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Dos semanas y un día habían transcurrido desde que Freddy formó un plan con Gabriel y Billy una amistad más fuerte con Madison, situándonos el domingo por la mañana.

Freddy Freeman era un hombre de hacer ejercicio apenas despertara, obviamente. Estaba acostado rectamente mirando los barrotes de la cama de Billy, preparándose mentalmente para ejercitarse.

Se incorporó.

-Listo, un abdominal. Eso cuenta como ejercicio.

Apartó las sábanas, se puso sus sandalias, agarró su muleta y se dirigió al baño para tomar una ducha caliente. Cuando regresó a la habitación con solo una toalla rodeando su cintura y su cabello mojado siendo secado por otra, al primero y único hermano que vio fue a Billy, recién levantado.

-¿Ya hiciste tu ejercicio?- le preguntó con diversión el mayor mientras se estiraba.

-Incluso quedé exhausto.

El ojiverde rió y le revolvió el cabello con cariño, saliendo de la habitación para dirigirse al baño. El rizado se quedó unos segundos quieto, intentando ganar tiempo para que su sonrojo bajara y su corazón dejara de latir tan malditamente rápido.

Una vez se tranquilizó y vistió, bajó a desayunar junto al resto de su familia que se encontraba esperándolo. Tomó asiento y después, a su lado y con el cabello escurriendo gotas, se posicionó Billy, que empezó a comer con ganas.
Él, en cambio, revolvía su comida distraído; mañana iniciaba el plan que había preparado por dos semanas con el rubio. Había descuidado mucho a Billy a causa de ello.

Ya no almorzaba con él y con el resto de hipócritas que se le sumaban (aunque en realidad, ahora en la mesa se sentaban solo los castaños, pero él no podría saber eso), y a Madison no le tomó ni tres días agarrar la suficiente confianza para invitar a Batson seguido a su casa. A decir verdad, se habían vuelto limitadas las ocaciones en las que hablaban.

Era un asco, pero ni siquiera estando presente podría evitarlo. ¿Por qué no mejor ayudar a un alma desamparada para distraerse? Y, de paso, tal vez olvidaba ese tonto enamoramiento.

-Hoy voy a la casa de Madison- avisó Billy. Giró los ojos con desgano, viendo que a sus padres les encantaba la idea.

Una vez terminó el desayuno, subió a su habitación junto a Billy para ayudarlo a ver qué ponerse. Él realmente no quería hacerlo, y ni siquiera entendía por qué tanto escándalo o por qué cambiarse otra vez, pero el castaño era demasiado insistente.

-¿Qué dices? ¿Azul o roja?- el mayor puso dos camisetas frente al rizado, esperando expectante una respuesta.

-Eh... ¿la azul?

-¿Sí? Creo que es mejor la roja.

-Entonces para qué preguntas- cuestionó molesto, echándose en su cama. Billy empezó a cambiarse frente a él, ignorando todo lo que causaba en el contrario.

"No pienses en eso, Freddy. No pienses en eso".

-¿Te importa mucho lo que ella piense?- preguntó en voz baja. Quería una charla con la cual distraerse en vez de ver al guapo chico semidesnudo que tenía en frente, sin embargo, su lado masoquista salió a la luz y, sin pensarlo, ya había preguntado lo que no quería saber.

Él pareció pensarlo antes de responder.

-Supongo.

-¿Te gusta?- quería parar, no obstante seguía preguntando.

-¿Sabes? Nunca en la vida me ha gustado alguien, porque nunca he pensado en eso. Pero tal vez. Es decir, es linda, ¿no?

Noticiero hogareño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora