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Llegamos al colegio en absoluto y fúnebre silencio. Allí, miles de madres soltaban ―o mejor dicho, liberaban― a los niños más pequeños con un sonoro y gentil beso en la mejilla. Entramos corriendo para encontrarnos con la fila de niños de nuestra clase, que llegaba hasta la rayuela del suelo del patio. Al parecer éramos los últimos en el amplio número de chavales que charlaban animadamente y estaban ordenados por los maestros. En la puerta principal se podían distinguir los altos árboles de decoración, y los arbustos florecidos de su alrededor.

El profesor iba contando los alumnos por cabeza, tocándolos, y alguno que otro se quejaba rogándole que fuese más suave. Martín no paraba de frotarse las manos y echarse el aliento, frotando los empañados cristales de sus gafas. Yo me quedé mirándole un rato sin darme cuenta, y cuando me percaté de ello, me sobresalté y me sonrojé levemente. Cuando me quedaba en babia era horroroso.

Los pájaros comenzaban a salir de las ramas de los árboles y a comer alguna que otra miga del suelo del patio que habían dejado los niños del aula matinal, que llegaban una hora antes por el trabajo de sus padres y desayunaban en el comedor. Luego salían al patio a jugar hasta que la hora llegase y comenzasen a formar filas de alumnos. Algunos de ellos piaban y se peleaban por las migas, sentí una necesidad enorme de imaginarme a aquellos pajarillos siendo humanos.

― ¿Cuál era tu apellido? ―me llamó la atención el rubio de mi lado, metiéndome un susto, lo que le provocó una risa pilla.

― G-González ―tartamudeé un poco, estirándome el jersey y acomodándolo, hasta situarme y mirarle más seguro―. González Rodríguez.

― Yo soy Vargas Bonnefoy ―contestó él―, aunque mi primer apellido ya no existe.

Puse los ojos en blanco al escuchar eso último.

Al menos podría distinguirlo para cuando pasasen lista en clase.

Continuará...

▧ Los Campos Elíseos ┊ ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora