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HOY EXTRAÑÉ
esa nada que había
ENTRE TÚ Y YO,
sutil y callada,
SOBRENTENDIDA Y TOTAL.

Luego de aquella noche estrellada, aún tenía en mi poder aquella pulsera. La contemplaba, la admiraba y la llevaba a todos lados.

Los últimos meses del año se pasaron demasiado rápido. Y ante la filosofía que provenía de mi, sustituí lo que alguna vez fuí.

No volví a ser la misma persona. Aún contemplaba la pulsera. Con mis dieciséis años ya cumplidos, disfruté de cosas que no sabía que haría. Ni en lo más profundo de mi corazón.

Sus palabras fueron cenizas del pasado. La Chica Loca Enamorada seguía siendo la misma, pero con otra forma de mirar al tiempo. A las personas. A los lugares.

Habían noches que eran inexplicables la añoranza de aquellos labios. Y estaba realmente confundida. La lujuria que surgía de mí. Que mi cuerpo me pedía que me tocase, que la imágen de su cuerpo desnudo en mi mente era lo único que necesitaba. Sin embargo, necesitaba sin dudar, sus labios sobre los míos o sobre mi cuerpo. Necesitaba que su lengua pase por cada parte de mi cuerpo.

Los días transcurrieron con tanta facilidad que con cada hora que pasara, ella se volvía dueña de mi mente con cada territorio que derribara. En aquellos días que necesitaba practicar conducir, no estaba concentrada.

Fue todo tan rápido. Todo tan veloz. De repente me encontraba en el aire, veía como las cosas del auto se encontraban en el aire. El impacto fue tan fuerte que de un instante a otro, así de rápido, me encontraba con una herida en la cabeza sangrando y con un fuerte, tan fuerte dolor en la parte trasera de la pierna que me sentía desfallecer. Mis ojos se apagaron, la oscuridad me invadía.

LA MUERTE ESTÁ
tan segura de ganar,
QUE TE DA TODA
una vida de ventaja.

El ruido era un sumbido en mis oídos. Era aquel ruido que me era tan familiar, pero desconocido. Abrí a penas los ojos para ver dónde me encontraba. Y allí, ante toda la preocupación ví a mi madre con el rostro hecho un mar de lágrimas. Como yo los tenía por la La Chica De La Pulsera De Elefante anteriormente. Y aún así, en estas situaciones seguía pensando en ella y en lo que podría estar haciendo o pensando.

Cierro los ojos porque me quería prohíbir ver la preocupación de mi madre. Quería descansar y dejar de pensar tanto en tantas cosas que me tenían tan distraída. Tan profunda en mis pensamientos y nada más que eso.

En momentos después me encontraba acostada en un ambiente de pura tranquilidad. Reconocí el lugar sin dudar por aquel olor que siempre me desagradó. El olor de hospital. Me encontraba acostada en aquel cuarto donde allí, a mi lado, estaba mi madre mirándome.

Tomó de mi mano y no pronunció palabra alguna. Y es que me sorprendió, porque ella nunca tenía los labios sellados. Jamás. Siempre mostraba una sonrisa o proporcionaba un tema en específico para poder dialogar toda una tarde.

Y así, era mi madre.

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La Chica De La Pulsera De Elefante © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora