Capítulo 1: Almacén

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Refrescante olor a menta. Café calentándose en la pava eléctrica. Reluciente sol dando contra la ventana del baño, inundando sus ojos verdes. Esas eran las sensaciones de Sakura el jueves a las 07:00 de la mañana. Apenas acababa de levantarse. Su cabello lucía corto, como siempre, pero despeinado. Las lagañas todavía se asomaban por sus parpados a medida que cepillaba sus dientes con paciencia y tranquilidad. Al hacer gárgaras y escupir por última vez, colocó su cepillo nuevamente en el vasito de siempre. Como cada mañana, se quedó inmóvil diez segundos contemplando el segundo cepillo que allí reposaba: azul oscuro, sin usar por tres años.

Tres años de ausencia, de soledad, de un dolor que no disminuía pero al cual se acostumbraba poco a poco. El vacío que se alojaba en su corazón solamente su hija podía llenarlo, a veces, con un abrazo o un "te quiero, mamá". Tristemente, Sarada también había desaparecido de su vida por un tiempo indefinidamente doloroso.

Todavía podía recordar a su hija diciéndole, unas semanas después de la muerte de Sasuke, que había tomado la decisión de irse de la aldea en búsqueda de un entrenador, alguien que pudiera darle más respuestas sobre su poder de las que había conseguido en la aldea. Sarada era ya una joven madura, que había atravesado grandes dolores en su corta pero intensa vida como Kunoichi y había decidido, tras la muerte de su padre, realizar un viaje para experimentar otra visión de la vida y, además, buscar desarrollar y entrenar sus habilidades Uchiha para alcanzar un nivel similar al de su padre. Lamentablemente su madre ya le había enseñado todo lo que podía y sin duda Sarada se había convertido en una excelente ninja médico con una fuerza descomunal, pero eran sus ojos lo que la apremiaban ahora. Sakura entendió, no sin angustia, lo que su hija le explicó, ya que sabía que no la vería por un largo periodo de tiempo. Sin embargo, no permitió que Sarada se diera cuenta de esto, para que pudiera irse sin culpa. Ya habían pasado tres lentos y agónicos años desde esto.

La soledad de Sakura iba en aumento. Había organizado tan bien la salud en Konoha que podía tomarse días libres cuando quisiera y podía estar segura que, en situación de paz, todo funcionaria bien. Sin embargo, se llenaba cada vez más de trabajo y ocupaciones para mantener la cabeza ocupada y no pensar.

Pensar la volvía loca.

La mayoría de sus amigos tenían sus propias vidas, familias, hijos y sus propios trabajos que atender. Incluso Naruto estaba demasiado ocupado para prestarle atención a su propia esposa, así que no lo veía prácticamente nunca.

—Sé fuerte, shannaro —se decía a sí misma, intentando recolectar toda la fuerza espiritual que podía a medida que cerraba sus ojos y pensaba en lo terrible que era vivir en esa soledad.

Apenas eran las 7:30, pero ya se había arreglado y tomado su café. Los desayunos sin su familia le sabían a vacío, razón por la cual muchas veces ni siquiera terminaba toda la taza. Una casa que una vez estuvo llena de risas, charlas, almuerzos y cenas familiares, ahora estaba plagada de silencios sentenciantes. Era un silencio que gritaba la agonía que sufría Sakura y le recordaba cada día todo lo que había perdido. De no ser por la existencia de Sarada, Sakura realmente hubiera perdido todo, ya que Sasuke constituía gran parte de su existencia. Luego de su muerte, algo en ella murió también.

Por esta y otras razones, Sakura limitaba el uso de la cocina a una única vez en el día: la mañana, el café. El resto de las comidas las consumía fuera de su hogar, abstrayéndose lo más posible a ese silencio sepulcral. Por suerte para ella todavía contaba con el apoyo de un compañero y amigo incondicional, que la entendía tan bien en su dolor que la acompañaba con una sonrisa en cada almuerzo y cena: Kakashi.

A decir verdad, era muy probable que Sakura ni siquiera respetara las comidas básicas del día de no ser por Kakashi. Las conversaciones banales que mantenían, las risas y las anécdotas del día que él le contaba, la distraían tanto que, cuando menos lo pensaba, ya había devorado todo el plato. De por sí, la sola angustia de vivir sin Sasuke le había hecho perder una cantidad de peso considerable las primeras semanas. Kakashi fue el primero que notó esto, ya que, como siempre, él lo notaba todo en ella. La conocía tan bien como la palma de su mano. Ir a visitarla cada día en su descanso del mediodía y al salir en la noche para cenar se había vuelto una rutina para él. No quería ver que su cuerpo sufriera de esa manera, ya era suficiente con que su alma estuviera hecha trizas. Él había vivido las suficientes pérdidas para entender con claridad ese dolor y si algo le había quedado claro era que el duelo nunca debía ser transitado en soledad.

RenaciendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora