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Las estrellas seguían brillando en el techo para el momento en el que me desperté. Las persianas seguían bajadas y, aunque me quedase dicez minutos en completo silencio, no se escuchaban pasos ni murmullos. La cabeza me dolía un poco y me daba todo vueltas, todo me estaba cambiando de color y sentía una presión extraña en los ojos. Parpadeé varias veces seguidas hasta que estos se abrieron como platos, y acabé sentado en el filo de la cama. Hacía mucho frío.

Miré por la ventana abriendo las persianas con dos dedos. Bajo esta estaba la mesita de noche, encima de la cual descansaba el peluche que Martín me regaló. Una luz naranja atravesó mis ojos de principio a fin, tanto que cerré los ojos. No tenía reloj a mano ya que dejé el teléfono móvil cargando en la planta baja y, aquel era, en cierto modo, un cuarto viejo y abandonado.

Me pregunté por qué Martín ya no dormía allí. El armario era lo único que parecía estar algo deteriorado, con sus puertas chirriantes y que se abrían sin que nadie o nada las empujase. Empecé a sentir una curiosidad que invadía todo mi ser, de hecho, no sabía nada sobre Martín.

En el armario había ropa, ropa que era toda igual: blanca, pajarita azul celeste, pantalones negros, chaqueta negra y zapatos negros abrillantados. Habían 7 unidades de cada tipo de prenda anteriormente nombrados. En la etiqueta del cuello estaba grabado con hilo plateado "MARTÍN", así, tal y como lo he escrito. La ropa no presentaba ningún signo de antigüedad.

En el cajón de debajo del armario, vacío. Habían canicas sueltas haciendo ruidos molestos cuando encajabas el viejo y duro cajón en su sitio, pero nada más además de eso. En el cajón de abajo, fotos. Muchas fotos. Oro puro, sí señor.

Las saqué y desempolvé, se trataban de fotos familiares. Un joven de unos 25 años sujetaba un niño de aproximadamente 4. El joven tenía un pelo castaño oscuro, ojos entre verdes y marrones. Era bastante alto con respecto a la muchacha de 23-24 que estaba de pie, rígida a su lado, sin expresión facial. Tenía el pelo de un color castaño claro y recogido en un moño, del que caían mechones despeinados precipitándose por encima de sus hombros.

Una niña aparentemente rubia o castaña claro, con lentes grandes y rojos, sonreía ampliamente, de manera de que sólo se veían dientes al tuntún. Supuse que estaba en la época de los dientes de leche, por lo que deducí que tendría unos siete u ocho años. Su pelo estaba recogido en dos trenzas que se alzaban por encima de sus hombros al ser lo suficientemente cortas para ello.

¿Aquel era el padre de Martín? En cierto modo, me recordaba muchísimo a...

A mi madre.

Volví a mirar a su supuesta madre. Parecía sacada de una escultura de época arcaica... una falda larga color morado oscuro, las manos sobre la falda, un corsé gris apretando una blusa del mismo color que la falda... los labios color cereza, y una sombra rosa o magenta, cosa así, en los párpados. Aquella foto estaba un poco deteriorada en cuanto a los colores, pero podía distinguir el pelito rebelde de Martín, que se alzaba entre la joven cabellera de hebras rubias.

Pestañeé varias veces antes de percatarme que todos estaban felices menos la madre. Hice mis ojos una fina línea antes de urgar más entre las fotos. Sólo habían antiguas de Martín con un chaleco de los que estaban colgados, sólo que le quedaba grande. Demasiado, tal vez, pero... me daba cierta nostalgia esos mofletes rechonchos y colorados.

Me levanté del suelo cerrando las puertas y el cajón del armario y me puse a investigar el escritorio. Al fondo del lapicero ―en el que únicamente habían tres bolígrafos Bic―, había una llave plateada. La alcé tomándola con dos de mis dedos, entonces encontré la cerradura en uno de los compartimentos de un extremo del escritorio. Abrí el cajón, y dentro, volví a encontrar oro.

▧ Los Campos Elíseos ┊ ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora