Capítulo 11.

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¡Hola mis bonitos lectores! Ya saben, cuando ando muerta siempre es porque el horario se me vuelve muy intenso, así que ando medio viva y medio muerta, como siempre. Esperemos que se vengan días mejores. Muchas gracias a quienes se toman el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

Lo más desgarrador que al bienaventurado le podía ocurrir era ser correspondido cuando los anhelos imposibles sollozaban

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Lo más desgarrador que al bienaventurado le podía ocurrir era ser correspondido cuando los anhelos imposibles sollozaban.

Eiji Okumura era mi jamás. Mi mente se hallaba inundada por él: voz azucarada, risa de sinfonía, fetiches por comida apestosa, sentido del humor extravagante, él era un lienzo bronceado cuyas marcas pintaban galaxias enteras. Una disonancia de transparencia imposible de descifrar. Sí, porque dentro de esos grandes ojos cafés se escondía el secreto del universo y la llave de mi corazón. Cada memoria que forjábamos la atesoraba, las enmarcaba con hilos rotos al costado de mi altar, por solo un instante me gustaba imaginarme que era yo, solo uno debería ser suficiente, pero no. Sabía que él no era para mí y aunque yo tampoco debía ser para él me estaba desmoronando. Maldición, amarlo era dolorosamente amargo. Suspiré, frotándome el entrecejo, mi cabeza era un lío y las mariposas en mi vientre yacían agonizando. Era un desastre. Enfoqué mi atención en el dueño de mis delirios, él se encontraba durmiendo encima del escritorio, el documento en el computador había sido escrito con éxito, la mañana se esfumó en un parpadeo. Su anillo era un jodido fastidio.

Onii-chan. —Me estiré para tomar los bordes de su silla, lo acerqué—. Los ancianos no deben dormir a la intemperie. —Las ruedas rechinaron al arrastrarse desde la alfombra hacia mi cama, no me levanté—. Oye, no cuidaré de un vejete enfermo.

—No estoy durmiendo. —Él me regaló un pestañeo adormilado, quedamos sentados al frente del otro, las rodillas me trepidaron, el aire tuvo una chispa de tensión—. Solo estoy descansando la mirada.

—Si no despiertas tendré que tomar medidas desesperadas. —Sus párpados se profesaron hinchados, el dorado en su piel se hallaba oxidado por el cansancio—. Cielos, si tanto quieres que te bese podrías pedírmelo. —Me incliné en broma pero quien acabó aturdido fui yo.

—Ash. —Él era como un trago de absenta: adictivo, mortífero pero irresistible—. Eres demasiado ruidoso. —Antes de que pudiese reaccionar él se acomodó entre mis brazos, me congelé bajo tan adorable caricia, él se sentó a horcajadas en mi regazo, sus piernas se tensaron alrededor de mi cadera, sus palmas navegaron por mi espalda. Temblé.

—P-Pero... —Perdí la cordura, el rubor me golpeó de pies a cabeza. ¿Dónde diablos quedó mi infalible fachada? Se supone que era un galán, no un virgen tartamudo.

—Ahora sí. —Su aliento me acarició el oído, el corazón se me derritió en un sentimiento cuyo nombre no podía decir—. Sé mi almohada por un momento. —Trepidé antes de rodearle la cintura, fue eléctrico y peligroso, él se restregó contra mi cuello. La reminiscencia del shampoo floreció entre mis pulmones como si fuese un rosal. No era justo, los latidos me desgarraron la tráquea. Si esto seguía él lo sabría.

La tentación del lince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora