Capítulo 9 | cuarta parte

550 47 14
                                    

Pero no, él no era tan escurridizo como yo y no se había largado aún teniendo la oportunidad de hacerlo. Cuando cumplí con mi palabra y salí a su encuentro lo vi esperándome, con su perfecto cuerpo completamente rígido y su mirada perdida en la isla de cabañas contiguas. Odiaba sentirme como una completa tarada a la que se le nublaba el entendimiento, pero era muy complicado tener intactos los cinco sentidos cuando estaba frente a ese bombonazo y albergaba tres cervezas en el organismo.

Tomé una bocanada de aire y me acerqué discreta, sin hacer demasiado ruido, a aquel descansillo un poco elevado donde colgaba el antiguo columpio que mi padre construyó. Me gustaría decir que mi mente maquinaba un arsenal de preguntas y de respuestas ocurrentes mientras me aproximaba para lidiar con la extraña sensación que me embargaba, pero no era así. Estaba demasiado sorprendida por su presencia como para darmelas de ingeniosa.

Benjamín volteó instantes antes de que llegara hasta él. Sin embargo, y sorprendentemente, no me sostuvo la mirada. Metí las manos en los bolsillos de mi anorak y aguardé unos segundos en silencio esperando que él se decidiera a romperlo.

La habitual verborrea del rubio no llegaba y eso hacía que el desagradable hormigueo que me provocaban los nervios me carcomiera por dentro.

Tosí un poco para aclararme la garganta y para incitarle a hablar sin ningún tipo de sutileza.

—Y bien... me gustaría escuchar lo que tienes para decirme —plantee con suma diligencia, esbozando una sonrisa torcida, a pesar de que realmente estaba impaciente por oírle— Supongo que debe de ser importante si te has dignado a venir hasta aquí.

Sí, ahí estaba la primera pulla que se me escapaba. Contrólate, Camila, me dije.

Él se encogió de hombros y por su silencio era evidente que no se sentía del todo cómodo. Eso solo hacía que acrecentar mis ansias por saber. Había pasado días cuestionándome el porqué de su "desaparición" y esa maleta que traía consigo podía ser la respuesta. ¿Habría tenido que viajar por cuestiones personales o profesionales? No es como si quisiera exigirle una explicación, claro, simplemente él parecía interesado en darme algo parecido. O al menos a mí me había dado esa impresión. 

—Es complicado —anunció.

Y entonces me miró. Y lo digo así porque lo hizo de una forma indescifrable, como si yo fuera lo único que existía en ese lugar y todo lo demás hubiera desaparecido. Era una sensación tan extraña y mágica que me hizo anhelar un contacto con él que, en realidad, no estaba segura de poder materializar.

Presa de la inseguridad por mis propias reacciones y expectante por oír lo que quería decirme, lo animé a iniciar la conversación con un movimiento de cejas.

Respondió con un bufido inicialmente.

—Déjalo. No era tan importante —musitó por fin, enmudeciendo al penetrante silencio. Sus palabra hicieron que un poco de vaho escapara de su delirante boca por las bajas temperaturas— Siento haberte molestado para nada... no sabía que estabas ocupada. Soy un idiota.

Una mueca de incredulidad se dibujó en mi rostro. Solo una estúpida podía tragarse eso y me enojaría de sobremanera si se pensara que yo lo creería. De tonta no tenía ni un solo pelo colorado. No había duda.

—¿Me estás verseando? —inquirí tras chasquear la lengua— Vienes a mi casa a última hora de la tarde de un jueves, aparentemente directo desde el aeropuerto, me pides hablar conmigo casi insistiéndome... ¿Y no era tan importante? —Le solté imitándole, mientras me acercaba al columpio a su derecha y me sentaba en él.

Noté como su mirada celeste seguía todos mis movimientos. Para camuflar el efecto que tenía en mí, comencé a mecerme en el columpio arrastrando un poco los pies al hacerlo.

—Creo que ambos podemos hacer el esfuerzo de hablar como dos personas civilizadas... —comenté.

Las ansias por saber estaban por desestabilizarme pero quería saber de una vez por todas qué había venido a hacer a mi casa. Lo hice así porque me di cuenta de que debía ser paciente y no alterarle si no quería quedarme con la duda.

Vamos, no actuar como Camila Bordonaba durante unos minutos por imposible que me pareciera aquel reto.

Él se rascó la nuca y asintió, más como un autoconvencimiento que como una respuesta.

—Lo que quería decirte era que... era importante, sí —empezó con voz queda y dudosa— Pero ahora ya no tiene caso —hizo una pausa y tras observarme fijamente, bufó— Joder, esto es jodidamente ridículo.

Me detuve de balancear y levanté la vista con el ceño fruncido. La actitud enigmática del rubio me estaba aturdiendo.

—Uy. No me vengas con libretos de actor de tira de sobremesa —lo presioné— Comienzas a estresarme y, conociéndome, no sería agradable para ninguno de los dos —dije ya con un tono de voz molesto.

Camila, contrólate, me repetí.

Suspiré y me incorporé del columpio, mirándolo desde una distancia prudente.

—Vamos, Benja. No te estoy entiendo y créeme que quiero hacerlo —repliqué más calmada y con genuino interés— Has dicho que querías aclarar lo que había casi ocurrido en el teatro. Me parece perfecto que lo hablemos.

Estaba dispuesta a escucharle decir lo que quisiera decirme. Incluso era capaz de encajar que  me viniera a confesar que se arrepentía de haber sobrepasado algún límite y que por eso no se había atrevido a encararme hasta ahora.

Él se llevó las manos a la cara para frotarla y después me miró con la mandíbula tensa como si estuviera en pleno debate interno.

—No sé quién de los dos es actor y está haciendo un papel —replicó mordaz— Pero está claro que el de ingenua no te queda nada.

Fruncí el ceño.

—¿Qué dices? —La sorpresa mezclada con indignación surcó mi rostro para finalmente hacerse presente en forma de sonrojo. Tuve que morderme el labio inferior para contener un "tarado" que se postulaba como culminación de mi cuestionamente.

—¿Realmente no te das cuenta de nada? ¿No ves que es rarísimo hablar contigo de que casi nos acostamos en el teatro cuando hay otro tipo estirado en el sofá de tu casa? 

Su voz sonó ruda pero con un deje de evidencia que me contrarió.

Batí mis pestañas un par de veces presa de la perplejidad, una sensación que incrementó al oír la risa amarga del chico. Claro que me había dado cuenta de su expresión al ver a Felipe en el sofá, pero no entendía a qué punto quería llegar. ¿Acaso le importaba realmente o se había puesto celoso como yo había imaginado anteriormente?

Hice una evidente mueca de desprecio con los ojos muy abiertos y apreté los puños de ambas manos, aún dentro de los bolsillos del anorak, con fuerza.

—¿Has estado bebiendo? —ahora fui yo quién hizo esa pregunta— Mira que no se te ve muy maduro cerebralmente y esa droga podría llegar a ser extremadamente nociva para tu salud.

¿En serio estaba siendo tan reduccionista como para asociar que el hecho de que un hombre estuviera dormido en el sofá de casa de una mujer era el equivalente a sexo, relación o pareja?

Señales; una historia #BenjamilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora