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EL AMOR ES ESO;
ser con alguien,
NO DE ALGUIEN.

La Chica De La Pulsera De Elefante tocó mis costillas hundidas en la piel. Subió hasta mi brasier, y metió su mano para desprender.

Levantó mi camisa, metió su rostro entre mi amanecer y con besos suaves llegó a dónde debía ser.

Casi podía sentir el impulso de soltar las lágrimas. Me sentía conmovida por las acciones, por el suceso que estaba ocurriendo.

Besó mis pechos con aquellos labios carnosos, suaves y húmedos. De aquella boca salió su lengua en busca de mis pezones.

Mi agonía. Mis gemidos. Mis respiraciones cortadas por tanto ajetreo.

Succionó mis pechos como ninguna persona lo hubiera hecho. Y dejó besos mojados ante tanta curiosidad.

Sacó su rostro de mi interior. Mi respiración precipitada aquel silencio. Mi boca ansiaba la suya. Seguimos el beso fogoso, cálido, suave y anhelado desde varias noches.

Y cuando de repente se nubla mi mente. Abro los ojos de verdad. Veo aquellas pupilas que me vieron de esa manera cuando me había venido toda una botella de alcohol.

Era yo quien la había estado besando. La Chica Loca Enamorada era quien había estado succionando sus pechos y lamiendo aquellos pezones.

La Chica Loca Enamorada era quien había estado dejando besos húmedos y besando aquel cuello de mármol.

En ese instante. Me alejé. Y con súplicas de que no dijera nada, miré hacía el exterior del auto. La Chica De La Pulsera De Elefante se prendió el brasier y sus mejillas ardían.

Mi nariz se encontraba roja. Y ante la situación solté solo una lágrima.

Pasaron los meses. Supuse que ella lo olvidó. Y un día como cualquier otro, La Chica Tormenta, porque dentro de ella hay una tormenta que nunca será resuelta. Un tornado en el que te undes y no resurges. Ella es La Chica Tormenta, invita a La Chica Loca Enamorada, a mí, a una noche de chicas.

LOS OJOS NO SABEN
guardar secretos.

Y allí estábamos. La Chica Loca Enamorada, La Chica De La Pulsera De Elefante, La Chica Tormenta y una nueva: La Niña De La Muerte.

Se decía así porque ella sabía que la muerte la rodeaba, y aunque la muerte no estuviera allí, La Niña De La Muerte decía un sí.

La noche transcurrió como debió ser. Tranquila, pero había lago que me descolocaba completamente y era que La Chica De La Pulsera De Elefante me ignoraba completamente.

Y yo me estaba muriendo por decirle las disculpas. Por decirle algo, por lo menos.

Sus ojos ya no se fijaban en mí. Y me ardía, me carcomía la cabeza y el pecho.
Y solo simples monosílabos me dedicaba con una sonrisa de mala gana.
Como si no quisiera que las demás se enterasen de porque se encuentra mal conmigo o como si su cuerpo no supiese que hacer.

Era un fuego interno que no me permitía más que solo verla. Y que ella no me dejara, no me permitiera verla fijamente a los ojos. Aquellos ojos de oscuridad eterna.

Las horas pasaron. Y La Chica De La Pulsera De Elefante se sintió mal. O eso veía yo. Eso intuía de alguna manera.
Y entre el jugueteo a la oscuridad, separadas solo por un cuerpo, me permitió que tomara una pulsera de las tantas que tenía.

Y ésta, en especial. Me llamó la atención. Un interés surgió y observé que aquella pulsera tenía un elefante colgante. Un elefante con aquel símbolo del amor.

Un corazón.

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La Chica De La Pulsera De Elefante © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora