Capítulo 8: Ceguera.

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Cuando Kurenai llegó a la casa de Kakashi aquella tarde, no esperó encontrarlo en ese estado. Sus ojos hundidos, aquellas escandalosas ojeras, el cabello enmarañado. Un aspecto de abandono y tristeza comparable con el de un duelo.

—No pareces muy feliz de verme —le dijo la mujer, corriendo la cabeza para echar un vistazo al interior de su casa. La notaba bastante abandonada también, como si no hubiera hecho limpieza en algún tiempo—. ¿Piensas dejarme pasar? —le cuestionó, a lo que Kakashi se corrió y le permitió el paso.

Ella suspiró y dejó la cartera sobre una silla, la cual elevó un poco de polvo en el proceso. Miró mejor a su alrededor y se dio cuenta de que el polvo ya se había asentado en los muebles y en el suelo. El olor a encierro era evidente.

—Supongo que no te fue muy bien con Sakura —concluyó. Kakashi bajó sus párpados compungido.

—¿Has venido por eso? —preguntó él en un tono de voz que era lamentable. Parecía que con cada palabra se le iba un poco más de vida. Kurenai volvió a suspirar indignada.

—Después del cementerio no volví a verlos a ustedes dos juntos como siempre, almorzando, cenando, caminando en lugares públicos. Tampoco los vi individualmente, y con tanta reserva y resguardo sólo imaginé que las cosas no podrían haber salido muy bien. Vine a verte por esa razón —confesó, yendo a la cocina—. Ahora ve a bañarte. Haré té.

Kakashi miraba a la nada, con la expresión perdida y con un desgano absoluto. Kurenai frunció el ceño ante su inacción.

—¿No me oíste? ¡Que te bañes! —exclamó ella, como cuando criaba a su hija pequeña.

Kakashi la observó un poco sorprendido. Ella estaba de espaldas a él en la cocina, que era abierta y se unía con el living. Estaba en el lavabo, ordenando los platos que debería haber lavado un par de días atrás.

—No tienes que... —susurró Kakashi, avergonzado. Pero ella lo miró y eso fue todo.

Su mirada fue tan fulminante que casi se petrifica y se dio media vuelta hacia el baño para hacerle caso, sin decir nada. En ese momento él creyó que lógicamente no cualquiera hubiera podido dominar a alguien como Asuma como ella.

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Cuando Kakashi salió del baño la casa lucía bastante más limpia que antes: Kurenai había barrido rápidamente, había ventilado un poco —a pesar de la helada de afuera— y había ordenado la cocina por completo. En la mesita ratonera del living había una tetera lista para servirse junto con dos tazas. Ella estaba esperándolo sentada en la almohadilla del suelo, sonriéndole con cariño. Él le devolvió la sonrisa y agradeció tener una vieja amiga que lo entendiera bien.

—Ven —lo llamó ella con la mano—. Cuéntamelo todo —pidió, y él hizo caso.

Luego de varios minutos tomando té, de una explicación llena de preguntas de Kurenai y de caras de angustia de Kakashi, finalmente el silencio reinó por un par de minutos mientras sólo es escuchaba el sonido del sorbo de té siendo consumido por ambos.

—Creo que deberías escribirle una carta —espetó ella de pronto, provocando asombro en Kakashi.

—¿Qué?

—Pues si —contestó ella en absoluta seguridad y calma—. ¿Acaso no fuiste tú quien le dejó una nota en el bar, como un niño de primaria? —la mordacidad de Kurenai provocó el silencio vergonzoso en Kakashi— Está claro que no eres bueno para estas cosas y tu falta de experiencia te llevará a una ruina segura —aquello acabó de derrumbar al hombre, que rogaba en su cabeza que aquella mujer ya dejara de mortificarlo.

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