Prólogo

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Desde bien pequeña había sido una niña muy inquieta

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Desde bien pequeña había sido una niña muy inquieta. No era capaz de quedarme mucho rato en el mismo sitio haciendo una cosa, no pensaba ni un poco antes de decir o hacer las cosas, cuando comenzaba a hacer una cosa casi nunca la terminaba... Mis padres creían que simplemente era rebelde y lo único que hacían era gritarme cosas como:

¡Estate quieta!

¡Presta atención a lo que te estoy diciendo!

Tanto ellos como los profesores me tenían como un caso perdido. Y hasta yo llegué a creerlo. No era capaz de concentrarme en algo más de unos pocos minutos y eso hacía que siempre acabara castigada o suspendiendo mis exámenes. Si no fuera por mi hermana melliza, Susanne, no sé qué sería de mí.

Teníamos doce años cuando, por su cuenta, averiguó que una pedagoga podría ayudarme en vez de gritarme que estuviera quieta y que me concentrara. Le escribió un e-mail como si fuera una madre preocupada y, gracias a las faltas de ortografía, la doctora Martínez supo al instante que se trataba de una niña de muy corta edad.

La doctora Martínez se presentó a la puerta de casa un lunes a las cinco de la tarde después de que mi hermana le diera la dirección. Y habló con mis padres.

Que mis padres por fin se animaran a que fuera a un especialista y que me detectaran déficit de atención e hiperactividad (moderada), no ayudó mucho tampoco. Dejaron de gritarme para tratarme como si fuese tonta, como si me faltaran cuatro tornillos a cada lado de la cabeza. Me llevaban a clases de repaso que no me hacían ni un poco de falta, pidieron al colegio que me adaptaran los exámenes para "gente con pocas capacidades"...

Menos mal que en la familia había alguien cuerdo aparte de mi hermana melliza. Mi abuela Mary. Cielo santo, le debo la vida y mi integridad mental a esa mujer. Gracias a ella mis padres dejaron de tratarme como un bicho, incluso accedieron a que fuera a la universidad. ¡A la universidad!

Pero ya sabía yo que no todo era tan bonito e ideal. Eligieron mi carrera y mi futuro trabajo. No me puedo quejar demasiado porque, realmente, la carrera era algo que me gustaba (periodismo) y el trabajo era en la revista de la familia, "Century California", como redactora de la columna juvenil y la de literatura. Todo eso para mantenerme vigilada.

Había pocas cosas que lograban mantenerme estable y que no me hacían sentir un estorbo: los libros, mi abuela Mary, la doctora Martínez, mi hermana melliza y él, Alexander Dawson. 

📚📚📚

OBVIAMENTE no os voy a dejar solo con el prólogo. Ya tenéis subido el primer capítulo, así que... ¿a qué esperáis?

Un besico.💙

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