Prólogo

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                Septiembre 18, 2019

Hanna jones

Estaba sentada en la oficina del señor Clayn cuando su teléfono sonó en la mesita de al lado de su sillón. Me pidió disculpas antes de contestar y ponerse de pie para salir de la habitación. Apoyé mi espalda en la parte de atrás del sofá y me dispuse a observar por la ventana de cristal a mi lado izquierdo, en aquella pared blanca. Suspiré cuando un pensamiento cruzó por mi cabeza. Un año más. Un año más y tú aún no regresas Thiago. Aún no regresas a por mí en este mundo que cada vez se convierte en una mierda más.

Cuanto te extraño Thiago. No sabes las ganas que tengo de poder abrazar tu cuerpo, aunque fuese una última vez más. Pero supongo que esa última vez fue tres años atrás.

La puerta de la oficina es abierta una vez más —Lo lamento tanto, Hanna. Era mi esposa que ha tenido un pequeño problema con el bebé esta mañana—se acercó hasta su sillón de un verde raro y asqueroso, para tomar su chaqueta negra—. ¿Te molesta si dejamos la cita para mañana? —pregunta mirándome mientras se pone su chaqueta.

Negue con la cabeza—No, para nada, señor Clayn. Para mi está muy que sea mañana—dije al ponerme de pie y él sonrió—. No me siento muy bien y quiero ir a casa.

Me acerco a la puerta después de desearle que pase un feliz resto de la tarde, cuando su voz me detiene cuando ya estoy con la mano en la perilla de la puerta y esta entreabierta.

—¿Hanna? Una cosa más.

—¿Sí?

Vi que sonrió—Ya deja de llamarme Klayn. Llámame, George.

Sonreí. Ahh, ¿pero por qué? Me gusta llamarlo Clayn.

—De acuerdo—le dije con una sonrisa—, George. Adiós.

—Adiós, Hanna.

Cerré la puerta amarillenta detrás de mí y empecé a caminar por el pasillo.

Sali a la carretera después de saludar a Katherine la recepcionista del edificio y subí a mi coche rojo. Cuando estuve detrás del volante, coloqué mi frente en el respirando pesadamente. No sé porque me estaba asfixiando en este momento. No me sentía así desde hace un año después de... después de... De la muerte de Thiago. Sí, desde ese momento.

Traté de tranquilizarme un momento cuando mi celular sonó en el interior de mi bolso negro.

Empecé a rebuscar en el cuándo lo tomé del asiento del copiloto y todo cayó al suelo del coche. Mierda, mierda, mierda. Tengo que tranquilizarme un poco. Necesito tranquilizarme solo un maldito momento. Solo haz lo que te dice el terapeuta Clayn: solo respira un momento con los ojos cerrados. Olvida todo a tu alrededor y respira profundo. Luego suelta el aire despacio y tah da.

Deje caer el bolso en mis piernas y me sujete del volante volviendo a estar en la antigua posición.

Pasaron los minutos y aún me encontraba con la cabeza apoyada en el volante. Abrí mis ojos y me encontré con todo muy diferente a Londres. Una calle solitaria y casas de colores diferentes. Vi aquella casa a poca distancia de un color azulado y la reconocí al instante.

Estaba pensando en la cita de con el señor Klayn de hace unos días. Había tomado mi vuelo para volver a Seattle olvidando la cita con el terapeuta. Once horas de viaje y estoy exhausta. Pronto anochecerá.

Miré a mi derecha por la ventana del copiloto y allí estaba esa casa, ahora pintada de un color anaranjado. Pero muy lindo y dulce a la vez. Parpadeé cuando vi a mi padre salir de la casa con unos shorts, unas sandalias y una camiseta verde oscura y sin mangas.

El hombre caminaba hacia mi sonriente y volví a parpadear antes de recordar que estaba estacionada en esta calle por más de una hora. Había vuelto de Londres a la ciudad que dije que nunca volvería. Y mírenme ahora. Incumpliendo una promesa de hace años, solo para pasarme algunos días con mi querido padre que aún vive en Seattle. He venido por motivos de su cumpleaños.

Hanna—me llamó tocando el cristal de la ventana con el puño.

Meneo la cabeza de un lado a otro—Lo siento, pa—dije. Pero estaba tan segura de que no pudo llegar a escucharme.

Abrí la puerta del piloto y bajé del coche para rodearlo e ir a abrazar a mi padre.

—Hola, nena—dijo cuando me tuvo en sus brazos y sentí ese abrazo fraternal tan dulce y cálido. Necesitaba uno de esos hace mucho tiempo.

—Hola, papá —dije sin soltarme de su abrazo cálido.

—¿Cómo estás nena?

—Bien—le dije mirándolo unos momentos—. ¿Cómo has estado?

—Mejor que ayer—sonrió—. Y echándote de menos.

—Yo igual, pa—volví a colocar mi cabeza en su hombro.

—Y ya está aquí. ¡Ha regresado!

Me alejé de los brazos de mi padre para girarme hacia aquella voz. Y no puede ser. Vi a aquel rubio que caminaba hacia nosotros con unos jeans desgastados, vans oscuros y una camiseta verde. Mi cara se pone seria mientras él se acerca con una sonrisa y un chico pelirrojo detrás de él.

—¡Hanna!—dijo el rubio subiendo a la acera con los brazos abiertos y me atrapó con ellos.

Estaba inmóvil. No sabía qué hacer en estos momentos. Mi cabeza dio varias vueltas y me sentí mareada. Una ola de recuerdos invadió mi cabeza y mis ojos se posaron en aquella ventana en el segundo piso de la casa de enfrente. Una ventana de doble hoja.

Tragué en seco.

—Es bueno tenerte aquí después de dos años.

—Jeremy—dije arrastrando las palabras.

Seattle, Jeremy, ventana y recuerdos de aquella noche. Aquel viernes 13 de junio.

¿Qué estaba haciendo yo en este lugar? ¿Por qué tomé ese vuelo para volver a la ciudad que me destruyó por dentro? ¿Por qué estaba aquí?

Pero eso tenía respuesta: Por mi padre.

Después de ti © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora