XVII La figura en el tejado

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Milah cepillaba su larga cabellera plateada con la mirada perdida en algún punto del horizonte.  Tenía sentimientos encontrados, por un lado había descubierto la verdad de la misión a Mirion y podría ser que su padre solo estuviera atrapado, pero tenía un miedo horrible de aventarse en su búsqueda y no poder regresar. ¿Quién cuidaría a Via?

—El estofado ha estado muy bueno, creo que trabajar en palacio te ha hecho mejor cocinera. Y la práctica de Tammie también va genial, es muy buena alumna.— dijo Via parándose a su lado. Al ver que no la atendía continuó.— Hoy me he levantado la falda delante de todos los chicos del barrio. ¿Qué crees de eso?

—Bien Via, bien. ¡Espera! ¿!QUÉ?!— exclamó saliendo del ensimismamiento.

Via reía a carcajadas y sus mejillas no tardaron en teñirse de rojo. La cara de su hermana era un poema y tardó unos minutos en tranquilizarla luego del inminente ataque de risa.

—Lo siento. ¿Vale? No hay que ser telépata como tú para saber que tienes la cabeza en otro sitio, Mils.

—Bien, obviando que acabas de tomarme el pelo, gracias por los elogios. Pero recuerda que soy consejera de Blaze, no cocinera de palacio.— recalcó la última parte de la frase. Eso le trajo a su mente la escena de la mañana en el salón de Maxwell.— Hoy de hecho, pasó algo con mi querida Arabella.

—¿Y se puede saber qué esperas para contarme?

—Digamos que la otra parte de mi don, la que el libro describe como mover o controlar objetos con mi mente, ha despertado.— respondió ella con aire de misterio.

—¡Es genial! Pero cómo, ¿y qué tiene que ver Arabella en todo eso?— Via estaba ávida de información.

—Pues ella planeaba voltearme el contenido de la jarra de leche de almendras en el vestido.— los labios de Via formaron una gran O —Exacto, yo jamás pensé que ella se atreviese a algo así y, por supuesto, no sabe de mi pequeña ventaja.— le hizo un pequeño guiño— Así que me concentré en evitar que eso pasara y la verdad, no me sorprendió lo más mínimo que la leche no se derramara. Me sentí muy poderosa aunque no lo podía compartir con nadie.

— ¡Hay que ver qué presumida te has vuelto!— exclamó la niña.

—No me digas así, es difícil de comprender, pero fue exactamente como recordar algo que hacía mucho tiempo no hacía. Y estoy satisfecha y orgullosa con eso.

—Entonces me alegra que Arabella haya tenido su merecido. ¿Era eso lo que te tenía tan concentrada?

—Si — era la primera mentira que le decía a Via en los trece años que tenía. La respuesta sonó hueca pero Milah no dijo nada más. Necesitaba seguir meditando sobre esa cueva llena de estatuas.

—Bueno, hasta mañana, voy a leer un poco antes de dormir. —y se despidió con un abrazo.

Milah retomó su posición, pero una masa oscura en el borde del tejado al otro lado de la calle llamó su atención. La figura estaba agazapada y tras unos segundos advirtió que ella la miraba fijamente y hecho a correr como alma que lleva el viento. Los instintos de cazadora de Milah despertaron al instante y se agradeció a sí misma por colocar la capa azul oscura tan cerca de la ventana. Prácticamente la arrancó de la percha y se la colocó encima de la bata celeste de dormir.

Sin pensarlo dos veces trepó por entre las tejas viendo que el encapuchado le llevaba como dos techos de ventaja. Era increíble que pudiera moverse a tal velocidad, parecía haber volado por encima de esos tejados. No sabía a qué se enfrentaba pero siguió avanzando decidida. Tras unas cuatro casas de persecución observó que su objetivo se dirigía a una escalera de mano apostada en una pared. Parecía que la había colocado allí estratégicamente.

Milah vio su momento de actuar y amarró la soga que llevaba en el interior de la capa al saliente del tejado y se deslizó silenciosamente hacia el suelo. El perseguido podía ser experto en escalar tejados pero ella correría más rápido por la calle.

Al llegar al extremo inferior de la escalera dudó si subir o no, cuando una diminuta pierna asomó por el borde de arriba. Esperó pacientemente y cuando le faltaban tres escalones por bajar Milah haló con fuerza su pierna, haciendo que la persona cayera de bruces en el piso adoquinado. La energía con la que había apretado al vigilante furtivo era más de la que en realidad requería. Era bastante ligero y delgado.

Con la respiración entrecortada y haciendo movimientos un tanto innecesarios el ser se apretaba la capucha y balbuceaba en sus pensamientos «que no me golpee, que no me golpee».

Milah estaba tan alterada por la carrera que no había reparado que la personita que tenía delante era más pequeña que Via, y entonces reaccionó:
—Oh, no pienso golpearte, pero necesito que me digas ya mismo quién eres y qué hacías vigilando mi vivienda.—

—Yo perdido, buscaba nueva vida en nueva ciudad, collar brillaba cerca de tu casa, brillaba mucho. Madre dijo que destino me guiaría y me guió a ti.— hablaba un alfenio chapurreado.

—Tranquilo, entiendo por qué brillaba el collar. Si es así, estoy aquí para ayudarte. Me llamo Milah.— se quitó la capucha y su cabellera plateada resplandeció a la luz de la luna.— Ahora te toca presentarte.

Esperó unos segundos y observó cómo  se quitaba la capa del rostro. Era, como ya suponía, un niño de no más de doce años, de piel dorada, cabellos oscuros y ojos dorados como los de Ferann pero sin ese halo de maldad. No cabía en su cabeza que un pequeño como él hubiera llegado de Arasthor a Alfen solo.

—Soy Daryo. Siento el susto. Estaba feliz porque encontré destino.— y le regaló una sonrisa cálida.

—Dime algo, Daryo. ¿De dónde vienes?—

—De Bosthor, Arasthor, señorita Milah.— dijo él como si nada.

—¿Cómo anduviste tanta distancia solo? Tan pequeñín y en tierras extrañas.— el niño se revolvió en su lugar y no dijo ni una palabra, pero sus pensamientos evocaron la idea de transportarse en un santiamén de un lugar a otro.— Espera, no respondas a eso, no caminaste por todo este trayecto. Comprendo ahora por qué estás aquí. Hablaremos más de esto en mi casa. Ven.

Tomados de la mano llegaron a la librería, Milah estaba tan intrigada que prácticamente habían ido corriendo esa corta distancia. El niño miró admirado todos los libros y cuando subió la escalera el calor del hogar lo envolvió. Por primera vez se sintió seguro.

Ella lo llevó a lavarse las manitas y le ofreció un tazón con algo de estofado. Esperó pacientemente mientras él devoraba a toda velocidad la comida y cuando hubo terminado le dijo:
—¿Satisfecho?—

—Mucho, gracias.—

—Ahora haremos un trato. Yo te contaré acerca de mi don y absolutamente todo lo que sé hacer con él y tú me hablaras del tuyo. Porque sé que lo tienes y eso es parte de mi don. Saber, escuchar. —él asintió lentamente.

La Orden De Los SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora