C a p í t u l o 33: Avenida Atlas.

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—¿Cómo me veo? —me pregunta Steven

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—¿Cómo me veo? —me pregunta Steven. Hoy es su entrevista con la escuela Mils, y ya perdí la cuenta de cuántas prendas de ropa se ha estado probando—. No sé cómo debo vestir, pero ¿me veo mal?

Sonrío. ¿Acaso eso es posible?

Lleva puesto un jean azul oscuro, una camiseta bordó, y zapatos. Con esta, sería la segunda vez que lo veo lucirlos. Su cabello se encuentra en perfecto orden, corto y bien peinado hacia atrás. En su rostro hay ausencia de barba, y comienzo a echarla de menos. Oh, y su aroma... Dios bendiga a Antonio Banderas y su colonia.

—¿Mal, cuándo te ves mal?

Sonríe.

—Me halagas, pero ¿estoy bien para la entrevista?

Asiento, me acerco hasta él, lo abrazo y cuando inhalo su aroma de forma exagerada, se ríe.

—Te ves bien, muy bien. Y hueles de maravilla —le digo, sonriendo hacia su rostro—. Mi futuro chef.

Coloco mis manos en su nuca, y lo bajo hasta mi altura para besarlo. Cuando nuestro beso lento, e intenso termina, como de costumbre deposita sus labios sobre mi frente, y luego coloca un mechón de mi cabello detrás de la oreja.

—Por cierto, te ves hermosa —me dice, me aleja de su cuerpo, y me hace girar en el lugar, para así verme mejor en mi vestido negro, corto y ceñido al cuerpo. Lanza algún que otro comentario para halagarme, haciéndome reír y sonrojar—. ¿Cenamos juntos? —propone—. He reservado una mesa en el nuevo restaurante.

—Tiene mucha demanda, ¿en serio no te ha costado dar con un lugar?

—Eso no pasa cuando reservas con días de anticipación —me río—. Dado que sabía el día que íbamos a tener hoy, pensé en relajarnos en un buen lugar. He oído buenas críticas.

—Siempre atento a todo —se encoge de hombros, sonriendo—. ¿Nos vemos directamente allí?

—Me parece bien.

Bajamos hasta la cocina, Steven le da de comer a Penélope, y como aún tenemos un poco de tiempo, decidimos beber un té y comer un poco del pastel que nos regaló mi madre. Bueno, como me dijo Steven: nos me huele a manada. Porque claro, fue más para él que para mí.

—¿Owen al final puede prestarte su camioneta? —le pregunto por su vecino. Había quedado en confirmarle, porque todo dependía de sus horarios laborales.

Steven niega con la cabeza, y limpia la crema que yace en las comisuras de sus labios.

—Está trabajando, tenía que hacer reparticiones. Así que iré en autobús.

Suspiro.

—Ojalá pudiera llevarte.

Entrelaza su mano con la mía y sonríe.

—Ya deja eso, ¿si? No es tu culpa que el horario del evento no te deje hacerlo.

Asiento, y mientras terminamos de beber el té, me enseña el vídeo que envío a Mils. Es que en serio parece un chef profesional al explicar cada uno de los pasos de la receta. Y hasta hace algún que otro chiste, haciendo de la receta, algo más ameno, llevadero y divertido.

Como estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora