—Poco quedaba de mi tío. Pero lo iban a velar en su hogar, como se hacía allí. A mi prima Luisa y a mí nos dejaron en casa de unos vecinos que tenían una hija, Gabriela, de nuestra edad...
—Yo soy la mayor —me dijo de entrada, al llegar—. Ahora que viniste a quedarte te conviene saberlo. ¿Cómo te llamas?
—Florencia.
—¡Qué feo hablas y qué feo nombre!
—No soy de aquí, vengo de Madrid, ¿sabes dónde queda?
—¡A quién le importa eso! —me contestó—. ¿Por qué se tienen que quedar en mi casa? ¿No tienes casa?
—Sí que tengo y muy bonita, pero está lejos —le dije—. Estuve cuando pasó lo del tío y nos trajeron aquí para que no estemos durante el velorio.
—¿Estuviste? ¡Todo el mundo habla de eso! —se excitó, morbosa—. Dicen que tu tío se hizo añicos, no quedó nada. Papilla. Sólo pedacitos.
—¡No hables así de mi tío!
—Hablo así porque estoy en mi casa. Si te molesta vete. Además, por suerte no tengo que dormir esta noche con Luisa. ¿Sabías que cuando un padre se muere visita a sus hijos de noche y se mete en el cuerpo de la persona que duerme con ellos, para hablarles? ¡Hoy se va a meter en tu cuerpo para hablar con Luisa! ¿No te da miedo tener un espíritu dentro?
—¡Tonterías! —dije—. Eres una tonta. No hablo más contigo.
Recordé que, durante el día, me había burlado del comentario. Pero al anochecer, inmersa en la sofocante oscuridad, temía a la posible visita del espectro de tío Raúl. Me negaba a cerrar los ojos. Escuchaba el sonido de pisadas invisibles y creía percibir sombras, gruñidos. Roces, contra los vetustos muebles de roble de la habitación. Las antiguas maderas de pino del suelo crujían: se asemejaban a los pasos de las almas en pena, al igual que los escalones al estallar. El aleteo de los punzantes mosquitos, parecía el de vampiros que pretendían extraernos toda la sangre del cuerpo. Las indescifrables sílabas de algún ser del Más Allá, susurrada en nuestros tímpanos, el revolotear de algún cascarudo confinado en nuestra habitación.
—Por la noche, allí, todo se me hacía posible. Mantener los párpados levantados era una tarea heroica... Finalmente, se me hizo la luz y me acordé de que el tío nos quería mucho a su hija y a mí. Nunca me haría daño. Así pude dormir y anestesiarme de toda la realidad...
—¿Viste a tu tío? —me preguntó, al día siguiente, la niña.
—Sí —le contesté—. ¡Fue espantoso! Vino de noche y se me metió en el cuerpo. Pero me dijo que como éste es tu cuarto, mañana viene y se mete en el tuyo.
—¡Ay, nena, nena! —exclamó Pire, riendo.
—Tampoco nos dejaron ir al entierro. Yo creía que era injusto... Que nos dejaran en lo de esa niña tan horrible... Y me escapé. Fui hasta la casa y vi el féretro, allí. Cerrado. Comprendí por qué no podían abrirlo. A pesar de haber hecho enemigos muy poderosos en Brasil, había mucha, mucha gente. Le hacían un último homenaje. Miré a mi madre y a la tía. Las dos lloraban a lágrima viva. Por eso no habían querido que asistiéramos, para ahorrarnos el mal trago. ¡¡Yo estaba tan triste!! Volví a correr hacia el río. Volví a ponerme encima del puente y a mirar el agua... Esta vez, sin el menor rastro de temor. Al fin y al cabo, todo lo que me había pasado era peor... Desee, con toda mis fuerzas, estar en otro planeta. Lejos de tanta tristeza. Me desmaterialicé y materialicé tan rápido que, por un instante, no percibí ningún cambio. Porque seguía viendo mi reflejo sobre el agua.
NOTA.
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LA MAGIA DE LA IMAGINACIÓN (novela terminada).
Teen FictionTal vez tú desearías estar en mi lugar: soy una chica que, ante una situación difícil, difícil de verdad, puedo teletransportarme. La primera vez fue después de ser testigo de un asesinato. Y la más curiosa me sucedió esa noche, después de hacer el...