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La primera vez que entré en el colegio, no tenía ningún tipo de amigo o contacto. Había tenido que mudarme a Francia desde España, desafortunadamente, por problemas económicos. Tras unos tres incansables años, a mi padre le ofrecieron un trabajo en la inmensa ciudad de París, cosa a la que tanto a él como a mí nos iba a costar acostumbrarnos.

Debido a mi delimitado nivel de francés, tuve que permanecer, de algún modo, a raya de los demás alumnos de mi curso. Recibí clases del idioma de origen romántico intensivas, cosa que, para mis capacidades, tampoco era un gran esfuerzo. Pero bueno, hay que decir que era bastante cansino.

Yo, Manuel González Rodríguez, soy hijo de ninguna mujer, sino de un padre, el único del que recuerdo su voz, tras tanto tiempo aislado en mi cuarto durante la «despedida» de mi madre. Fui trasladado a Francia junto a él a la edad de 7 años, entrando a una clase de un colegio bastante bizarro en decoración, llena de niños y niñas de mi misma edad, tez pálida y cabellos de colores extraños a mis ojos, que cuchicheaban a mis espaldas y hablaban en ese idioma tan raro, con tono insultante. Sabía lo básico, pero era prácticamente imposible que llegase a entender el coloquialismo que salía de la lengua de esos zagales.

- Al menos me tengo a mí mismo -pensé.

Continuará...

▧ Los Campos Elíseos ┊ ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora