IV Sugerente

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—Busco a Gwen— dijo con la voz más prepotente que encontró.

—¿Con qué propósito?— se sentía muy incómoda con la mirada de los centinelas encima, nada agradables a pesar de su uniforme.

—Un empleo, supongo que los detalles debo dárselos a ella, sino me habrían enviado con ustedes ¿No creen?— Sus ojos brillaron como un prisma atravesado por la luz un momento, los guardias se quedaron estupefactos pero tras ademanes torpes la dejaron pasar.— Adelante señorita.

«Demasiado fácil, tengo que practicar más a menudo» tomó nota mental.

El palacio era una construcción espléndida, parecía salida de los libros que su abuelo le leía de niña. Claro que lo había visto de lejos, pero nunca había tenido el honor de entrar, lo cual le recordó que podría haberlo hecho antes pues no fue nada difícil.

Sus paredes exteriores eran de color blanco, coronados por ladrillos rojos en la cima a modo de cúpula, representativo de la realeza, y un recordatorio de que ninguna otra edificación podía ser tan magnífica. Hasta el hogar del Alto Señor despedía un aura de superioridad a sus súbditos.

—¿Señorita?¿Va a pasar o seguirá mirando el techo todo el día?— dijo una voz suave tras ella.

—Oh, perdone, vengo en busca de Gwen para la oferta del trabajo de tutora del príncipe.

La chica vestida de criada hizo una mueca de disgusto, y Milah no quiso tratar de adivinar la razón de esta.

—¿No eres demasiado joven para eso? ¿Qué edad tienes? ¿Dieciséis?

—Veinte, y a menos que seas Gwen, lo cual dudo, deberías llevarme a verla– se sorprendió de sí misma, se había levantado muy mandona.

—Jaja, me caes bien.— Milah estaba de segura de que era exactamente lo contrario.— Obvio que no soy Gwen, ella no usa esta clase de uniforme. Me llamo Arabella y que sepas que su Alteza real es en realidad un real tarado, no hay profesora que le dure una semana. Sígueme.— Abrió la puerta principal y entró.

El pasillo estaba cubierto de jarrones, estatuas dispersadas al azar y sus paredes exhibían retratos de monarcas anteriores y sus respectivos consortes, había pinturas allí que debían de tener más de trescientos años. Guau, si que era vieja la dinastía Lowbart.

...rte, adiós.

—¿Perdón, que decías?¿Arabella?— se giró y la criada no estaba por ninguna parte.

—Genial— puso los ojos en blanco «Parece que tendré que encontrar el camino sola por andar deslumbrándome por los pasillos. Veamos... allí.» Caminó hacia la puerta más cercana.

Habitación equivocada, al parecer era una especie de salón de reuniones, excesivamente suntuoso. Dentro había incluso un hermoso piano blanco con gemas rojas y azules engastadas.

«Te estás desviando, Milah. Si el Alto Señor te sorprende aquí no tendrás empleo ni en las caballerizas.» —su propia expresión la hizo sonreír «Mmm, caballerizas, Maxwell, sería genial que pudiera guiarme.»

En el medio del vestíbulo al que había llegado siguiendo una línea recta se extendía una escalera de mármol blanco, curiosamente no había ningún guardia custodiándola, así que subió, si el príncipe era alguien reservado seguramente prefería pasar el tiempo arriba, y Gwen debería estar cerca de él.

Al subir se alejó de lo que parecía ser la sala del trono y dobló hacia el ala izquierda, escogiendo una puerta con hermosos grabados, muy sugerente.
No tenía cerrojo, Milah tomó el fino picaporte dorado con su mano izquierda y obviamente no estaba preparada para encontrarse con lo que sus ojos vieron.

La Orden De Los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora