Prefacio

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Giré mi cabeza hacia todas direcciones, asegurándome de no tener ninguna mirada encima antes de descender hasta el bosque de las hadas. Esperaba no meterme en problemas, pero las moras que crecían cerca del río, eran las más deliciosas que había probado en mi larga vida.
Sonreí al sentir el césped entre mis dedos, había decidido guardar mis zapatillas en el morral que colgaba en mi hombro, si se llenaban de fango, dejaría huellas y me descubrirían.

Camine unos cuantos metros escuchando el cantar de las aves, me agacho un poco y aumento mi velocidad al ver a un grupo de hadas, lo último que quería era que me llevaran con su rey.

—¿Qué...rayos?- cuestiono a la nada en un murmuro

El arbusto de moras estaba casi destruido, sus pequeñas ramas se encontraban rotas, las hojas adornaban el suelo al igual que las manchas moradas por las frutillas aplastadas. Abro mis ojos alarmada, un rastro de sangre ensucia las verdes hojas, rodeo el arbusto y sigo el camino que deja este líquido.
Cubro mi boca para no gritar, me inclino sobre el cuerpo y acerco mi oído a su nariz, si aún respira. ¿Debería pedir ayuda? Dudo que alguien atienda a mi llamado, estábamos en tiempo de guerra. Suspiro y sostengo las manos del desconocido, camino de espaldas, arrastrándolo hasta una de las cuevas cerca de la gran cascada.
Hago una mueca viendo la gran herida que abarca su torso, salgo y busco alguna hierba medicinal, para hacer una pomada.

—Debí traer a Elizabeth.- me quejo terminando la mezcla

Limpio el sudor de mi frente con el dorso de mi mano, tomo unas grandes hojas que usaría como vendaje. El chico aún está ahí, su respiración es lenta y su rostro mantiene una expresión de dolor.
Me siento sobre mis piernas junto a su cuerpo, suelto un gritito asustada cuando su mano sujeta la mis, evitando mi tarea de curarlo.

Levanto mi mirada hasta sus ojos, profundos y oscuros, llenos de confusión y enojo, suelta un quejido y aprieta sus labios al sentarse. El contacto visual dura unos minutos más, en silencio.

—¿Quién eres?- su voz es dura al igual que su expresión

—Yo...eh, solo intentaba ayudarte.- intento sonreír, viendo la marca negra en su rostro- Estas mal herido, había mucha sangre.

—¿Quién eres?- repite ahora más suave, sus ojos se posan a mis espaldas- ¿Por qué me ayudas? Estamos en guerra.

—La guerra es estupida, deberíamos preocuparnos por otras cosas.- bufo y él suelta mi mano- Solo por ser de razas diferentes no los hace malos, ¿o si? La rivalidad está en la Deidad suprema y el Rey demonio, que luchen ellos.

El rubio parece pensar unos segundos, agacha su cabeza y veo como sus labios se curvean levemente.

—No me has dicho tu nombre.- habla burlon

—¡Oh, cierto!- rio suavemente- Soy Asuna, ¿y tú, chico destructor de moras?

—Me llamo Meliodas, chica pacifista.

Sus ojos vuelven a contactar con los míos, ahora son verdes y alegres.

Y ese fue el comienzo.
Ese pequeño acontecimiento, que nos llevó a otros, enredando nuestro futuro y destino.
Fue la razón de la marca en mi tobillo. El juicio que dictó mi pecado, el panda de la indiferencia.

Ese fue el motivo de mi maldición.



🐼🐼🐼🐼🐼

Sé que la indiferencia no es un pecado.
Y con "indiferencia" no me refiero a la ignorancia como tal, si no como hacer algo aún sabiendo que lleva a muchas consecuencias.

Mi pecado, mi maldición [Ban]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora