C a p í t u l o 34: La lista.

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Llamar a Nora y Ross es la cosa más difícil que debo hacer, al momento

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Llamar a Nora y Ross es la cosa más difícil que debo hacer, al momento. Así que mientras espero a que me atiendan, pienso en las palabras que debo decirles. No sé como empezar la charla. Por suerte, Lisa sostiene mi mano libre con fuerza. Llegó hace media hora, y desde entonces, no ha soltado mi mano.

—¿Diga? —atiende Ross. Suspiro, me lleno de fuerzas, por más débil que me sienta.

—Hola, Ross. Soy Gia.

—Oh, Gia. Hola cariño. ¡Nora, es Gia al teléfono! ¿Cómo estás? —pregunta y no respondo. Escucho que Nora se acerca y me saluda.

—Estoy... —no puedo hablar, las palabras se me hacen imposibles—. Estoy en el hospital.

Silencio.

—¿Cómo que en el hospital?—pregunta, desde atrás Nora enloquece—. ¿Qué ha pasado, estás bien? ¿Steven está bien?

Intento no sollozar ante la mención de su nombre. Tengo que ser fuerte, clara y concisa. Son sus padres, es su único hijo.

—Es Steven, ha estado en el accidente de la avenida Atlas —suelto, y cierro los ojos—. Estoy en el hospital central, esperando respuestas.

Silencio de Ross. Nora insiste en saber qué pasó. Ross le informa, Nora grita. Ross intenta calmarla, pero ella ya se encuentra ahogada en su pánico. Escucharla en tal estado me hace erizar la piel.

—Por favor, mantenme informado —me dice Ross y abro los ojos, puedo notar cuanto intenta mantenerse fuerte por Nora. Con tan sólo escucharlo lo noto—. Saldremos pronto hacia allí.

—¿Está seguro que puede manejar? Me dejaría más tranquila que vengan de otra forma.

—Es verdad, no puedo manejar así —me susurra —. Podemos ir en tren. Salen muy seguido hacia allí. 

—Bien, salgan en el primer viaje que haya. Yo pago los boletos, le hago una transferencia ya mismo. ¿Me pasaría sus datos?

—Hija, no será necesario eso, no te preocupes. Ya salimos hacia la estación. Mantente fuerte y mantenos al tanto.

Fuerte... bien, lo intentaré.

El caos que había en el hospital cuando llegué, ya no se encuentra presente en cada rincón. No hay corridas, no hay alaridos de dolor de los heridos, el teléfono dejó de sonar, y en los altavoces ya no llaman a ningún personal.

Todo permanece tranquilo, más allá de la insistencia de la prensa para tener información de cómo sigue todo. La seguridad los mantiene afuera, y todos aquí lo agradecemos. Gracias a ellos hay tranquilidad, y debido a la atención inmediata del personal de salud, ya no hay gritos de dolor en los pasillos.

 Sin embargo, en la sala de espera, se respira un aire cargado de miedo y de incertidumbre.

Entre los presentes nos acompañamos. Hay dos señores que ofrecen agua, e insisten cuando alguien se niega, como si te conocieran. Una chica, adolescente, ofrece caramelos dulces tras darle uno a su madre. Un joven pregunta si alguien quiere café, y es otro quien lo ayuda a entregarle el vaso cargado a quienes solicitaron uno.

Como estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora