2. El extraño.

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Jake Russell.

Extraño. Esa era la palabra adecuada para lo que se sentía al volver a aquí.

—Bienvenido a su hogar, señor —me dijo Patrick al volver a verme.

    Había pasado una semana en la que mis padres me recibieron con mucho afecto, y mi hermana no dejaba de preguntarme por ella, por Jess. Y pensando en ella, ni siquiera me atrevía a ir a su departamento, llamarla o, en dado caso, conseguir su número. Estaba siendo un completo idiota, más que eso; un cobarde.

Estaba destrozado, como en mil pedazos de vidrios y me daba terror de que ella las encontrara y en vez de reconstruirlas, las rompiera de nuevo y no la culparía si lo hiciera.

Me siento en el lugar de siempre del antro que sigue siendo mío y que tantos buenos recuerdos me trae. El Barista ya sabe quién soy y se ha encargado de regarles el chisme a todas las mujeres que vienen seguido aquí y cada una a tratado de acercarse, de hablarme pero con una simple palabra las ahuyento.

El camarero me sirve un vaso de agua, que es lo que le había pedido para no recaer. Sin embargo, estar aquí, rodeado de bebidas, de mujeres y hombres embriagándose, y de parejas besándose, me dan ganas de meterme un jodido tiro.

—Whisky —le pedí al chico y este se sorprendió—. Con hielo.

—¿Terminó la medicación? —asentí y este me lo termino sirviendo con emoción—. Es del mejor.

—Lo sé, porque compré yo.

Le había mentido diciendo que me habían medicado y que por eso no podía beber. Porque soy un imbécil que no es capaz de enfrentar mis problemas y que en el fondo sabía que no dejaría el alcohol.

Me tomé medio vaso sintiendo un gran alivio en mi garganta, como un sediento bebiendo agua o un drogadicto drogándose. En pocas horas terminé embriagado, con ella en mi mente, y decidí finalmente enfrentarla. Decidí ir a su departamento y gritarle que la amaba con toda la mierda que es mi ser.

Me fui sin pagar y me importaba un comino lo que los demás pensaran, porque yo era el maldito dueño. Tomé el McLaren a gran velocidad y en cuestión de unos minutos llegué a su edificio.

Me quedé paralizado ahí, en medio de la calle, mirando a la nada. En serio, la iba a ver después de mucho tiempo. Entonces, me quedé pensando en qué suponía que debía decirle. ¿Que me fui sin avisarle porque no tenía dinero para mantenerla? ¿O mejor aún, que huí porque estuve a punto de ir a la cárcel? No, algo muchísimo mejor: contarle mi gran aventura siendo un indigente en Francia. Joder, todo sonaba a mierda y así olía mi vida.

Me pasé una mano por la cara en frustración y luego me dije que todo valía mierda, que qué más me daba si ella me rechazaba, que no me importaba. Y me eché a reír de mí mismo, qué enfermo podía estar para tratar de engañarme a mí mismo.

Al entrar, noté que todo había cambiado. Quizás no físicamente, pero después de tanto tiempo, era como si estuviera pisando ese lugar por primera vez.

—Buenas noche ¿A que departamento va? —me detuvo el portero antes de que entrara al ascensor—. ¿Joven?

—305, Jessica Taylor —el señor se me quedó viendo raro, extrañado—. Avísele que Jake Russell está aquí por ella.

   El señor asintió y regresó a su escritorio para buscar en su computadora. Parecía que había pasado una eternidad, era tan lento como una maldita tortuga. Estaba desesperado de que la mierda me cayera en la cara, así que comencé a rezongar y maldecir.

—La señorita Jessica Taylor abandonó el edificio hace más o menos un año —informó el señor de canas verdes, me quede confundido y sin medir mi fuerza empuje al señor al piso mirando la computadora—. ¡Seguridad!

A media noche, acaba nuestra noche© #2 AmedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora