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Habían pasado tres semanas desde que había iniciado mi servicio. Luego de que él se haya ido, o por lo menos que su voz haya bajado de volumen en mi cabeza, comencé a relajarme mucho más alrededor del doctor Min. Si bien, aún su sangre me llamaba, podía controlarme y controlarlo. No habíamos vuelto a ir a su casa y con el paso de los días pude darme cuenta que reemplazaba su sudadera de cuello de tortuga, por suéteres finos con cuellos redondos o de V. Los de V eran los peores. Pero, como no estaba en los días oscuros, era relativamente fácil estar a su alrededor y ver su pálido cuello. 

Sin embargo, cuando finalmente pude ver la zona que mordí en unas cuantas ocaciones, me di cuenta de algo. Había una cicatriz. No era gruesa, ni grande. Era exactamente dos pequeños puntitos, separados exactamente en la distancia de mis dos colmillos. Yo no era un vampiro, mis colmillos no eran diferentes, ni crecían, sin embargo, sí se volvían ligeramente más filosos y puntiagudos, nada exagerado como sale en las películas. Y, aunque luego de haber sido poseído no dudaba que existieran ese tipo de seres ―pues nunca me he topado con alguno de ellos―, yo sabía que era humano, por lo menos la mayor parte del tiempo. 

Lo único que no mem gustaba de ser poseído por un demonio como lo era él, era que siempre en la semana oscura, cuando tenía más control sobre mí, yo era borde, intolerante y a veces frío. Todo lo contrario a mi verdadera forma de ser. ¿Lo peor de todo? Es que yo intentaba imitar esos rasgos por más tiempo, para que no sea notorio que posiblemente haya algo malo en mí. Para mi desgracia, yo no podía ser así todo el tiempo, iba en contra de mi propia naturaleza. 

―Eres tan dulce, Jiminie ―me sonrió una señora, había estado ahí desde hace tres días, tenía una cirugía para eliminarle un tumor encontrado en su abdomen. Me partía el alma verla, era un poco más joven que mi abuela cuando la diagnosticaron. Según el doctor Min, no tenía nada qué preocuparme, no era maligno, solo era una pequeña bola de grasa que le causaba un poco de dolor. Aun así, me preocupaba demasiado, por eso me encargaba de cuidarla de más. 

―Aish, señora Kim ―sonreí tímido. Incluso tienes las putas mejillas rojas, qué patético ―. Sabe que no me molesta atenderla, para eso estoy aquí. 

Ella sonrió enternecida ―. ¿Cómo va la escuela, muchacho? ¿Esto no te absorbe demasiado? 

Negué con la cabeza mientras checaba que su sonda estuviera bien colocada y el goteo estuviera en el conteo correcto ―. No, el doctor Min me deja hacer mis tareas cuando no hay cosas nuevas qué enseñarme o cuando él se encuentra en cirugía y yo no puedo entrar. 

―El doctor Min es demasiado guapo, ¿no lo crees? 

Mis ojos rápidamente se abrieron cuando escuché aquél tono de dobre sentido detrás de sus palabras. Ah, mire que no me había dado cuenta, eh. 

Reí un poco nervioso, ignorando por completo los susurros de él ―. ¡Aigo, qué dice, señora Kim! 

―Vamos, Jiminie ―rió ella ―. No me digas que nunca lo has notado. ¡Es el doctor más apuesto que he visto en mi vida! Además que es muy joven, amable y lindo. 

Quería decir con todas mis fuerzas que sí, que concordaba con ella, pero no podía. En su lugar, simplemente sentí la manera en que mis mejillas se colocaban de un color carmesí. Patético. Por lo que simplemente me di media vuelta y escondí mi rostro con mi flequillo rosado. 

 鬼魂

Una tarde de sábado ―porque sí, había sábados en los que iba al hospital―, me encontraba en el escritorio del doctor Min. Habían algunos libros abiertos sobre este, mi computadora y mi cuaderno de notas. Tenía que hacer un ensayo, al mismo tiempo que tenía que estudiar. Podía hacerlo en mi casa, estaba en completo silencio y no había posibilidad de que alguien me molestara mientras lo hacía, sin embargo, me sentía completamente solo en ese lugar haciendo que mis pensamientos se perdieran más de lo que lo hacían en otro lugar. 

Crescendo | ʸᵒᵒⁿᵐⁱⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora