2 de Mayo de 1997.

1.1K 120 4
                                    

A mi esposa le gustan las margaritas.

Las observa por horas,
y yo amo verla observándolas,
porque se ve inocente,
se ve pura,
la siento cerca,
aunque sé que su mente está muy lejos.

Una vez me dijo que,
cuando muriera,
quería tener margaritas en su tumba.
No quise tomarla en serio,
pero lo dijo con tanto convencimiento,
como si ya tuviera la soga alrededor del cuello,
que no tuve más remedio que asentir.

Hoy la invitaré a leer en la terraza,
juntos, como antes,
porque sé que le gusta leer,
y porque su rostro está triste.
Ojalá pudiera quitar la melancolía de su alma.
Pero sólo soy un pobre enamorado,
un intento fallido de poeta,
con muchas ganas de amarla.

Estúpido mayo,
con sus brisas de desmayo.
Estúpida vida,
con patrañas que no se olvidan.

Súbita Vorágine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora