#7

976 72 10
                                    

Era de nuevo 18 de septiembre. Iba a cumplir esos asquerosos 15 años que me habían costado tanto alcanzar, Martín ya los había cumplido y me lo restregaba por la cara. A Martín siempre le había gustado el número 15, más que nada porque es el único número con 5 con el que no se puede hacer la rima. Y como yo soy culo-veo culo-quiero, pues de repente también quería tener 15 años. Y menos de 15 granos, ojalá.

Me había dicho que se estaba haciendo un tratamiento para el acné, bueno, quién tiene dinero para echarse veinte mil cremas al día y luego no se te explote ni el más chiquitito de todos. Sí, la familia de Martín era definitivamente rica, pero yo tenía 15 años.

A los 15 años mi padre ya había vuelto, es decir, para el 18. Era gracioso verlo con una ridícula silla de ruedas porque el descerebrado alcohólico e hijo de su putísima madre le habbía roto ambas piernas y luego hubieron problemas con los tendones. En fin, que mi padre estaba solamente disponible de cintura para arriba... bueno. Ya saben, y un poco más abajo.

A las 8 y media que marcaba el reloj de la cocina ―estaba cenando, sí, temprano, tenía hambre, ¿vale?―, el teléfono comenzó a sonar con ese timbre estridente desde el salón. Gruñí con medio bocata de queso en la boca y lo tragué rápido, aquel bocado iba a pasarle factura a mi sensible aparato digestivo.

Digam ―no acabé porque aún me estaba tragando el último resto del pobre bocadillo.

― ... ¿Antonio?

¡Mierda!, juraría que conocía esa voz. Pero en aquel momento me pillaban comiendo y no le ponía ni cara ni nombre, realmente me sonaba, era alguien muy cercano.

― No, Manuem ―respondí tragando finalmente y tosiendo un poco, apartando la cara del teléfono. Volví a hablar―. ¿Quién es?

― Joder, sus voces son tan parecidas ya... ¿qué edad tienes?

― ¿Qué importa? ¿Quién eres y por qué necesitas a mi padre?

― ¡Esto no es un interrogatorio! Necesito hablar con Antonio.

― ¿Cómo sabe que se llama Antonio? ¿Y que soy su hijo? ¡Explíquese! ―era lo que pasaba cuando me interrumpían cuando estaba comiendo.

― ... Manuel, pásame a tu padre de una vez, no querrás que me cabree.

Reconocía aquella expresión, pero quería seguir sacando pistas. E incluso su identidad sin fallos. Tomé aire.

― Tengo 15 años, los cumplí justamente hoy, ¿contenta?

― 15 años... ¿ya? ¿No son muchos?

Justamente, sabía que no podría haber otra persona que hiciese ese tipo de comentario soñador y nostálgico. No pensé dos veces antes de entreabrir la boca para poder dejar una sola palabra, que probablemente sólo haría estallar una guerra mundial verbal.

― Madre.

Silencio. Podía escuchar su respiración, así que me había escuchado, no había colgado ni nada parecido. Suspiró para mi sorpresa, y susurró con una voz casi inaudible:

― Pásame a tu padre, Manuel.

― ... no está en casa.

― Mientes.

― ¿Qué te hace pensar lo contrario? Desde que te fuiste para trabajar para ti misma mi padre trabaja el doble, de hecho, ¿no sabes del accidente que tuvo? Ahora va en silla de ruedas, ¿no te da un aire por el cuerpo haberle dejado así, Lovina? ―le reproché lo más hiriente que pude, realmente no tenía ningún tipo de compasión hacia la mujer que nos abandonó teniendo un trabajo genial y un futuro tan brillante para nuestra familia. Sólo nos hizo tener problemas económicos y una depresión por parte de mi padre.

▧ Los Campos Elíseos ┊ ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora