Epílogo.

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¡Hola mis bonitos lectores! Me pasa algo curioso con los epílogos, en el caso del amante del lince por ejemplo lo escribí a la semana de acabar el fic, acá pasó lo contrario, me demoré meses porque en el fondo no quería decirle adiós a esta historia. Y ni qué decir con la edición, Dios, me atrase terrrible, de hecho llevaría como dos años en emisión este fic si contamos ambas subidas.

Fue el fic más estresante que he escrito en la vida, agradezco un montón a quien esta leyendo esto y llego tan lejos, pero me siento muy orgullosa de esta historia. Me tomó casi un año finalizarla y aunque ahora estoy llena de nuevos proyectos para el fandom, esta sigue siendo de mis favoritas. Gracias por haber hecho de este fic algo especial, gracias por darme tanto mientras leían. No puedo pagar ni agradecer todo el apoyo y el cariño.

Solo gracias. Nuestro capítulo final lo tiene Eiji. 

Espero que les guste.

¡Mil gracias por haber llegado hasta acá!


«Para quedarte dónde estás tienes que correr lo más rápido que puedas

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«Para quedarte dónde estás tienes que correr lo más rápido que puedas...Y si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido»

—Y ahora, en el último salto, ¡Eiji Okumura del equipo local!

La mente se me electrificó cuando me acomodé en la línea de partida, el calor retumbó en cada latido para expandir las ondas de mi pulso en un mar de ensueño, mis manos recorrieron la pértiga como si fuese la misma extensión de mi alma, la respiración me pesó bajo los gritos del entrenador, presioné mis párpados antes de tomar aire una última vez. Podía hacerlo. ¡Realmente podía!

Ocurrió en cámara lenta.

Primero: el impulso. Con el rebote de las zapatillas retumbando entre mis orejas y mi mandíbula, con los gritos del público y la efervescencia del momento, se paralizó el tiempo como una oda hacia la belleza de lo efímero.

Segundo: el despegue. El chirriar de la vara contra el soporte de la pista me heló la sangre antes de que la pértiga temblara y me comenzase a alzar entre las nubes.

Tercero: el vuelo. Electricidad recorrió desde el talón de mi pie hasta la punta de mi nariz, una incontrolable felicidad me abrumó cuando pasé sobre el soporte, los colores fueron embriagadores en el cielo, la pasión chispeó en lo delicado de una sonrisa. ¿Cuántos segundos estuve allá arriba?, ¿dos?, ¿tal vez tres? Daba igual, aquel momento fue arrancar un pedazo de sueño para enmarcarlo en la eternidad. Cruzar la línea que dividía la realidad del país de las maravillas fue una sensación que acunaría por siempre.

La caída fue estridente contra el colchón.

No pude disimular mi sonrisa tras ver el marcador ni ocultar el cosquilleo que tiñó mi espíritu. Éxtasis y juventud, sacrificios y lamentos, tan agotador. La presión de los entrenamientos casi me había hecho colapsar, mis entrañas se estaban devorando a sí mismas, el insomnio entremezclado al cansancio se había convertido en mi dulce agonía, la terapia era pesada de cargar, sin embargo, lo había hecho, finalmente había vuelto a surcar los cielos. Amar esta parte de mí era tan destructivo como maravilloso. Me sacudí el uniforme antes de encaminarme a las bancas. ¿Qué importaba ser el primer lugar? ¿Qué importaba si otro de esos sujetos llegaba más arriba? Esta era mi declaración inquebrantable hacia la libertad. Era mágico, potente y sofocante. Esta era mi pasión y sin importar la violencia con la que se me derrumbara el mundo encima, yo no lo dejaría.

La tentación del lince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora