Capitulo 4

27 1 1
                                    

   Pasó un mes y, tanto en la escuela como en su casa, nada había cambiado: sus compañeros lo ignoraban, sus padres peleaban y el iba a la casa de su abuela casi todos los días. Había empezado a apreciar su presencia, como una canción que tienes que escuchar,  y que al principio odias, pero luego te acostumbras a su melodía. Ella se preocupaba por él y Alan, por primera vez en su vida, se sintió querido. Al fin tenía un paraguas con el cual taparse durante la tormenta, una luz en el medio del oscuro camino, que lo impulsaba a seguir andando. 

   Pero a pesar de sentirse solo, Alan no había pensado nunca en quitarse la vida. No era porque le pareciese cobarde. Tampoco porque creía que no era una solución a los problemas. No. Él pensaba que era estúpido quitarse la vida cuando otros luchaban por ella, era como tirar comida en buen estado cuando en otros países la gente moría de hambre.

     En la escuela, había conseguido sentarse solo en un banco al fondo del curso. Era reconfortante: los profesores casi no lo veían y, como no hablaba durante la clase, (durante el recreo tampoco) los profesores rara vez le llamaban para responder una pregunta al azar.

   En cuanto a Diana, no había vuelto a hablar con ella. Le daba vergüenza, pero no por las razones que la mayoría pensaría:"estaba enamorado". No, no lo estaba. Simplemente se sentía mal por no haberle respondido el mensaje. Ese suceso le había permitido saber a Alan la verdadera razón de su soledad.

    Una tarde fue a la casa de su abuela, Perla, quien miraba su preciada cajita con luces y colores ubicada al otro lado de la sale. Alan la saludó amablemente y se sentó en uno de los sillones color carmesí, esperando que su abuela haga la misma pregunta que en  todos los encuentros en su casa recitaba:

  -¿Querés té, café o chocolatada?

  Y Alan siempre respondía:

  -No, gracias. Ya comí en mi casa y estoy lleno.

   -No me importa, necesitás comida porque estás creciendo.

   -¿Acaso no soy lo suficiente alto?- se quejaba Alan- Mido más de lo que debería a mi edad.

    -Estás esquelético asi que tomá un café y engordá un poco. Tengo galletitas de salvado y mermelada de frutilla en la mesada.

    Y hasta allí llegaba la discusión que Alan nunca ganaría.

    Pasado un rato, Perla dijo:

   -Tengo algo para vos pero no sé si vas a quererlo...

   -¿Por qué no lo querría?

   -Porque tal vez no sea de tu estilo...

   -No importa- dijo Alan- Sabés que me gusta todo lo que me das.

   -Esta bien- accedió su abuela.

   Acto seguido le entregó a su nieto un paquete forrado en diario.

    -Mi idea era dártelo tu último cumpleaños pero no tuve la valentía...

   Alan agarró el paquete como si el papel de diario fuera de las más frágiles de las sedas y sintió su contenido: algo duro y rectangular y algo suave y blando.

   Finalmente, lo abrió desenvolviendo el papel delicadamente.

   Primero miró la libreta que se extendía en sus manos, con hojas color amarillo vómito y olor a guardado y luego deslizó sus dedos por la pulcra y anticuada caligrafía que dibujaba las palabras que componían los siete cuentos que se encontraban descansando entre las páginas.

    Luego observó con detenimiento un traje azul marino con pantalones del mismo color y una corbata color salmón cuyas costuras estaban hechas delicadamente a mano.

    No podía creer que su abuela le iba a regalar aquello, era demasiado.

    Él pensaba que no merecía ni un pedazo de tela sobrante.

    Miró a su abuela:

   -Me encanta. Los cuentos los leeré cincuenta veces y el traje solo lo utilizaré para mis eventos más importantes.

    Perla sonrió. Hacía mucho tiempo alguien no le había dicho algo así.

               <<<<<<<<<>>>>>>>>>

    Atra tarde, mientras comía, su abuela miraba la tele y gritaba:

   -Eres una idiota, Mónica ¡¿Cuándo vas a entender que Antonio ya no te ama?!

    Mientras tanto, Alan se reía bajito para que ella no lo escuchara: era enfermizamente gracioso ver como la humanidad se caía a pedazos sin darse cuenta. Pero era un fenómeno que también daba pena.

   Una vez que había lavado su taza y la cuchara de la mermelada, se dirigió hacia su abuela, que lo había llamado.

   -Mirá -dijo señalando un punto de la televisión, ya había cambiado el canal que antes estaba viendo- ¡Esa es Natalia! No puedo creer que este en la tele ¿Por qué no me dijo nada? Ahora solo tiene que responder esta pregunta y ganará 10.000.

   Si bien Perla amaba profundamente a su segunda hija, ese amor no era mutuo ya que Natalia la ignoraba completamente.

   Cuando ella se fue de casa a los diecisiete, dejó a su madre ya enferma de depresión por la huída de su marido, aún peor. Fue empeorando hasta el nacimiento de su único nieto: Alan. A partir de ese momento había empezado a mejorar: ya no estaba completamente sola. Así, Alan fue creciendo junto con Perla debido a las continuas salidas de sus padres. 

   Y asi la cosa terminó como lo hizo.

   Por eso estaban tan unidos por un lazo invisible para la mayoría.

   Pero esa unión se podía romper con la misma facilidad que una servilleta.

   Pronto lo entenderían y quizás eso los uniría más cuando en realidad no podrían estar tan cercanos el uno al otro.

    Luego lo comprenderían pero no ahora.

Holo. No se que decir. Probablemente no suba mas cap hasta que el anterior tenga un minimo numero de vistas. No se si seguirlo en wattpad pero lo voy a seguir en mi celular. Si a alguien realmente le gustaria saber el siguiente cap pasenme sus numeros o correos para que yo se los envie.

¿Estoy solo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora