siete

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"¡No iré tu cena! ¡Me estás prohibiendo ser feliz! ¡Escuchar la música que me gusta es lo que me hace feliz!" los gritos de mi hermana se podían escuchar hasta el otro lado del país. Y no la juzgaba, simplemente no tenía sentido lo que mi madre pedía. "No haré nada de lo que me pidas hasta que cambies lo que has dicho"

"No voy a cambiar lo que dije, te vas a olvidar de ese mugroso cantante y punto. Si no quieres ir a la cena, bien, pero estás castigada" una puerta fue azotada.

Suspiré y seguí arreglándome, estaba usando un vestido corto, rojo y muy ceñido al cuerpo, tenía un bonito escote. Combiné mi maquillaje con labios rojos, no solía maquillarme tanto.

Tocaron la puerta y era por inercia miré mi reloj, ya eran las nueve. Seguro mi mamá venía a gritarme para ya irnos y que no se nos hiciera tarde. "Ya voy, má" rocié una nube de perfume y pasé por debajo.

[•••]

El viaje en auto había sido un poco largo, tal vez era porque mi casa quedaba en medio de la nada. Todo el camino estuve hundida en mis pensamientos, la verdad es que me encontraba totalmente ida.

Todo se me volcó aún más al ver el nombre del lugar, se trataba de Villa Saverios.

No. No. No y no.

La coincidencia o el destino parecían estar preparando algo para mí. "Ay, Gabriela, te miras muy pálida" mamá pellizcó mis mejillas.

Entramos con reservación, todo el momento caminé mirando el suelo. Si él se encontraba ahí, no lo vería y si no lo veía, no estaba.

Mamá saludaba a sus ex compañeros mientras yo estaba a un lado, demasiado incómoda. Tenía unas ganas de enterrar la cabeza en la tierra. "Hola, soy Santiago Larrea" alguien se dirigió a mi. Un niño muy guapo estaba parado frente a mi.

"¿Hijo de Agustín Larrea?" pregunté

Asintió.

"Mi mamá siempre habla de tu papá, mejores amigos en la prepa" me dio la razón y se inclinó para saludarme de beso.

En el momento en el que nuestras cabezas quedaron a la par y sus labios estaban tocando mi mejilla... en el otro extremo del restaurante habían un par de ojos entrecerrados observándome con molestia. Aún escalofrío recorrió todo mi cuerpo, fue bastante notorio. "¿Está bien?" Santiago preguntó ante mi temblor corporal, me rodeó con sus brazos preocupado.

"Todo bien" fingí una sonrisa "Iré rápido al auto, creo que olvidé mi teléfono ahí" indirectamente me solté de el. Sigilosamente escapé de los ojos de mi madre, escabulléndome entre las mesas.

"Estoy bastante segura de que no puedes fumar aquí dentro" me mareé al inhalar "mucho menos fumar marihuana" susurré alterada.

Se encogió de hombros y se dejó caer en el respaldo de la silla. "El que tiene billete puede hacer lo que se le dé la puta gana" el humo acariciaba sus labios al salir.

"Estás siendo engreído" mi distancia, pose y expresión eran las mismas: frente a su mesa con las manos en las caderas y cara seria.

"Te acabo de ver con Santiago Larrea y por cómo le coqueteaste... pienso que me encantan los engreídos" rodeé los ojos, estaba celoso.

"No me gustan los engreídos. Pensé que te lo dejé en claro la noche que te conocí" recordé.

"¿Porque crees que me gustaste tanto?" sonrió y me derretí por dentro. "Siempre había visto que a las morras alzadas cómo tu no les gustan los vatos sencillos, humildes como yo. Pero aquí estamos"

"No me gustas"

"¿Entonces porque has venido?"

"Tienes mi celular. Lo quiero devuelta. Solo terminemos con esto" extendí mi mano.

"¿Que cambió?" me preguntó esperando una respuesta. "Si yo vi como te brillaban los ojos hace unas horas"

"Hace unas horas no sabía que eras uno más del narco" dije seca. "Estás sucio. Ensucias a la gente, al país" me había acercado a él para encararlo.

"Deberías cerrar esa boquita" bebió un poco de su copa. El champagne le debió de saber raro porque su ceño se arrugó.

"Estás sucio" escupí entre dientes.

"Tan sucio como tu familia, chula" soltó haciéndome enfurecer.

"¿Pero qué cosas dices? No sabes nada de mi o de mi familia"

"La que no sabe nada eres tú. ¿Porqué crees que hoy fue un hombre grandulón a amenazarlas? Eso no le pasa a la gente normal" mis pensamientos se removieron, haciéndome sentir confundida.

"¿Cómo sabes de eso?" él se levantó.

"Estabas viviendo en tu burbuja..." tomó un mechón de mi cabello. "y la reventé" se dió la vuelta.

"¿A donde vas? Necesito que me digas que sabes" lo seguí pero no se detuvo, saliendo del lugar. "Espera. Nata." le agarré la mano con fuerza.

Me miró sereno. "¿Quieres saber que le pasó a tu papá?" la sangre se me heló. "Súbete" señaló el auto deportivo amarillo.

¿En verdad quería saberlo? Aveces es mejor vivir en una mentira porque la realidad es muy amarga.

Siempre tú: Natanael CanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora