13. Ninguno de los dos quiere admitirlo

130 11 34
                                    

OLIVIA

No me hablaba, llevada exactamente cinco días sin hablarme y evitándome. Había vuelto al sofá, dejaba el desayuno preparado encima de la mesa de la terraza y ayudaba a Federico a prepararse para ir cada mañana al centro de día.

Por la noche, volvía tarde de la cafetería, se quedaba en el sofá y yo me dormía esperando a que se le pasara el mosqueo y entendiera que había sido un lapsus, o al menos, eso es lo que yo me repetía.

Le había pedido disculpas un par de veces, pero él se quedaba en silencio y no respondía, asentía, pero no decía ni media palabra.

Intentábamos que mi suegro no lo notara, pero a pesar de la enfermedad, Federico tenía siempre los cinco sentidos alerta.

Hoy estaba un poco cansado, había hecho un poco de ejercicio con los monitores y había llegado rendido, con la energía justa para darse una ducha, tomarse una cena temprana junto con los medicamentos y quedarse dormido nada más empezar la película.

Por mi parte, intentaba refugiarme en la lectura, intentaba distraerme con cualquier cosa, curioseaba álbumes de fotografías, coloreaba mándalas, escuchaba música, me pintaba las uñas todos los días alternando colores y me llevaba casos del trabajo para hallar algo de entretenimiento.

Estratégicamente, los dos últimos días me había quedado dormida en el sofá de manera intencionada con el fin de que poder sentir su tacto durante los dos minutos escasos que tardaba en llevarme a nuestra cama.

— Cuando os dé la gana os dejáis de gilipolleces. — Soltó Federico en mitad de la comida de nuestro día libre.

— ¿Te gusta la salsa? — Intenté cambiarle el tema.

— Un día discutí con mi mujer, estaba tan enfadado que me negué a decirle que la quería antes de irme a trabajar, ¿sabes qué pasó cuando volví a casa? — Dio un golpe en la mesa. — Que su lado de la cama estaba vacío y su ataúd estaba lleno.

Recogió su plato, sus cubiertos, su servilleta y su vaso. Seguidamente lo fregó todo y echó la servilleta al cesto de la ropa sucia y se marchó a su habitación a hacer sudokus. Di vueltas a los macarrones, con el estómago completamente cerrado y viendo que él seguía comiendo e impasible, me levanté, con intención de imitar a Federico, pero en mi caso, yéndome a dar una vuelta porque la tensión se podía cortar con un cuchillo y el médico me había dicho que era prioritario evitar ese tipo de situaciones.

Una vez que los platos ya estaban escurriéndose, me fui al baño, me di una ducha de agua prácticamente fría porque hacía un calor abrasador y busqué un vestido fresco en el armario. Me iría a dar una vuelta por el paseo marítimo, llamaría a algunas amigas y después me iría al trabajo, a echar un rato en silencio porque esa casa se empezaba a convertir en el lugar menos apetecible del mundo para estar.

Me había puesto unas sandalias propias de nuestra provincia, las tenía de todos los colores porque eran comodísimas. Pulsé el botón de la llave del coche y acaricié a Aslan que reposaba lánguidamente sobre una tumbona.

Arranqué el coche y llegué hasta la puerta, pulsé repetidas veces el mando de la puerta del garaje sin éxito. Me bajé e intenté abrir la puerta manualmente, pero era inútil. Y menos con ese calzado, que me resbalaba al mínimo esfuerzo. El pelo que minutos antes estaba húmedo se había secado por completo y empezaba a notar el sudor naciente en mi frente.

— Olivia, para.

— ¿Has sido tú? — Dije utilizando mi mano como visera para verlo con el sol dándonos de lleno. — Actívalo, necesito salir de aquí.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 19, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

DE ALGUNA MANERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora