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Estaba sujetando el peluche que Martín me regaló por Navidad mientras miraba por la ventana del avión. Al lado mía estaba él, roncando en italiano. Le sobraron más de diez días... La despedida de mi padre fue... llorar, llorar muchísimo. Eché mi alma en lágrimas, no quería dejarle, y menos en silla de ruedas... Era lo peor que me había pasado en la vida, a decir verdad. Fue como si miles de violines y un triste piano tocase detrás nuestras mientras le daba el último abrazo, y la última lágrima caía encima de su hombro.

Ahora me estaba aventurando hacia un país totalmente desconocido, de lengua distinta... costumbres distintas, clima distinto, gente distinta. Por mucho que Martín dijese que si hablaba en español seguramente entenderían la mayoría, estaba asustado. Aprender un idioma en tan poco tiempo era una mala experiencia que había tenido hace muchos años...

Miré a Martín. Me pregunté cómo ese ser tan estúpido podía tocar dos instrumentos a la perfección, hablar cuatro idiomas, practicar kick-boxing y encima mantener unas notas excelentes. Me pregunto si Martín no sería una ilusión, o... o simplemente fuese lo suficientemente falso como para permanecer tranquilo y sin señales de estrés.

― Martín.

Abrió un ojo y su mirada chocó abruptamente con la mía. La mía cayó al suelo mientras que la suya seguía en pie después del golpe, por personificar la situación. Aunque de todas formas, no me gustaba mirar al frente, siempre anduve con la cabeza gacha incluso en aquellos días.

― Qué.

― ¿Hay cosas interesantes en Italia?

Él soltó una risa nasal mientras suspiraba. Se pasó una mano por el pelo, mientras que con la izquierda me aprisionaba y me revolvía el cabello a mí también.

― En Venecia... hay canales de agua. Gondoleros que transportan bellísimas damas que te sonríen cuando las miras, acabas conociendo a todas y a cada una de ellas. Y, aunque no eres capaz de recordar sus nombres, sientes algo calentito acá adentro, en el estómago. También hay músicos, y las casas tienen balcones hermosos. Mi casa no es muy grande, un poco más que la tuya pero nada más. Pero está decorada y es de piedra, y si quieres te enseño todo lo que sé sobre las flores que cuida mi hermana en el balcón. Vas a estar dos años y medio en Italia conmigo ya que tu padre necesita ayuda, pero...

Me encogí un poco en su brazo. Tenía frío y no me importaba que Martín me pusiese un dedo encima, total, era lo único que tenía a mano para cubrirme. Apreté el peluche de vaca mientras bostezaba. se estaba poniendo cursi, entonces mi chip anti-ñoñerías se activó y comencé a ignorarle.

Me di un poco la vuelta, y, como si fuese un recuerdo a toda velocidad, me pareció ver la cabeza de mi profesor de Matemáticas de Francia.

― Manuel, ¿me estás escuchando?

― No.

― Gracias por tu sinceridad, en serio. ¿Qué estás mirando? ―me dio con la yema del dedo índice en la frente. Yo automáticamente lo miré con la vista aún perdida―. ¿Qué es más interesante que yo?

― Las moscas son más interesantes que tú ―le dije, frunciendo el ceño por el toque de su dedo.

― Bueno, las moscas sí son muy interesantes. Me gustan los insectos. ¿Por qué todo el mundo ama las mariposas, Manu? O sea, son horrendas, son más feas que mi madre sin maquillaje. Los caracoles son adorables, por ejemplo...

― Los caracoles son hermafroditas.

― Ya sé. Siguen siendo lindos.

― Lindos travestis.

― En verdad esconden los genitales y los transforman según los necesiten a la hora de aparearse ―ladeó la cabeza―. Sería algo muy útil. ¿Te imaginas un caracol y otro teniendo sexo y le dice la hembra al macho «andando que me toca meterla a mí»? Qué miedo, Manuel.

▧ Los Campos Elíseos ┊ ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora