Capítulo 2 | primera parte

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Miré de reojo a mi nuevo vecino. Sí, al mismo al que hacía escasos minutos había cortado el rostro de una sin venir a cuento. Vale, lo reconocía: era una mandada y una bocazas que pecaba de comportarse como una maleducada más habitualmente de lo que era capaz de darse cuenta. Aquella ocasión era, sin duda, una de esas veces en las que debía admitir mi culpabilidad. Y no me malinterpreten, no quería escurrir responsabilidades, simplemente no fui consciente. No sabía si era porque estaba cansada y no pude soportar que me despertaran de la primera vez en semanas que conseguía cerrar los ojos, o era el nerviosismo instalado en mi estómago, creciendo sin control por el camino que emprendía, lo que me había hecho reaccionar de aquella manera berrinchosa con un desconocido que, dicho sea de paso, tan solo me pidió algo lógico. Y educadamente.

Me sorprendió intuirlo con gafas de sol y un libro entre sus manos. Era temprano y apenas pasaban unos pocos rayos de sol por la ventanilla. ¿Por qué se había tapado los ojos? Tampoco es como si unas ojeras producto del madrugón fuera algo que el resto de pasajeros no pudiera obviar. Y definitivamente no era el mejor complemento para leer.

Quizás debería disculparme. Esta no es la mejor manera de comenzar un viaje de reconstrucción personal, me cuestioné.

Pero viniendo de mi dar ese paso era tan difícil como escalar el Himalaya. ¿Qué le decía? Ei, disculpa, tengo un mal despertar. Patética, Camila.

Oí murmullos en la fila contigua a la nuestra. Un par de chicas cuchicheaban mirando en mi dirección.

Siguieron haciéndolo unos instantes más sin ninguna pena o disimulo.Fruncí el ceño y me toqué el cuello.

Diablos, estás exageradamente paranoica, pensé.

Una señal de megafonia me hizo reaccionar. Era un mensaje desde la cabina del piloto.

«Buenos días, señores pasajeros. Soy el capitán Aguilar, les agradezco su confianza en nuestra compañía y que nos hayan elegido para su viaje»

La voz varonil del piloto se mezclaba con los murmullos, cada vez más irritantes, de aquel par de adolescentes. ¿Qué problema tenían? Me toqué el cabello, acomodándolo.

Percibí que el chico de mi izquierda se movía visiblemente incómodo también. ¿Será que también le molestaban ese chismorreo?

«En breves momentos despegamos. Les rogamos a todos que permanezcan en sus asientos con el cinturón abrochado»

— Es en serio, podría reconocer a ese bombón en cualquier parte.

— No jodas, Paola. Podría ser cualquier pibe guapo que se le parece. ¿Qué va a hacer un famoso en una aerolínea low cost?

Así que era un famoso lo que tenía a esas adolescentes al borde de un ataque de nervios.

Un momento.

Algo en mi cabeza hizo un clic. Recordé al matrimonio que esperaba pasar el control de seguridad del aeropuerto junto a mí. Creo que ese chico de ahí es un actor famoso, había dicho el entrañable home.

— Ya. Puede que tengas razón. Pero no sé, me gustaría comprobarlo. Si es él, te juro que me muero.

«Les dejo en buenas manos. Victoria, Eusebio, Claudio y Daniela resolverán sus dudas e intentarán hacer de su viaje un suspiro»

Giré mi rostro para observar al chico, ahora sin disimulo. Él parecía entestado en tapar su rostro con el libro. Aparentemente, lo leía concentrado.

«No duden en llamarlos si requieren cualquier cosa mediante el botón campana que tienen sobre sus cabezas. Muchas gracias por su atención»

— Te propongo un trato: si me haces el favor de no decir nada, te firmo los autógrafos y me hago las fotos que quieras contigo — dijo el chico con una voz ronca y apenas audible, sin apartar el libro de su rostro.

Tardé unos segundos en darme cuenta de que era mi vecino de butaca y que se dirigía a mi.

— No me mires así. ¿Qué esperas, que te invite a cenar o te pida matrimonio? — replicó con tono burlón, emulando mi pregunta retórica de antes.

Me quedé petrificada momentáneamente. ¿Acababa de...? Abrí la boca para protestar pero vacilé. Un sonido incrédulo se escapo de mi garganta y miré a mi alrededor como si buscara la complicidad del aire.

— ¿Trato? — insistió él.

— ¿Pero, pero... Tú quién diablos te crees que eres? — espeté, con el ceño fruncido a más no poder y la mandíbula tensa.

Él retiró su libro, que había mantenido en todo momento erguido tapando su rostro, e hizo bajar las oscuras gafas de sol a la mitad de su tabique nasal, solo lo justo para enseñar sus enormes ojos celestes. Y el muy estúpido esbozó una sonrisa de esas típicas de galán de telenovela que seguro había hecho desmayar a más de una. A mi sólo me provocaba nauseas.

¿Qué mierda de respuesta era aquella?

Tomé una bocanada de aire antes de mirarlo fijamente a los ojos para encararlo con decisión.

— Te propongo una alternativa. Me das una sola razón válida para no cruzarte el rostro y, de paso, yo no empiezo a gritar que has intentado meter tu asquerosa mano por debajo de mi vestido.

Mis ojos oscuros se clavaron en los suyos mientras lo retaba. Sus pupilas se dilataron instantáneamente.

— Si lo que quieres es pasar desapercibido, no te atrevas a molestarme con tus boludeces, muñequito de plástico.

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora