C a p í t u l o 18: El destino lo quiso así.

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La sábana azul cubre nuestros cuerpos desnudos, y Steven duerme profundamente a mi lado

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La sábana azul cubre nuestros cuerpos desnudos, y Steven duerme profundamente a mi lado.

Es de madrugada, y no consigo poder dormir. Me encuentro pensando demasiado en el encuentro que tuvimos.

El hombre que ahora abraza a la almohada, algo que parece ser tan característico en él, pudo lograr que llegara al orgasmo como nunca antes.

De hecho, comienzo a tener mis dudas de si antes de este encuentro sexual tuve un orgasmo. No recuerdo haber sentido nada de esto.

Cuando mi relación con West terminó, y cuando finalmente sané mis heridas, tomé la valentía de conocer mi cuerpo, de descubrir lo que me gusta y lo que no. Y no sé como sucedió, pero a todo momento, Steven me tocó como me gusta. Supo cómo tratarme, que hacer y que no.

Quisiera que se despierte y repetir lo sucedido.

Steven habla dormido, no se entiende lo que dice, pero igual sonrío. Busca algo con su mano izquierda, y cuando me encuentra, se acerca a mí y me abraza.

Quedamos frente a frente, lo que me permite observar su rostro con la debida atención que merece. Es hermoso.

Sus ojos se abren, y me encuentran. Sonríe, y como si fuera un espejo, también sonrío.

—Me apetece un baño, ¿me acompañas? —pregunta, tan normal, tan tranquilo. Cosa que no me esperaba que dijera luego de haber dormido lo que yo no pude.

Sonrío, y la mueca es una respuesta para él, por lo que se pone de pie y lo sigo.

No quiero que esto termine. No quiero que las horas sigan corriendo, puesto que no quiero almorzar con mis padres, hoy no, y me siento terrible por ello.

Quiero estar con él, y repetir sus besos, sus caricias. Quiero quedarme aquí para seguir viendo su sonrisa, y su cuerpo desnudo.

Quiero todo lo que alguna vez creí que iba a tardar mucho más en desear.





Y cuando el sol se asoma por la ciudad, caigo en cuenta de que llegó el momento que no quería.

Estamos con Steven, desayunando en la cocina, escuchando una tranquila música de fondo. Y lo más satisfactorio de todo, es que él sólo viste en boxer, mientras que yo tengo puesta la camiseta que usó ayer, con su perfume. Es tan satisfactorio que no quiero ni pensar en vestirme.

—¿A dónde te has ido? —me pregunta, y se ríe—. ¿Debo preocuparme?

Sonrío.

—No debes preocuparte. Sólo pienso en que no quiero irme.

—Y no te vayas.

Sonrío, y suspiro.

—Es domingo.

Como estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora