10. La tormenta Norteaméricana

47 4 0
                                    

En el cuarto había una vieja mesa de madera, sobre ella un extenso mapa; a su alrededor varios soldados y generales analizándolo, dictando posibles estrategias y refutando estas, pequeños modelos de barcos y batallones eran movidos constantemente. Todos estaban de pie a excepción de una persona que recargaba sus codos en esta mesa, con una expresión fija en el mapa y en completo silencio, fácilmente seria opacado por el ruido de los murmullos y las figuras que daban ordenes si tan solo el no fuera Inglaterra. Una nación, en medio de una guerra nacida por el capricho de un imbécil que no tenía ni idea de lo que hacía.

Estaba aburrido, casi desanimado por tener que sufrir este innecesario dolor de cabeza. Era una causa perdida de eso estaba seguro, estaba harto y fastidiado de este desgaste tan inútil en recursos. No podía negar la fuerte voluntad que poseía su aparente enemigo pero el mismo había vivido errores similares y sabía que solo existía un único final en este cuento.

El imperio siempre gana. Los más fuertes permanecen así hasta que el mundo entera decida su caída. En el mundo gris de una historia ya escrita pasos acelerados zumbaron por el piso y el azote torpe de la puerta interrumpió la vigilia. Un joven algo tímido anuncio que traía noticias. Alguien le pidió que hablara sin tapujos y entre sus muletillas tarmaduantes las sosas palabras lograron que Inglaterra por primera vez desde que inicio aquella reunión se dignara a alzar su vista y dejo que su rostro tan indiferente se deformara en un sentir tan extraño.

"—Es Francia... bueno, ellos, los franceses son los que le han dado las armas a los norteamericanos —. Fue lo que había dicho y es tan seguro que si Inglaterra hubiera prestado atención al joven habría descifrado sin que algún sonido floreciera para adivinar que el nombre de su más preciado enemigo aparecería. Por primera vez las cosas parecían interesantes en esa guerra de pacotilla que inicio U.S.A. La expresión de Inglaterra era única, combinada en decepción y alegría, como si le molestara y le emocionara aquello...

1777

No había salido de casa desde que aquello había sucedido y entre su orgullo destrozado por la humillación y frustración que invadía su ser Inglaterra revolvía su cabello con gestos desgarbados, muchos nombres y recuerdos terribles azotaban su memoria. Entre ellos rio con ironía al recordar que U.S.A gano una guerra con ayuda de Prusia y Francia. ¡Y el bastardo jamás se atrevió a darle la cara después de traicionarlo vilmente! Claro que vio y combatió contra inútiles de narices ganchudas y acentos terribles similares a los del francés pero Francia.

Él verdadero nunca se atrevió a pisar tierra norteamericana y entre las muchas cosas que sentía Inglaterra se decepciono aún más de sí mismo al entender, casi como si se tratara de una revelación mística que perdió una guerra tan estúpida que él mismo Francia no creyó lo suficiente importante como para aparecer.

¡Estaba destrozado!, por un millón de razones y esta era una que decidió guardar en su corazón con especial rencor.

1778

No volvió a intentar hablar con Francia desde aquella guerra. No tenía sentido hacerlo. Francia jamás intento hablar con él. No tenía caso intentarlo... pero eso no le preocupaba, seguro de que la vida tarde o temprano los volvería a cruzar. Él no necesita saber de Francia, no necesita perder su tiempo en eso. Es mejor así...

Pero Inglaterra no podía detener sus pensamientos y en cualquier momento estos le regresaban a Francia, a la idea vaga de este quien intoxica su mente. No importa cuanto lo intente, la única pelea con un final escrito en poseer Inglaterra es la que tiene con el francés. Sin importar el momento, la circunstancia o el sentir volverían a Francia. No podía evitar cruzar sus caminos.

Escrito durante el año que no intento matarnos, te extraño 2019.

¡Never more!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora