C a p í t u l o 22: Nora y Ross.

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No pude despegarme de Steven, ni de Penélope

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No pude despegarme de Steven, ni de Penélope. Tuve la necesidad de cuidar de ambos, y cuando Steven me invitó a dormir, no pude negarme.

Ahora ambos duermen en la cama, y tal imagen me resulta muy enternecedora. Los observo desde la ventana mientras bebo mi té de todas las noches.

Cuando termino, me acerco a la cama, me desvisto y me pongo la camiseta que Steven me prestó para dormir. Apago la luz y me acuesto.

Penélope está muy cómoda en el medio, durmiendo tranquila, sin dolor alguno, cosa que hace que Steven duerma relajado, y para nada en alerta. Eso me tranquiliza.

Nos cubro con la cobija a los tres, apoyó mi cabeza en la almohada, y observo una vez más a mis compañeros.

Desde Freud que no duermo con una mascota, al menos Penélope no ocupa toda la cama como él lo hacía. Recuerdo algunos dolores musculares, y a Lisa diciéndome que haga algo con Freud. Pero no hacía nada, sólo buscaba mi rincón en la cama sin molestarlo.

Sonrío ante los recuerdos y acaricio a la gata. A su lado, Steven duerme con la boca abierta, respira profundo, y mueve las cejas ante su sueño. Vuelvo a sonreír y mis caricias pasan por unos segundos a su rostro.

Esta parece ser la cama más cómoda de todas. Steven y Penélope son los mejores compañeros del mundo. Y este momento es inefable, no puedo explicarlo. Podría decir que es perfecto, pero no, le queda muy pequeño.

Últimamente son muchas las cosas que no puedo describir con palabras, y eso que soy una mujer que tiene una para cada momento. Steven Fry me dejó sin palabras.




Me despierta el sonido de un móvil. Abro los ojos y trato de ubicarme en tiempo y espacio.

Penélope ya no está en la cama y Steven se queja por el sonido. Hasta que nota que proviene de su móvil, así que lo toma de la mesa de luz, toca la pantalla, y lo lleva hacia él, dormido.

—¿Si... ? —contesta. Su voz ronca me resulta atractiva—. ¿Qué? ¿Están aquí? —se sienta en la cama, se frota los ojos y se despereza—. ¿Es enserio? —se ríe, se levanta de la cama y me mira. Le sonrío y lo saludo con la mano—. Por cierto, traigan algo para el desayuno, si es algo de Jules mucho mejor —me sonríe—. Gia está aquí. No voy a soportar tus gritos, mamá. Adiós.

Mamá. ¿Escuché bien?

Me siento en la cama y me quedo pensando en esas últimas palabras. ¿Su mamá está aquí? ¿No dijo que sus padres vienen para navidad? ¿Ya es diciembre? ¿Quién soy?

—¿Gia? —Steven pasa su mano frente a mi rostro. Parpadeo unas cuantas veces seguidas y lo miro. Algo en mí lo hace reír—. La palabra mamá ha provocado algo en ti —sonríe—. Lo siento, no tuve que haberle dicho que estabas aquí, pero apurarte para que te vayas tampoco me parecía correcto. Aunque bueno, jamás pensé en hacerlo.

Como estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora