III Nuevas Oportunidades

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—Ok, Mils, eso ha sido raro, muy raro.

—Vamos Via que ni siquiera fue una mentira en verdad, Alba es mi segundo nombre.— sonrió a modo de disculpa.

—No veo por qué te comportaste de esa forma, casi parece que ese chico logró ponerte nerviosa.— dijo la pequeña maliciosamente.

—Oh vamos, eso no es posible. Aunque tenía unos ojos hermosos.— sin darse cuenta se sonrojó.

—¿Y bien...?— preguntó Via.

—Eh... ¿Qué?

—Tonta, que si vas a aceptar la oferta. Más vale que me presentes a ese tal Maxwell, suena interesante. Deberías traerlo— respondió risueña.

—La verdad es que si, creo que tengo una buena oportunidad allí y tengo las características necesarias. Además...—carraspeó— voy a averiguar qué pasó con el pelotón de papá.

—Lo sabía, sabía que meterías las narices en eso. Te apoyo, papá era un sol y tal vez aún haya esperanza. Pero si descubren que heredaste el don de mamá...

Milah le tapó la boca al instante.

—Esa frase no se menciona, si descubren algo así quién sabe qué me harían.— y abrazó a la niña.

—No podría vivir sin ti, Mil, si crees que es muy arriesgado aléjate, no me importa trabajar en una granja si te tengo conmigo. ¿Lo prometes?— sus ojos verdes se lo suplicaban.

—Prometido, avecilla.— le abrazó aún más fuerte Te adoro y siempre estaré aquí para ti.
Minutos después, Via dormía sobre sus piernas.

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A la mañana siguiente se levantó más temprano que de costumbre, se acomodó el cabello plateado en una voluminosa trenza como correspondía a las jóvenes de su edad, y se dispuso a escoger uno de los vestidos de su madre, que además de haber sido de noble cuna tenía muy buen gusto.

Luego de meditarlo se decidió por el beige, era un color de los que estaban permitidos para todos los estratos sociales y no pretendía aparentar más de lo que en realidad era. Esperaba encantar al Alto Señor y a la tal Gwen siendo ella misma (aunque no creía a nadie capaz de llegar a complacer al soberano). Se paró frente al espejo y casi sin pensarlo se puso un poco de carmín en los labios. Casi iba de salida cuando recordó el colgante que había heredado también de su madre, con una piedra celestial, sencillo pero llamativo, fruto del descubrimiento de su don.

—Espero que esto me traiga algo de suerte— y se lo colocó alrededor del cuello. Sus ojos se iluminaron por unos segundos.

Había decidido tomar el servicio de un coche, de lo contrario su atuendo se estropearía al caminar entre el gentío.

El cochero estaba allí puntual, eran eficientes. A medida que se acercaba a palacio, el paisaje de la ciudad cambiaba de tonos, casas nuevas, de jardines con colores intensos y muchas flores y arbustos, cada una con su porte señorial. Al final de la calle, cruzando el pequeño puente encima del río Iln, se extendía la imponente verja dorada del castillo. Su desafío.

El cochero de casaca gris le tendió la mano para ayudarla a bajar, ella agradeció el gesto y se dispuso a entrar. O al menos, a tratar de hacerlo.

Al verla, los guardias de traje rojo cruzaron sus lanzas en señal de advertencia.

La Orden De Los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora