenté apresurar para no despertar a Feli, quién se removió pero continuó roncando como un tronco. El pulso me temblaba mientras abría el cerrojo y contuve la respiración hasta el instante en que aquel par de zafiros brillantes se clavaron en los míos como espinas. Controlé el temblor de mi labio inferior y pasé una mano por mi flequillo.

Estuve a punto de abrir la boca para increparle, pero se me adelantó nada más leer mi expresión molesta.

—Hola —musitó él con esa sonrisa ladeada que lo hacía ver tan sexy mientras mantenía su brazo apoyado contra el marco de la puerta.

Tragué saliva pesadamente. No podía entender cómo ese hombre podía ser tan sumamente guapo. Unas ligeras ojeras azuladas coronaban sus ojos, de esas que salen por el cansancio, y sin embargo lucía como el protagonista de una novela. Y esa barbita tan apetecible. Aun podía recordar el tacto de ese vello en mi cuello y se me erizaba toda la piel. Viéndolo ahí parado solo podía empatizar con Eva: ese hombre lucía como el pecado original y aun así desearía el destierro, la mortalidad y la condena al infierno antes que dejarlo escapar.

—¿Podemos hablar, Cami?

Claro que no. Felipe estaba ahí adentro y no quería tener que dar explicaciones a ninguno de los dos. Quise negarme, pero mis ojos cayeron de manera instantánea en la maleta que descansaba entre sus piernas, cosa que me hizo fruncir el ceño. ¿Se iba o regresaba? Ojalá que se fuera a la mierda sin billete de vuelta, pensé sintiendo como la tensión engarrotaba cada músculo de mi cuerpo.

—Este... No, Benjamín, no... no es un buen momento —repuse, acariciando mi sien. No podía pensar ni responder con claridad por el shock de tenerlo ahí parado. Malditas birras, gruñí internamente.

Su semblante se torció y lo vi recortar distancias.

—Ei ¿Te sientes bien? ¿Has estado bebiendo?

—Córtala. No te hagas el buenito conmigo y mucho menos vengas de cuida —repliqué alzando las manos en señal de recelo.

Él frunció el ceño.

—Sí, tienes razón. Yo... solo te robaré unos minutos. Recién regreso de Montevideo y quería aclarar algunas cosas...

—Ajá... —dije con aire distraído, deseando que los ronquidos de Feli no llegaran hasta él.

—Sobre lo que pasó, o más bien pudo pasar, en el teatro —insistió, creo que dándose cuenta de mi nerviosismo.

—Sí.

—Camila, ¿me estás escuchando?

—Obvio —Me insulté internamente al cerciorarme de que solo respondía con monosílabos.

—Bien, entonces déjame pasar y lo hablamos —dijo el rubio con toda la lógica del mundo.

Hizo el ademán de entrar y creo que vislumbró el cuerpo de Feli en el sofá porque se pasó una mano por la barbilla, me miró con confusión, después con sorpresa y acto seguido con incomodidad.

—Vaya, no estás sola.

Yo apreté los labios y me encogí de hombros.

Benjamín desvió su mirada hacia otro lado unos segundos mientras se mordía los carrillos internos de las mejillas como si fuera un mecanismo de autocontrol. Yo sentía que me enternecía al verlo hacer ese mohín con sus apetecibles labios, pero a la vez era consciente de que su expresión se ensombrecía y aquello, inconscientemente, me alegraba un poco.

—¿Quién...? —Él mismo frenó su pregunta, a sabiendas que yo podía basurearlo— Disculpa, no tienes que darme explicaciones de nada...

—No, claro que no. De hecho, eras tú quién quería hablar, no? —musité, humedeciéndose los labios.

—Sí, pero ahora lo que quiero es no molestarte más —respondió de pronto, con la voz ronca, antes de agacharse a recoger su maleta y recular los pocos centímetros que había avanzado para adentrarse en el recibidor.

—Benja... —lo llamé por el diminutivo, haciéndolo frenar. Sin embargo no volteó a verme. Hice una pausa unos segundos y me aclaré la garganta— Voy a buscar una chaqueta y me cuentas...

Mi planteamiento pareció molestarle. Se giró a mirarme con sus seductores ojos entrecerrados haciendo que la bufanda que llevaba al cuello también se moviera.

—No. No quiero arruinarte ningún plan.

Arquee las cejas. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Estaba el galán de Telefe, Benjamín Rojas, completamente celoso por algo que ni siquiera sabía del cierto? ¿Estaba dando por hecho que estaba con un hombre y se estaba comiendo su herido orgullo de macho argentino? Y aunque así fuera, ¿con qué derecho se enojaba por ello? Resoplé audiblemente.

—Espérame en el columpio del porche, ahora vengo —sentencié sin darle crédito, como si no percibiera su desdén, justo antes de cerrar la puerta.

Tenía serias dudas de que realmente me hiciera caso y, mientras subía las escaleras para coger algo más de abrigo, me cuestioné si al salir me encontraría con él o con la soledad.

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Como pueden ver, las quiero compensar por mi ausencia (involuntaria). Además creo que la idea del maratón les gusta... no se diga más.

Benja is back!!!!

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora